Hughes
Abc
Debemos al ingenio del tuitero @vilpetrus el haber enfrentado estas dos fotos. A la izquierda aparece el reciente posado de Jorge Javier Vázquez, con esa pose un poco de ponerse a bailar una jota; a la derecha está Alfredo Landa haciendo de “Manolo La Nuit”. Serio, mandón. En su sitio ante la turista. Entre medias estaría, creo, el Pepito Piscinas de Fernando Esteso, un poco posterior. Ahí completaríamos la evolución estival del español. En el desarrollismo franquista, la masculinidad mítica de Alfredo Landa, terror de suecas, orgulloso de su tipo recortado y pecho lobo. Los habrá más altos, pero no más hombres. Después, en la Transición, Fernando Esteso, que es menos compacto, menos entero, quizás ya menos viril, y además sexualizado, ya adulador, golferas.
En Landa se ve el porte orgulloso, poco lisonjero, la virilidad cortante y preñadora; en Esteso se ha invertido la relación de poder ante la mujer liberada a la que ahora hay que camelarse. Ya no basta con andar, con caminar hispánicamente la playa. Surge la palabrería, la mentirijilla y el chau chau político. Después de Manolo/Landa, playero, está Pepito/Esteso, piscinero (urbano, España ha cambiado ya), y ahora vendría Jorge Javier que ya no sería Piscinas, sino Esloras, pues ahora el que no tiene barco no tiene nada. Tienen barco los que tienen dinero y los que no. En este veraneo del confinamiento, la playa es una vulgaridad. La gente se va mar adentro en sus barquitos a hacerse la story de Instagram.
Se ve en esta evolución de tipos todo lo que ha cambiado el español y también lo que no. El macho se ha hecho gay, pero sigue manteniendo el tipo. Es un gay osezno, fornido además, peludito, achaparrado y compacto. ¡Se ve aquí el macizo de la raza! Si nos abstraemos de los detalles, vemos el tipo de conquistador español, de arrollador extremeño de metro y medio.
Claro que los detalles no son cualquier cosa. Ese bañador tapando apenas, sugerente, las partes pudendas, es bañador que evoluciona, sucinto, la braga náutica de Esteso, que ya decía más que callaba; la pose de baile regional; el contraste (muy moderno) entre la pecholobez y las piernecitas de canario (mal endémico de los gimnasios y del narcisismo del espejo, que suele ser de medio cuerpo); también el oblicuo, los oblicuos, que le aparecen a Jorgeja como las dos efes de un violonchelo y que delatan su proyección ideal a lo Cristiano. ¡Adonis ideal impedido por el tipo! ¡Por la raza!
Porque el tipo asoma como límite y también, por qué no, como gloria racial: el español sigue ahí, eterno, nuestro, orgulloso. El Alfredo Landa está ahí, intacto, sólo que adaptado a la nueva masculinidad, que es de lo que se trata ahora. ¡De inventar a Adán! El moño de Iglesias, los oblicuos sorprendentes de Jorge Javier… detallitos paradójicos, coqueterías para no enfrentarse a lo macho mondo y lirondo. A la gran problemática de ser macho y ser español. Pero en Jorge Javier, lo quiera él o no, con amigos de yate en lugar de suecas, Narciso más que Viriato, con barco en lugar de orilla, liberado el eros en la muy alta mar de la autonomía personal, sigue presente, medio siglo después, la raza.