Ignacio Ruiz Quintano
Si el uranio empobrecido resulta inofensivo, ¿para qué se lo tiramos a la gente? Seguramente, para que los periódicos no disparataran al hablar de «guerra humanitaria», anacoluto inevitable de haber tirado uranio enriquecido, como Truman. La hipótesis de Galbraith es que Truman no tuvo otra opción: «De haberse resistido, se habría enfrentado a fuerzas muy superiores al poder presidencial.» Pues el poder presidencial no es más que otra hipótesis. El propio Galbraith habló un día en la Casa Blanca contra la guerra de Vietnam, y Johnson le contestó con contundencia que bien podía agradecerle cómo estaban conteniendo a los generales: «No tienes idea de lo que harían si no estuviéramos aquí nosotros para pararlos.»
Como no hay ningún método que haga posible la invención de hipótesis por medio de reglas, Ramón Gómez de la Serna incluyó entre sus «Caprichos» —el libro de lo imaginario puro con algo de absurdo, contando con que lo absurdo no puede ser tonto, ni taimado, ni avieso— el del joven superviviente de Hiroshima que en edad del amor buscó novia, y encontró una muchacha que dio la mayor prueba de sacrificio casándose con él, pues se sometió al contagio de la radioactividad y comenzó a palidecer y a desintegrarse desde el día de la boda. «¡Todo lo puede el amor! El poema escultórico de su mausoleo presentará superado el caso de Romeo y Julieta, sublimados en el cementerio de la edad atómica.»
Experto shakespiriano, nuestro ministro de Defensa no debe de ignorar esta hipótesis ramoniana sobre la edad atómica titulada «El que estuvo en Hiroshima», y para que nadie la confunda con la de «Los que han estado en los Balcanes» me envía una nota explicativa que se resume en dos hipótesis. Primera: «El uranio que aparece en la naturaleza tiene un 0,7 por ciento de U-235, mientras que el uranio enriquecido posee un 5 por ciento de U-235 y el uranio empobrecido cuenta con un 0,2 por ciento de U-235.» Y segunda: «La causa de las leucemias es desconocida.»
La propaganda no cesa de repetir que vivimos en la sociedad abierta de Popper, para quien la condición «sine qua non» de su modelo de sociedad era la institucionalización de la crítica. «¿Qué es lo que permite el desarrollo cultural? La crítica.» A lo mejor luego va uno, critica, y lo mandan a una sociedad cerrada, pero esto no quita que la hipótesis de Popper para comprender el mundo fuera magnífica: éste no es un mundo que confirme verdades, sino un mundo que refuta errores, que, como decía Mae West, errar es humano, pero sienta divinamente.
Como yo lo entiendo, vivir en una sociedad abierta significa no saber qué puede caerle a uno encima, pero, como comprenderán ustedes, sólo se trata de una hipótesis. Las hipótesis son explicaciones plausibles de los fenómenos. Para los popperianos incluso el cerebro no es sino una hipótesis que produce hipótesis. En ciencia, dice Popper, lo esencial es la actitud crítica: primero creamos las teorías y después las criticamos. Ponía el ejemplo de Einstein, que acostumbraba desechar una hipótesis cada tres minutos, y así hasta dar con la que le gustó, cuya formulación, como sabemos, ocupa aún menos que cualquiera de las ideas políticas que circulan diariamente por los periódicos.
La democracia no puede ser mejor que los demócratas, y en la política española los fenómenos siempre han carecido de explicaciones plausibles. Aquí, en cuanto alguien se hace con una teoría política, lo habitual es que adopte una actitud muy humana y, en vez de criticarla, la defienda. La ley del hábito es una ley causal que nos induce a creer en todo aquello que encaje con nuestro esquema escolástico del mundo, en que se supone que la relación de causa y efecto es necesaria. Hume demostró que este concepto popular de la causalidad es supersticioso, pero la gente no frecuenta a Hume, y se pregunta: «¿Es peligroso el chuletón de vaca? ¿Y el petardo de uranio empobrecido? ¿Y la gotera del submarino nuclear?» Sin embargo, «peligroso» es una palabra causal, y nuestros políticos, que han descubierto a Hume y son, por tanto, unos escépticos respecto de la causa, no pueden saber si algo es peligroso.
La propaganda no cesa de repetir que vivimos en la sociedad abierta de Popper, para quien la condición «sine qua non» de su modelo de sociedad era la institucionalización de la crítica. «¿Qué es lo que permite el desarrollo cultural? La crítica.» A lo mejor luego va uno, critica, y lo mandan a una sociedad cerrada, pero esto no quita que la hipótesis de Popper para comprender el mundo fuera magnífica: éste no es un mundo que confirme verdades, sino un mundo que refuta errores