jueves, 7 de enero de 2016

En la muerte de Maurizio Giordano




Oh, veni, sonnu, di la muntanedda.
Lu lupu si mangiau la picuredda.
Oi ninì
ninna vò fa

José Ramón Márquez

En la torre de la espléndida Catedral de Monreale, su pueblo, hay un reloj que proclama el siguiente lema: «Tuam nescis»: tú conoces mi hora, pero ignoras la tuya propia. Hoy, en Madrid, tan lejos de Monreale, ha rendido su vida al Padre el empresario Maurizio Giordano, siciliano apasionadamente enamorado de su tierra, por la que tanto ha trabajado en aras a dar a conocer y enaltecer lo que en verdad hace realmente única a su isla: el arte que te asalta a la vuelta de cualquier callejón, la explosión del barroco, tan español, que inunda Sicilia toda, la tranquilidad sabia ante la vida de un pueblo viejo por donde todos han pasado, o la gastronomía callejera y la otra; en suma, el placer por la vida manifestado en tantas pequeñas cosas de las que en Sicilia abundan: en los níveos acantilados de la Scala dei Turchi, en los limoneros cuajados de fruta en lo que queda de la Conca d'Oru, en el recuerdo de los pani cunzati del Scolpello de antaño, en la reciedumbre ancestral de la milza en la Martorana, bazo y bofes fritos en grasa puestos en un bocadillo con queso caciocavallo, como también en la impecable estética de los mercados palermitanos en los que habitan en una formidable confusión todos las variedades del tomate, de la berenjena y de la oliva junto al queso affumicato de Corleone o la imprescindible sfinzione. 

Explosión de la vida. Sicilia, por tantos motivos relacionada a menudo con las peores noticias, necesitaba del patriotismo apasionado de un puñado de hombres como Giordano para desandar los caminos más sombríos y presentar su cara más placentera, ofreciéndola a quienes estuviesen dispuestos a entrar en ella, a vivirla y conocerla con la intensidad apasionada, recia y a veces dura que la isla demanda. A esa tarea dedicó sus esfuerzos Maurizio, con notable éxito, sin renunciar a su incontestable amor por los pequeños placeres. Sobre tan firmes cimientos estableció su vida bajo las premisas de la rectitud, del buen gusto, de la curiosidad y, sobre todo, de un antiguo y elegante sentido de la amistad que hoy, en la flor de la edad, se ha visto fatalmente truncado.

El pasado noviembre, herido ya por la enfermedad, no quiso perder un año más su cita con los Picos de Europa, y sentados en una campa en Pembes, mientras la tarde iba declinando, tuvimos la ocasión, por última vez, de volver a dejar pasar el tiempo contemplando la imponente roca del Macizo Central, como siempre con la vista puesta en el Pico del Sagrado Corazón, y con la tristísima pena de saber la inminencia del fin.

Que la tierra te sea leve, amigo.