Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Con la incertidumbre política tiembla la economía, que no sabe a qué puerta llamar ni de qué chaqueta tirar, pero los políticos son como “El niño que no podía temblar”, de los Grimm.
No les tiemblan las manos (a los que trincan) ni las piernas (a los que vienen a “regenerar” con Rivera, el “cirujano de hierro”).
–¡No nos temblarán las piernas!...
No les tiembla la cara ni la voz. La verdad es que no les tiembla nada.
Un camello es un caballo diseñado por una comisión, según el viejo chascarrillo parlamentario, pero los de Ciudadanos, al parecer, tienen firmes las piernas para traer al Congreso una comisión de investigación de la corrupción, ese andancio generalizado (sistémico, no sistemático) debido a la falta de separación de poderes (donde todo está en una mano, que decía Hamilton), es decir, al entierro de Montesquieu como si fuera un Tierno.
–Si el poder ejecutivo fuera confiado a un cierto número de personas sacadas del cuerpo legislativo, no habría ya libertad –nos dejó escrito el barón, cosa que jamás se le habría ocurrido al alcalde que nunca devolvió el “Wittgenstein” prestado por Gustavo Bueno.
Rivera, pues, es el niño de los Grimm que no puede temblar.
En el cuento de los Grimm las piernas de un hombre caen por la chimenea y caminan por la habitación hasta reunirse con la cabeza y el cuerpo cercenados que caen luego. Pero lo terrorífico, nos dice Chesterton, no son semejantes prodigios terroríficos (por otro lado, magníficas metáforas de la corrupción política), sino la ausencia de terror en el niño, que da palmaditas a los espectros en la espalda e invita a los demonios a beber vino con él.
“El héroe sólo aprendió a temblar al tomar una esposa que le echó encima una palangana de agua fría.”
–Esa única frase –concluye Chesterton– encierra más verdad sobre el verdadero significado del matrimonio que todos los libros de sexo.
En el “salsipuedes” español, más que un estadista, empieza a hacer falta un palanganero.