Cayetano, frente al sector talibán de la afición rondeña
Jean Palette-Cazajus
Los toreros de tiempos pasados, cuando se retiraban, solían dedicarse, en su mayoría, a lo que un Heidegger mesetario -ya sé que es un oxímoron- hubiese llamado sin duda “la siesta del ser”. Rafael el Gallo, el “Divino Calvo”, fue tal vez el arquetipo de lo que quiero decir. Algunos, ayer como hoy, intentaron dedicarse a la ganadería, yo creo que siempre con aviesas intenciones. Ninguno ha querido acordarse jamás de las sensatas palabras con que el Duque de Veragua advirtiese a Francisco Arjona “Cúchares” cuando éste decidió lanzarse, con pésimos resultados, a criar toros: “¡Desengáñate, Curro, que los buenos 'tocaores' nunca han sido los que hacen las buenas guitarras!”
Como las Vestales romanas, como aquellos indivíduos que, durante largos períodos, encarnan en la India alguna divinidad del innumerable panteón, los toreros retirados deberían pasar el resto de sus días en un completo “otium” y rodeados del reverencial respeto de la comunidad. Mejor todavía, nos convendría recordar cómo el sagrado Toro Apis de los antiguos egipcios, al menos eso cuenta Herodoto, era sacrificado después de veinte años de veneración pública.
Pues bien, en lugar de cortarse, virtualmente, una coleta tiempo ha desaparecida, en lugar de fingir despojarse de la grotesca castañeta que vino a sustituirla, sin duda fabricada en lejanas y poco taurinas tierras de Guangdong o Jiangxi, en lugar de tener que presenciar el histérico ballet de plañideras medievales protagonizado por la cuadrilla alrededor del postrer y postizo apéndice, sugiero que, en el trance de jubilarse, los toreros queden sacrificados en un altar de mármol de Paros. El ara sagrada, teñida de sangre lustral, presidiría, en adelante, el ruedo. Semejante sacrificio constituiría una excelente manera de alzar las víctimas del “torerobolio” al estatus de semidioses y permitiría dar la espalda al penoso simulacro de fenecidos ritos. Pero entiendo que la sugerencia sea opinable.
En cambio, más que opinable, censurable y deleznable me parece el camino emprendido por Cayetano Rivera hacia la sacralidad de su profesión. Según el diario ABC del 16 de Enero, el aludido simultanea el supuesto ejercicio de la torería con la comercialización de pisos de lujo en Marbella. Otro medio opina que tal actividad acredita al presunto torero como “hombre de inquietudes”.
Admito que una rabiosa subjetividad oscurece la ecuanimidad de mi juicio. Pero jamás he sido capaz de considerar las actividades de los promotores e incluso de las agencias inmobiliarias como inocuas. Resumiendo, para no aburrir: las considero como social y ecológicamente desastrosas. Son devastadoras para la integridad física de nuestro entorno y el metabolismo de nuestras ciudades. Si yo fuera un antitaurino inteligente me faltaría tiempo para proclamar que nada como la coyunda de las dos actividades para proclamar el aspecto dañino de la tauromaquia.
Y no me faltaría razón. El relato que me hizo de la última Corrida Goyesca de Ronda, donde, dicho sea de paso, triunfó nuestro vendedor de pisos, un amigo que vivió de muy cerca el evento, me sumió en una interrogante melancolía. Los nombres bucólicos con que se bautizan las urbanizaciones serranas o playeras, los idílicos espejismos de una nueva Arcadia con que los promotores impulsan la venta de sus paraísos artificiales y de sus hectáreas de hormigón pretensado, tienen mucho en común con el anual sarao rondeño y, no temamos generalizar, con la actual tauromaquia.
En ambos casos se trata de un uso impúdico del arte de birlibirloque y no me estoy refiriendo, precisamente, al librito de José Bergamín. En ambas actividades una florida y abotargada retórica viene a sustituir, en un caso la humana capacidad de adecuación a los paisajes y las ciudades, en el otro la fundamental naturalidad del toreo cuando viene determinada implacablemente por el toro “que no se deja”. Torear “al natural”, ampliando a toda la lidia un concepto que no tiene por que limitarse al pase con la zocata, es un camino hacia la dignidad del oficio que permitiría renunciar a mi sugerencia, admito que algo draconiana.
La comercialización de pisos de lujo en Marbella es el otro camino “natural”, el del toreo moderno.