miércoles, 27 de enero de 2016

Riveras

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Ignacio Ruiz Quintano
Abc

El afán de mostrarse “avanzado”, cuando no se sabe por dónde ni hacia qué hay que avanzar (afán contra el que ya prevenía Fernández Flórez), ha animado al periódico global a propinar un coscorrón sermocinal de cura vasco a Fran Rivera por llevar a su hija a torear.
Moralmente está bien que Carolina Bescansa lleve a su bebé a su escaño en el Parlamento, donde nadie nos asegura que no vaya a entrar un guardia pegando tiros al techo, y está mal que Fran Rivera lleve a su hija a la plaza de tientas, donde la sensibilidad de Juan Cruz (sensibilidad de canario flauta, que decía Ullán) es capaz de ver en una vaquilla el ánima negra de “Bastonito”.

Antes de que el periódico global, en su afán de “avanzado”, compitiera con la web de “Rebelión” (ni un día sin cogitación de Pablemos o Errejón) que tanta gracia tenía hace diez años, Ullán publicó un artículo, “La niña y la vaca”, sobre la contemplación, una tarde, en Rianxo, por dos escritores, el gallego Rafael Dieste y el mexicano Gabriel Zaid, del paso de una niña y una vaca. 

Para Zaid, la niña, que iba por delante, era la inocencia, y la vaca, la mansedumbre.
Porque las vacas –pensaba Dieste– sienten por las niñas una veneración que nace del asombro que les produce encontrarse de pronto ahí, al lado de una figura tan perfecta.
Pero ya sabemos que en lo de Fran Rivera no se discute el peligro (corre más riesgos cualquier niño viajando de paquete en una bicicleta, sin otras vistas que el pedo libre de la americana del pedalista), sino el toro, animal doméstico para los lectores de Mosterín y fiera totalitaria para los de Cocteau.

Y a usted ¿qué le da más lata, el toro de lidia o el canario flauta? –preguntamos un día en Casa Ciriaco a Fernando Cuadri, que cría de los dos.

El canario flauta.
Con su niña a cuestas, Fran Rivera ha desplazado en Twitter al otro Rivera, Albert, con su mochila (donde lleva el “bonapartismo”, que dice Lassalle, cada día más ajardielado), lo cual es bueno.