lunes, 15 de junio de 2015

Prestigio y bondad

 Casa de Juan de Ayala
Un castellano de ley

Francisco Javier Gómez Izquierdo

   De la alcaldesa Manuela Carmena dicen los suyos que es mujer de prestigio y una muy buena señora, como si el prestigio y las buenas acciones necesitaran de esos verificadores populares que gritan en las tertulias en idioma manicomial. Para mí, una muy buena señora es la monja Maximiana, burgalesa de la parte de Villadiego que a los 89 años sigue ayudando en el barrio más deprimido de Córdoba a gente que no lo agradece. “En las selvas de Méjico me querían mucho y echo  de menos a los niños de allá.” Maxi me enseña fotografías en blanco y negro montada a caballo “a mujercitas” cuando “era inmensamente feliz.” Maxi dice a todo aquél que quiera oírle que no se canse nunca de hacer el bien y uno coge complejo de culpa cuando ofrece unas rodajas de chorizo y una coca-cola y la santa se escandaliza ante tanta gula.

      Maxi no tiene prestigio más que entre familias archipobres a las que acerca garbanzos, patatas y arroz, pero a mi paisana no le importa que no la reconozcan. “Me comprometí a servir al Señor y Él me cuida y protege ¡Para qué quiero más”, dice bajito y orgullosa. Tengo ganas de hacerle un pequeño homenaje antes de que la Congregación  se la lleve a Barcelona a descansar, pero me da que va a tener todo el tiempo ocupado hasta el día del traslado.

      La alcaldesa Carmena es más joven que mi monja Maximiana y, al decir de sus panegiristas, la nueva regidora de Madrid nunca se ha cansado de luchar por los derechos de las personas, incluso en los tiempos de Franco, como es natural entre los parias de la tierra española.
     
¡Ah, las personas! A diferencia de Maxi, la señora Carmena tiene un catálogo de calidades de persona tan original que le ha resultado exitosísimo para adquirir ese prestigio del que goza entre los pensadores del siglo y que a los que nos creemos cabales nos parece tan disparatado. La alcaldesa Carmena fue jueza de Vigilancia de las prisiones del Estado y una de las mayores contribuciones a los derechos de los prisioneros se explicó en un auto justiciero y aleccionador en el que se reprochaba a los funcionarios de prisiones su manía de sancionar a los internos de Eta por no levantarse como el resto de la población  reclusa a diana, pues con mover un brazo por fuera de las sábanas para comprobar que no estaba muerto o enfermo, debía ser suficiente a la hora del recuento que Instituciones Penitenciarias consideraba preceptivo. El cachondeo de los Patxis moviendo los dedos con el gesto de deja de molestar, pringao, no se lo agradecerán lo suficiente aquellos funcionarios que empezaron a comprender los extraños vericuetos de que se vale la Justicia para parecer legal. A los funcionarios de prisiones, todo lo referente a los asuntos de terrorismo, les suena desde entonces a cuerno quemado y comprueban a diario que todas las muertes no cuestan lo mismo. Los seguidores de la alcaldesa quieren ser jueces como su señora y condenan a muerte con la autoridad que les da su prestigio y ser considerados hombres buenos por estar contra el cáncer y el hambre infantil.... y ser propalestinos, ese pueblo de tantas eminencias.

      Lo más triste de todo este guirigay pseudodemocrático es comprobar que la jueza Carmena sigue con los mismos principios de cuando protegía la gandulería de los etarras. Los carceleros, el clero, los judíos, los fachas ¿? son personas, sí... pero menos.