sábado, 6 de junio de 2015

La de Victorino. Waterloo del Cid en una gran corrida de toros de lidia

LOS TOROS VISTOS POR EL QUE PAGA

Su Majestad el Toro, el único que (todavía) no ha perdido el respeto a la Plaza de Madrid


José Ramón Márquez

¡Victorinos en Madrid, y con El Cid! Ahí es nada. Cuando en marzo se confirmó que al fin, después de proponerlo y de intentarlo tantas veces en los últimos años, se daría la corrida de Cid y Victorino, hubo muchos que nos pusimos a relamernos de gusto pensando en un fin de Feria espectacular. En marzo tensamos el arco de nuestra ilusión entre el desafío de Iván Fandiño con seis ganaderías de respeto de antes de la Semana Santa y el fin de Feria de El Cid con Victorinos. Entre esas dos corridas, presumidas como triunfales, pensamos que podía estar el verdadero desafío, subversión de lo inevitable a favor del toreo con toros frente al anodino toreo de todos los días con el monoencaste. 

El toro listo frente al toro bobo. Los toreros frente al (falso) arte.

Hoy, cuando hace casi cuatro horas que ha finalizado la victorinada, de aquello apenas queda nada, salvo la constatación de dos entradas excelentes, igual en lo de Fandiño que en lo de El Cid, señal del interés que despiertan ante la taquilla los carteles basados en toros. Poca cosa es.

Victorino ha mandado a Madrid un encierro de victorinos en diversos registros, de los que al menos cinco de seis han tenido su juego. Dejo aparte al segundo, Petrarquista, número 70, un cárdeno blancuzco de poco cuajo y de menos juego como elemento discordante de una tarde en la que los toros de la A y la corona han puesto en Las Ventas una poco usual variedad de comportamientos, lo cual ha dado a la tarde el mayor interés para quien quiera mirar a los toros, sus cambiantes modos y humores y la manera en que evolucionan, o involucionan, a lo largo de la lidia. Victorino ha puesto en Madrid cinco toros de distinto carácter para que un torero dictase su magisterio y tuviese a su favor la posibilidad del triunfo en registros diferentes, para que pudiese dictar cinco lecciones frente a oponentes de diverso signo, condición y humor.

Desde el primero, Murrieto, número 73, de embestida suave y templada hasta el sexto, Mentorillo, número 82, serio y exigente, nadie que se haya dedicado a mirar al toro puede decir que se haya aburrido en la tarde de hoy. Por el contrario, los que vienen a la Plaza sólo a ver faenas las han palmado de lo lindo. Y por faenas se entiende aquí trasteos de muleta, porque faenas le han hecho hoy a El Cid unas cuantas y de las gordas, precisamente los que estaban allí para ayudarle. Lo primero, el apoderado, que le trae rodeado de un equipo de subalternos bastante deprimente. Desde que se jubiló Boni, o mejor aún desde la cornada de Gijón de Boni, El Cid ha perdido en su cuadrilla el exacto rigor de lidia, el orden y la disciplina que ponía ese grandioso peón que ha sido Rafael Perea. Se ve que Boni servía además para excitar lo mejor de Alcalareño, y ahí el hombre se defendía; ahora, sin el acicate del otro, el hombre se ha venido abajo y exhibe unos modos acomodaticios que en nada sirven cuando su jefe de filas necesita orden y rigor. Anotemos que Alcalareño estuvo eficaz en la brega  del primero y punto. El mitin que dio con las banderillas, como el que dio en abril en Sevilla, no son de recibo ni hacen bien alguno a su matador. Y menos mal que Curro Robles, que lidió con maestría al cuarto, Mojonero, número 79, y estuvo pundonoroso con los palitroques, ha brillado realmente entre los de plata.

No se entiende que un hombre venga a una cita tan crucial, con un ganado de tanta exposición, tan solo, que no venga rodeado de los mejores, de Otero, de Jarocho, de Adalid, de Aranda… y que me perdonen lo demás buenos que no pongo, que no se trata de hacer una lista, y que le traigan con unas cuadrillas de todo a cien. Y lo de los pencos del kevlar, lo mismo, y menos mal que estaba ahí Tito Sandoval para, en el sexto, en una solitaria vara, demostrar lo que es el arte de torear con el penco afaldillado, provocar bellamente la embestida del toro  y colocar con suavidad y precisión la puya en su sitio, midiendo el castigo. La única ovación de toda la tarde fue para Tito, y con eso ya se explica bastante la cosa.

Bien, pues ahí tenemos a Manuel Jesús El Cid sin labor de apoderamiento, sin peones, sin picadores,  más solo que Adán el día de la madre, con su vestido de nazareno y oro frente a los seis cárdenos de Las Tiesas, que ya me hubiese gustado ver cómo hubiesen planteado una corrida de esta trascendencia para su torero apoderados de los buenos como Luis Álvarez o José Luis Marca, cada uno en su estilo. Un hombre solo y frente a él la seriedad de un encierro de toros, no de monas ni de perros amaestrados, no de colaboracionistas ni domésticos, toros de lidia con sus dificultades, ecuaciones de difícil solución que demandan, ante todo, arrojo, valor y corazón. Escribano demostró el camino el día anterior, y es evidente que la calidad de Escribano como torero no puede compararse a la de El Cid, pero Escribano explicó de manera neta que el torero muchas veces tiene que embestir con más fuerza y con más ansia que el toro. Sobran ejemplos de eso, pero este es tan próximo, tan equivalente, como cuando comparábamos la ruina de la DDR frente a la prosperidad de  la RDA en la época en que echaron abajo el muro de Berlín. Escribano con un Adolfo planteó ayer lo que El Cid habría planteado con estos mismos Victorino de hoy hace seis o siete años. Cada uno en su estilo.

¿Qué le ha faltado a El Cid? ¿Decisión, ganas de jugársela, necesidad, valor? Vaya usted a saber, pero el hecho es que en esta tarde aciaga del 5 de junio apenas le ha salido nada bien, ni con el capote ni con la muleta. Citó en distancia por dos veces y dos veces se quitó, prefirió trazar los trasteos en las distancias cortas, reduciendo el riesgo, sabedor de que más lejanía significaba que los toros le iban a pesar mucho más, renunció a ejecutar trasteos poderosos cuando los toros lo demandaron, y no acabó de sobreponerse a sí mismo cuando la tarde tomaba un color grisáceo tirando a negro, como aceptando la inevitabilidad de aquello. Un par de naturales de gran trazo y encaje a su primero como único bagaje es como para declarar hoy zona catastrófica al ruedo de Las Ventas.

Manuel Jesús Cid es el torero que ha toreado con mayor pureza, con más clasicismo en Las Ventas en todo lo que llevamos de siglo XXI. El estilo que él representa, basado insoslayablemente en su depurada concepción de la lidia, aquilatada a la antigua en tardes a cara de perro en el Valle del Terror, está llamado a desaparecer, anegado en la neotauromaquia, el toreo ligero de toro trotón y saltarín correteando tras un trapo que ni manda ni torea. Por eso es que el fracaso de esta tarde de El Cid es una media lagartijera que muchos nos llevamos bien puesta, y aquí estamos a estas horas, en esta tibia noche de desesperanza, tragándonos la sangre, con la boca cerrada y con las patas abiertas para intentar no caer.

¡Qué hostia! ¡Qué hostia!
(Rita Barberá)

 El Pífano

 Cándido, el ex fiscal

 El palo de selfie

 Victorino, que echó una gran corrida de toros de lidia

 La papela de Abella

 Presentimiento femenino

 Cruzarse (de piernas)

 Jean Palette

 El programa

 Ramoneo por Victorino Martín

 Sanedrín

Abella toreando al natural en su nido

 El Cid entre sus apoderados
(¿Qué ventilaban ahí?)

 Las confidencias de Pirri

 Alcalareño haciendo de espejo

El Cid ante su Waterloo

 A los cursis de la soledad del portero ante el penalty

 ¿Por qué vino así a Madrid?

 ¿A qué vino así a Madrid?

 ¿A conmemorar los doscientos años de Waterloo, que se cumplen este mes?

 La puerta está abierta

 Murrieto, el primero

 El empresario de Bilbao

 La tauromaquia socialdemócrata ha acabado con el cuadro

 Sólo nos queda el toro...

 ...y van por él
(La Selecta Crítica derramará todos sus palos de este Waterloo
 sobre los lomos de los prusianos, que son los toros)

 En el nombre del Padre...

 ...del Hijo...

 ...y del Espíritu Santo

 Amén

 Al aire de su vuelo

 La merienda de Telemadrid

 Caronte

 Tito Sandoval, la única ovación de la tarde


Reducto de aficionados