lunes, 29 de junio de 2015

La novillada de Gabriel Rojas. ¿Y Abella? Où est Abeya? Abeglia, dove é? Wo ist Abeya? Where is Abeya, dad? Gdje je Abeya?

 La caló


José Ramón Márquez

¿Y Abella? ¿Dónde se metió hoy ese delicioso bibelot al que todos sus devotos conocemos como Abeya? ¿Estaría en la cámara, por el calor, como el género de las pastelerías? He aquí la pregunta que hoy saltaba de tendido en tendido, por las gradas, por las andanadas. Où est Abeya? decían unos quebequeses en la fila 25 del 8; Abeglia, dove é? se interrogaban unos milaneses sudando tinta china en los bajos del 5; Wo ist Abeya? se oyó preguntar a unos muniqueses en el balconcillo del 9, con su peculiar acento; un matrimonio de Liverpool oyó a su rubicundo nene preguntar Where is Abeya, dad?, y hasta unos bosnios algo malencarados vestidos con camisetas del Real Madrid se extrañaban esta tarde: Gdje je Abeya? La Plaza era un sinvivir al ver desasistido el burladero 27, el nido de Abeya, ocupado sólo por el canoso y por El Puno y sin rastro de quien da sentido a esa envidiada localidad, aleph de la Plaza Monumental de Madrid, hoy algo menos monumental por la ausencia de su Gerente. Hubo quien dijo que Abeya no pudo ir al burladero 27 (3 x 3 x 3, en la tradición esotérica) porque la nueva presidenta de la Comunidad Autónoma le había encargado un recuento pormenorizado de todos los desperfectos que alberga la Plaza y el hombre no da abasto a rellenar sus libretas con todo lo que hay: desconchón en la escalera, otro, otro, otro, otro...; orín en las balaustradas, falta de pintura, desconchón en la grada, otro, otro, banda metálica del pasamanos reventada por la intemperie, otra, otra, otra, números ilegibles, grifo que no echa agua, otro, otro, urinario roto, cintas colgando del techo de las andanadas... y si está así lo que se ve, no te quiero decir cómo estará lo que no se ve: los cuadros eléctricos, las conducciones de  saneamiento, los imbornales... inacabable relación de desperfectos, catálogo de la incuria en el que lo fácil es decir qué hay en estado de revista -¿nada?-  y así terminamos antes.

La cosa es que Abeya ni estaba ni se le esperaba, pero quien se fijase con cuidado, cosa que no se puede exigir a los centenares de extranjeros que poblaban la Plaza, algunos de los cuales ni siquiera saben quién es Abeya, se daría cuenta de que hoy estaban vacíos todos los burladeros que van rotulados con el letrero que dice “Comunidad Autónoma”, así como el Palco de dicha Comunidad, propietaria del coso, con lo que la manifiesta defección del Ayuntamiento de la semana pasada parece que es seguida por la de la Comunidad, que mueve muchas más entradas de las de gañote. Algún malintencionado apuntó a que las artes florentinas de Abeya podían haberle llevado a no querer mostrarse en público hasta que se sepa de manera segura cuál va a ser la postura de la Comunidad respecto a la cosa taurina, por no meter la pata ante los nuevos amos; otros apuntaban a que Ciudadanos en otro de sus bandazos en busca de alguna identidad propia maneja la cosa antitaurina con el fin de darse pisto ante los jóvenes más sensibleros y adocenados y Abeya no quiere significarse.

Sin la presencia de Abeya en su nido, pues, se dio el festejo anunciado con seis novillos de Gabriel Rojas para Mario Diéguez, Alberto Escudero, nuevo en esta Plaza, y Alejandro Marcos.

Sobre el encierro de Gabriel Rojas hay que resaltar lo injusta que es, a veces, la afición. Una voz  de buen timbre y brillante sonoridad reclamó al ganadero que mandase sus productos al matadero y, sinceramente, con lo que llevamos visto, no creo yo que fuese hoy el día para tomar decisión tan drástica, mayormente porque los novillos no eran unos el calco de los otros, como suele ocurrir, sino que tenían sus cosas, que es lo que hace la tarde grata a quien va a fijarse en los toros. Empezaremos por el primero, Cornete, número 12, que intentó saltar sin éxito al callejón en el 4 por donde los médicos y como no lo consiguió, se dio una vuelta completa a la Plaza para tomar impulso y volver a intentarlo, esta vez con éxito, en el mismo sitio. Cosas de las querencias. Nada que ver con aquel mítico novillo de la ganadería de don Carlos López Navarro de Colmenar Viejo, de cuyo nombre no se guarda memoria, que a finales del siglo antepasado saltó diecinueve veces la barrera de la Plaza Vieja de Madrid y lo intentó sin éxito otras seis. Puede decirse que entre el saltarín Comete y el Piconero, número 2, que apretó lo suyo en una buena vara de Pedro Iturralde, echando arriba  el cuarto delantero del caballo, y a punto de derribar si no es por lo bien agarrado que el piquero tenía el puyazo, entre esos polos se movió el festejo, que no resultó ni mucho menos aburrido, y en el que hubo un toro, el tercero, Encharcado, número 31, de muchas dificultades así como de mucha promesa de firme éxito para quien supiera hacerle las cosas como es debido. 

Últimamente vemos cómo se cargan las corridas, desde las la de Partido de Resina, Miura, Adolfo o Victorino, en la Feria, hasta la de Aristráin del domingo pasado, cuando han echado ganado que no está en el registro de lo de todos los días, animales que son diferentes los unos de los otros, con más gotas de mansedumbre o  más gotas de bravura, con la sorpresa que da el toro no previsible, con la emoción que trae el toro que se entera, con el interés que pone en el ruedo el contemplar la evolución del comportamiento del animal durante la lidia. Parece como si ya sólo hubiese que juzgar al toro en relación a los muletazos -¿trapazos?- que se dejó pegar. En este sentido, interesante la novillada en la que el único garbanzo negro de la sosería ha sido el colorado tercero, Rinconcillo, número 35, que se quedó más suave que un guante por el batacazo que se metió tras una voltereta a cámara lenta.

Mario Diéguez volvió a Madrid con los mismos picadores que hace un año, y casi con la misma cuadrilla, en la que salió Miguel Cubero y ha entrado Francisco Charro. El año pasado vino a Las Ventas con tres apoderados Bravo/Anaya/Gilbert y hoy ha venido sin ninguno, a la desesperada como aquél que dice. El programa informa de que el año pasado toreó cinco corridas y esa falta de oficio se aprecia de manera especial en su forma de matar, quedándose en la cara del toro. Lo más interesante de su actuación fueron unos redondos en su segundo. En ambos toros fue atropellado y acabó la tarde como un Ecce Homo con el vestido hecho jirones y embadurnado de sangre. 

Alberto Escudero es de Salamanca y a él le correspondió el lote de la tarde. Su primero fue el Encharcado del que se habló más arriba, un novillo agresivo, listo, de embestida a veces incierta, con mucho que torear. Escudero, que agarra la muleta por donde se debe, le planteó la faena con entereza y poco mando, por lo que la casta del novillo fue imponiéndose al trasteo. A la salida de una serie el diestro cayó al suelo haciéndose él mismo el quite de manera providencial. Su segundo fue un toro con todas las de la ley en cuanto a presencia y  de nuevo Alberto Escudero no rehuyó la pelea. No debía ser nada fácil estar frente a Piconero, toro exigente y serio, ante el que de nuevo el novillero volvió a plantear sus argumentos con valor y decisión. A este toro lo despenó de una estocada de fulminante efecto y de pésima ejecución. Deja cartel y apetece volver a verle.

Alejandro Marcos llamó la atención de algunos aficionados en su anterior actuación en Las Ventas al principio de la temporada. Hoy ha dado una de cal y otra de arena. A su primero, el de la voltereta, le toreó con parsimonia y buscando el clasicismo, dando el medio pecho, adelantando el trapo, dejando la pata en su sitio -o alrededores-, agarrando la muleta por el centro del palillo. El bicho estaba molido, o acaso su condición era caracolesca, por lo que el torero se pudo explayar y crecer ante él. Las tornas cambiaron con su segundo, Lindero, número 19, un toro de más casta, más listo y menos apto para tirar líneas: un toro para torear. Ahí Marcos se vino bastante abajo y le faltó el conocimiento o la decisión para ajustar su tauromaquia a las condiciones del de negro y, naturalmente, vencerle. La cosa en este segundo se movió en el pantanoso terreno de las afueras, de la desconfianza que procede de la aceptación del propio límite. Lo que más le jalearon fue un pase del desprecio, que hay que ver lo que gustan a las gentes estos pases en que apenas se torea; lo mejor de la faena, unos naturales de uno en uno tragándose el miedo. Apetece volver a verle con toros que exijan.

Ya hemos dicho lo bien que estuvo Pedro Iturralde con el cuarto. Además es justo reconocer la estupenda brega de Manolo Linejo, también en la cuadrilla de Alberto Escudero,  al segundo de la tarde.


 Arco

 Círculo

 Círculo y arco

 Abeya no está
Abeya hace peyas

 Palcos desiertos

 Invitadas de don Julio Martínez

Paseo