viernes, 5 de junio de 2015

Manuelada


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

De los toros, como dijo el otro, lo más bonito es pensar que vamos a ir a los toros.

Toros es lo de hoy, no lo de Beneficencia.

Seis toros victorinos en Madrid, para Manuel Jesús Cid, El Cid, que ya se encerró con otros seis en la mayor corrida del siglo, el sábado, 25 de agosto de 2007, en Bilbao. Nadie más lo ha hecho.

Aunque, en este momento de posmodernidad fordiana (“la historia es una estupidez”, Henry Ford), ¿qué podrá ninguna historia ante el avasallador “derecho al olvido”?

Esta semana pasaron por Madrid los toros de Pablo Romero (¡los Ava Gardner de la Fiesta!), y los revistosos los despacharon como un concejal de urbanismo despacharía su visita municipal a la catedral de Burgos, donde él sólo vería un magnífico solar para una promoción de adosados.

Los toros victorinos llevan cincuenta años alzando sobre la luna de sus cuernos la única gloria de la casta brava, y si un hombre se encierra con seis está haciendo una hombrada. Como ese hombre, que ha sido la pureza del toreo, se llama Manuel, y lo ha hecho dos veces, lo llamaremos manuelada, ahora que el manuelismo apunta a silabario de Madrid.

Para garantizar la masiva estupidez contemporánea, está la socialdemocracia. “Se torea mejor que nunca”, dicen los “profesionales” del toro. “El mejor periodo (la Santa Transición) de nuestra historia”, dicen los “profesionales” de la política. Y para poder decir eso suprimen, en la escuela y en los toros, la historia.

Cuando el acontecimiento taurino sea para los españoles simple espectáculo –avisa Tierno en los 80–, los fundamentos de España como nación se habrán transformado.

Que es decir desmoronado, porque, para él, la conformación psicológica de la unidad nacional de España son los toros, como la de Italia es la ópera o la de Inglaterra el Parlamento.

Para mí los toros siguen siendo la cara del Cid al subir a la furgoneta (cara de paracaidista de la Easy al subir al planeador de Normandía) aquella tarde de agosto en Bilbao.