Abc
El espíritu de Juanito que se invoca para la remontada de mañana no es más que el evangelio según Montecristo.
–¿Quién soy yo? –tiene cara de preguntarse, desde que vino, Diego López, ninguneado por las interesadas viudas del casillismo rampante.
Y mañana es el día en que Diego López ha de responderse lo que, desde que vino, lleva uno pensando:
–¡Yo soy Dantès!
Edmond Dantès, conde de Montecristo, marino marsellés, denunciado por advenedizo y encerrado catorce años en las mazmorras del Châteu d’If, “rocosa prisión lavada por las olas”, de la que consigue escapar para consagrarse a la realización solemne de su venganza.
–Toda la sabiduría humana se contiene en estas palabras: esperar y tener esperanza –fue el legado del conde para sus amigos.
Con los goles del Real contamos: Cristiano, aun medio cojo, como en Dortmund, nunca falla.
Porque Cristiano no ha fallado ni aun cuando ese bolsón de pipas que es el Bernabéu ovacionaba, no hace tanto, a Silva (coño, y a Llorente) para ningunear a Cristiano… por extranjero, que hasta esas regiones de la idiocia transporta la prensa socialdemócrata al piperío patrio.
El héroe, pues, mañana sólo puede ser Diego López, como hombre que ha encontrado su guerra, que es la nuestra: la Décima.
Contamos con los goles de Cristiano y confiamos en Diego López para evitar los de Lewandowski, ese Claudio Barragán pasado por Adrien Brody.
Creemos en el evangelio según Montecristo e invocamos el espíritu de Juanito, el tipo que en Burgos se fugó de un arresto en la mili para jugar un partido en Puertollano, donde se hizo llamar González para no levantarle al sargento la liebre.
Juanito, que tenía más de taurino que de futbolista, era supersticioso, y los supersticiosos de hoy nos recuerdan que la remontada al Anderlecht (6-1) fue precedida por una victoria en el Manzanares, circunstancia, sin embargo, que hace quince años dejó de constituir un prodigio.
Esta vez el único prodigio en el río ha consistido en salir ilesos de Diego Costa, que es franquicia atlética, mascota de la prensa cani y consentido del Régimen villarí, cuya justicia le indulta las sanciones y cuyos árbitros le ríen las gracias.
El Borussia no es mucho más que el Atlético, aunque el Madrid naufragara en su estadio como tantas veces lo hemos visto naufragar en El Sadar, acometido por el síndrome del ñu, que degenera en estampida.
Y lo de Dortmund no es de ahora, que vine en “La guerra de las Galias”, crónica que seguramente no haya leído Özil, pero tampoco Sergio Ramos, cada día más Bosé y menos subteniente Remón.
Así explicó César al Borussia de Dortmund: “No hay mayor honor para los pueblos germanos que el de haber creado el vacío a su alrededor y el de haberse rodeado d espacios desérticos, cuanto más extensos mejor. A su parecer, la marca inconfundible de la virtud guerrera consiste en que sus vecinos, expulsado de sus tierras, emigren, y que nadie se atreva a quedárseles cerca…”
En Dortmund sólo aguantaron Diego, Varane, Coentrao y Cristiano. Es la hora del resto.
PONERSE EN LO PEOR
El ministro De Guindos soltó ayer en la portada de ABC el secreto del gobierno, que es una cosa muy de Murphy: “Nos ponemos en lo peor para que las sorpresas sean positivas”. Y en las páginas de Deportes, hablando de otra historia, aparecía la respuesta de Hughes: “Lo peor no será perder, sino la nostalgia que nos entrará.” Se refería a la remontada en un Bernabéu que no será el soñado por Mou: el de la final Inter-Bayern. Nostalgia, pues, de los 80, que acabaría siendo nostalgia de Sanchís, el “augusto” de Sergio Sauca.