Olano y Dalí
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Dalí, como un río de leones, en el Reina.
Viene del Pompidou, en París, donde han contado casi un millón de visitas, ahora que todos los museos son como la red “SigoJoven”, donde lo que cuenta son las parejas que visitan tu perfil de galán con plan de pensiones.
¿Por qué Madrid?
Porque Dalí es monárquico a lo Richard Harris (Bob el Inglés) en “Sin perdón”.
Una República es de cocheros.
Por la motoposcopia pombiana sabemos que Dalí tiene la sexta raya de la frente, reveladora del genio, y es profeta, porque, como todos los profetas, tiene un lunar bajo la paletilla derecha, que es Gala.
–La cadera de Gala es el principio y el fin de todas las cosas… Pero Fortuny, Fortuny es el genio. Picasso estaba acorralado por los políticos. Todo el arte moderno empieza en Fortuny. Goya, al lado de Velázquez, no pasa de ser un caricaturista.
Genio, profeta y santo, pero chiflado, cosa no del que pierde sus facultades mentales, sino del que desvía su imaginación y oscila entre lo absurdo y lo verdadero: una gracia del perturbado.
¿Por qué Madrid?
Por las dos cosas más afortunadas que pueden acontecer a un pintor:
–Primero, ser español, y segundo, llamarse Dalí.
(Contrapunto de la amargura impostada de Larra: “Suponte que eres español y no te aflijas”.)
Y si de Dalí uno habla casi como de un pariente es por culpa de Olano, que hablaba de Dalí (incluso delante de Pepín Bello, el espíritu puro del pijerío de la Residencia) como de un tío suyo de Villalba con quien había navegado en Cadaqués arrojando hippies por la borda.
¡Calandria de manicomio!
¿Por qué Madrid?
Porque en Madrid fue donde Quevedo sorprendió al ciego llevando a un cojo al hombro.
Dalí (“¡Oh Salvador Dalí, de voz aceitunada!”) es el ciego (pintor) que lleva a un cojo (escritor) al hombro.
Que los pintores, dice Dalí, son muy tontos, y menos mal que él es escritor, pues los escritores son más inteligentes.