Ribéry
Pepe Campos
Profesor de Cultura Española
en la Universidad de Wenzao, Kaohsiung, Taiwán
Existió en el fútbol durante décadas la costumbre italiana de que sus jugadores, tiarrones hechos y derechos, se dolieran en el suelo eternamente para, principalmente, parar el juego del rival, arañar minutos, conseguir el favor del árbitro o descansar. Los italianos llevaron este proceder hasta el último estadio de la perfección, y para cualquier equipo no italiano suponía un calvario superar todas esas pruebas de dolor. La vieja Copa de Europa -la de verdad, por aquello de enfrentar a los campeones, no a los segundones-, llegadas las fases que daban paso a la final, tenía que soportar estos ardides de los jugadores de la Juventus o del Milán, sus equipos más asiduos. Luego estos mismos equipos, como contrapartida, tenían en su plantel a hombres rocosos, especialistas en ‘secar’ a las estrellas rivales.
Pensemos en Claudio Gentile.
Sobre el dolor escribió D. Pío Baroja su tesis doctoral cuando todavía casi no había nacido el fútbol, en 1896. La tituló El dolor. Estudio de psicofísica, y en ella llegó a escribir:
“En el mundo moral (…) así como es una gran verdad el aforismo del Eclesiastés que dice que 'Quien añade ciencia añade dolor’, puesto a la inversa resultaría también cierto ‘Quien añade dolor añade ciencia’. Si nos fijamos en la fisonomía del hombre que sufre, veremos que a la que más se parece es a la fisonomía del hombre que piensa”.
Tomada esta cita en su máxima expresión llegamos a la revolución futbolística del Barcelona actual, aportar ciencia al juego -el tiqui-taca- y expresar dolor por su causa -tirarse al suelo, sus jugadores, con gestualidad de paredón de fusilamiento-. Todo ello da la impresión de que sus futbolistas son hombres que piensan, y, por lo tanto, que lo piensan. Y lo hacen. Piensan, se duelen: ciencia. Pensemos en ese gran pensador que es Dani Alves. No digamos, Sergio Busquets.
Las revoluciones, cuando están tan meditadas, no hay manera de pararlas, se imponen, se instalan, caminan. De tal manera, ya encontramos jugadores que piensan y sienten en casi todos los equipos. Que piensan y se duelen. La moda ha llegado incluso a Alemania, cuyo fútbol siempre presumió de hombría, de hacer pupa a los demás y nunca dolerse. Es decir, era un fútbol poco pensado. Una antigualla. Pero afortunadamente ya ha sufrido las mieles pensantes de la revolución de la ciencia y del dolor, y la llegada de su última escala “el dolor añade ciencia”. Así, por ejemplo, en el Bayern Múnich, ha recalado uno de los hombres que mejor da la fisonomía de persona que piensa, Franck Ribéry. Da la sensación -dolor- de haberse curtido en temibles batallas, y cuando se duele todos sentimos dolor de veras. Ribéry transmite puro pensamiento y pura ciencia. No sabemos si es una mezcla dolorosa de Francia y de Alemania.
El Barcelona, que ha transmitido tanto dolor estos años, y que los árbitros se lo han valorado con creces, en el duelo con el Bayern Múnich tiene que salvar la difícil prueba de dolerse más que Franck Ribéry, un recreador de Molière. Un verdadero artífice de la simulación, cuya ciencia se ha adueñado del escenario del fútbol, con filosofías bien pensantes. Con políticas correctas y con claves asumidas. Ya lo dice Dani Alves: “El respeto que hay en este grupo es espléndido. Todo el mundo sabe lo que tiene que hacer y sólo tienes que encargarte de hacer lo tuyo lo mejor que puedas. No hace falta que tus compañeros te recuerden nada, tú ya lo sabes”.
Puede que sea la suma del dolor brasileño y de la ciencia catalana.
Hoy, Ribéry y Alves. Un dolor en la cumbre.
Alves