martes, 24 de enero de 2012

Casino


Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Gallardón llorando al despedir a Cobo, Cobo llorando al despedirse de Gallardón… Lo natural era que el Ayuntamiento de Madrid, ese lacrimatorio, acabara en manos de una mujer.

Ese lacrimatorio guardará, pues, la última lágrima de un alcalde moribundo, la que viene después del combate de la agonía (“municipal y espesa”, que diría Rubén), y todos sabemos de la pelea de Gallardón por ser ministro.

No me gustan los políticos que lloran, y menos si son ministros: el llanto es tan contagioso que acaba uno, que no ha hecho nada, llorando con ellos.

Viendo llorar a Gallardón, pensé en el relato que Madariaga hace del discurso electrizante de Churchill a la Cámara para animar al país a luchar en los campos y en las ciudades, en las calles y en las casas… En pleno y general entusiasmo, Churchill se inclina hacia Eden, que era su Cobo, y le murmura:

No sé con qué vamos a bregar con esos c…, como no sea con botellas de cerveza.

“Esos c…” eran los nazis. Churchill volvía del Cuartel General, donde, al preguntar cómo estaban las cosas, el jefe de la Aviación le contestó: “Acabamos de enviar el último escuadrón”.

¿Cómo sería hoy Europa, sólo con que Churchill, en trance tan dramático, hubiera dejado escapar un singulto? ¿Qué tenían aquellos conservadores británicos que no tengan estos conservadores españoles?

Yo, que podría ser conservador, en política sólo lloro de risa: la última vez, hace un rato, con un “tuit” de alguien para quien hay las mismas probabilidades de que Garzón sea Dreyfus como de que Almudena Grandes sea Zola.

Hagan juego, señores –dicen Aguirre & Botella, que van a montar un casino.

Mujeres.

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