sábado, 21 de enero de 2012

Equus

Victoria Vera

Ignacio Ruiz Quintano
Abc

No era el champú de huevo que nos cantaba el divino Tino (Casal). Es el champú de caballo, idiota (Clinton), lo que hace crecer el pelo. En Madrid no se habla de otra cosa.

La verdad es que el primer pelo que vimos los joveznos de la Santa Transición fue el de Victoria Pérez Díaz (Victoria Vera para el mundo) en “Equus”, aunque un amigo mío de Barco de Ávila sostenía que María José Goyanes lo había enseñado primero.

Yo ahora salgo menos, porque las calles de Madrid están muy peligrosas: o te caza el Gobierno para ponerte en una Dirección General o te caza el Ayuntamiento para meterte en un teatro.

No me gusta el teatro: todavía recuerdo lo que una vez lloré en “Dulce pájaro de juventud” viendo sufrir a Chance porque se le estaba cayendo el pelo. Pobre Chance. ¡Pensar que lo suyo se hubiera solucionado con una nube de champú de caballo disuelta en la ducha!

Me he enterado del milagro del champú de caballo en la barbería, cuando un vecino calvo de toda la vida, a la pregunta del barbero sobre dónde quería la raya, ha exclamado:

¡Al medio!

Hoy, aquel adolescente de Shaffer sexualmente fascinado por los caballos somos todos, que da susto ver por la calle esos setos púbicos en las testas de toreros, políticos y estrellas de la TV que parecen las peluconas de Carlos III, aquellos duros antiguos que en Cádiz (¡el bicentenario liberal!) tanto dieron que hablar.

Yo, mourinhista, pediré el caballo blanco, pues sobre un caballo blanco bajó Santiago a la batalla de Clavijo, negándome a transigir, como aconsejara Maeztu, ni con que fuera tordo el caballo.

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