Pedro Ampudia
Anoche la tragedia griega en que se habían convertido los clásicos escribió su último y, esperamos, definitivo acto. Fue el Madrid Antígona, rebelado contra el fatum y Orestes, perdonado por el Olimpo del fútbol. Cambiaron ayer las tornas y fueron los blancos la némesis de la hibrys azulgrana, de esa prepotencia disfrazada de humildad. Sistemas y alineaciones aparte, quedó demostrado que el fútbol es un estado de ánimo, como la belleza según dijo Zola, y que frente a la efervescencia del orgullo no se puede oponer nada. Once hombres, once, vapuleados por la historia, en rebeldía contra el destino. "La rebeldía es la virtud original del hombre", nos dejó dicho Schopenhauer.
Mourinho plantea siempre las eliminatorias como partidos de cuatro cuartos de cuarenta y cinco minutos. Mourinho sabe, mejor que nadie, que la clave está en llegar vivos al entreacto. La clave del Barcelona, dejémonos de circunloquios, se llama Messi que te destroza dos líneas con un eslalom y convierte las pizarras en papel mojado. El tiqui-taca de Xavi y compañía no es más que el "mice en place" para que el argentino remate el plato. Con la táctica del partido de ida, tan denostada, el Madrid se fue al descanso ganando y así siguió hasta que a Ramos le dió por cambiar las marcas. Como dijo Arbeloa, Mourinho propone pero los jugadores disponen. Escribió con razón Ruiz-Quintano que el agit-prop anti-mourinhista quería un tú a tú para echarse una risas, pero el portugués no les quiso contar ningún chiste.
A Casillas le hemos llegado a ver como el Petain de un Vichy instalado en el Bernabéu colaborando activamente con el Mal. Lo peor de lo sucedido ayer es la demostración de que los milagros y los trofeos no le han servido de nada al de Móstoles en eso que Caparrós llama "el otro fútbol". Su irrelevancia como capitán del Real Madrid es apabullante, valga el oxímoron. No pedimos la exuberancia caciquil de Hierro, ni el "come pasto, burro" de Redondo. Nos conformaríamos con que fuese capaz de provocar cierto respeto entre árbitros y contrarios al estilo de Raúl González. Debería aprender de su amigo Hernández cómo dominar esa fase del juego en la que el balón está parado. Anoche se fue a por lana a un tumulto y volvió trasquilado.
Lo del árbitro fue de risa, pero lo que fue un escándalo fue lo de Özil. El sufí batió todos los records de la mística al pasarse más de noventa minutos levitando. Özil no corre, sobrevuela el césped yendo y viniendo como una pluma mecida por el viento. Cuanto más rápido ejecuta los movimientos más lentos parecen como si fuera un jugador de moviola. Pensando en este Özil y en este Madrid de Mourinho me vienen a la mente los versos del turco Nazim Hikmet:
El más bello de los mares
es aquél que no hemos visto.
El más hermoso de nuestros hijos
todavía no ha nacido.
Nuestros días más hermosos
aún no los hemos vivido.
Y lo mejor que tengo que decirte
todavía no te lo he dicho.
Anoche la tragedia griega en que se habían convertido los clásicos escribió su último y, esperamos, definitivo acto. Fue el Madrid Antígona, rebelado contra el fatum y Orestes, perdonado por el Olimpo del fútbol. Cambiaron ayer las tornas y fueron los blancos la némesis de la hibrys azulgrana, de esa prepotencia disfrazada de humildad. Sistemas y alineaciones aparte, quedó demostrado que el fútbol es un estado de ánimo, como la belleza según dijo Zola, y que frente a la efervescencia del orgullo no se puede oponer nada. Once hombres, once, vapuleados por la historia, en rebeldía contra el destino. "La rebeldía es la virtud original del hombre", nos dejó dicho Schopenhauer.
Mourinho plantea siempre las eliminatorias como partidos de cuatro cuartos de cuarenta y cinco minutos. Mourinho sabe, mejor que nadie, que la clave está en llegar vivos al entreacto. La clave del Barcelona, dejémonos de circunloquios, se llama Messi que te destroza dos líneas con un eslalom y convierte las pizarras en papel mojado. El tiqui-taca de Xavi y compañía no es más que el "mice en place" para que el argentino remate el plato. Con la táctica del partido de ida, tan denostada, el Madrid se fue al descanso ganando y así siguió hasta que a Ramos le dió por cambiar las marcas. Como dijo Arbeloa, Mourinho propone pero los jugadores disponen. Escribió con razón Ruiz-Quintano que el agit-prop anti-mourinhista quería un tú a tú para echarse una risas, pero el portugués no les quiso contar ningún chiste.
A Casillas le hemos llegado a ver como el Petain de un Vichy instalado en el Bernabéu colaborando activamente con el Mal. Lo peor de lo sucedido ayer es la demostración de que los milagros y los trofeos no le han servido de nada al de Móstoles en eso que Caparrós llama "el otro fútbol". Su irrelevancia como capitán del Real Madrid es apabullante, valga el oxímoron. No pedimos la exuberancia caciquil de Hierro, ni el "come pasto, burro" de Redondo. Nos conformaríamos con que fuese capaz de provocar cierto respeto entre árbitros y contrarios al estilo de Raúl González. Debería aprender de su amigo Hernández cómo dominar esa fase del juego en la que el balón está parado. Anoche se fue a por lana a un tumulto y volvió trasquilado.
Lo del árbitro fue de risa, pero lo que fue un escándalo fue lo de Özil. El sufí batió todos los records de la mística al pasarse más de noventa minutos levitando. Özil no corre, sobrevuela el césped yendo y viniendo como una pluma mecida por el viento. Cuanto más rápido ejecuta los movimientos más lentos parecen como si fuera un jugador de moviola. Pensando en este Özil y en este Madrid de Mourinho me vienen a la mente los versos del turco Nazim Hikmet:
El más bello de los mares
es aquél que no hemos visto.
El más hermoso de nuestros hijos
todavía no ha nacido.
Nuestros días más hermosos
aún no los hemos vivido.
Y lo mejor que tengo que decirte
todavía no te lo he dicho.