El Pipo con Benítez y José Fuentes
José Ramón Márquez
Vaya plasta con los derechos de la cosa pelmaza del gediez, pardiez. Ya tenemos los carteles de Valencia, que no son ni mejores ni peores que los de hace un año. La única diferencia significativa está en que este año anda por medio la empresa ésa de los derechos, la Jindama TV, con toda la troupe de cabilderos: el tío Jindama, el periodista, el heredero de Gallito -Gallito de Dos Hermanas, supongo- y el tapadillo, a ver lo que arrebañan entre todos en estos tiempos de crisis y a ver si, burla burlando, hallan amparo en las huchas peperas, al menos un céntimo sanitario para ellos, por la vía que se estime oportuna.
A mí, particularmente, esos carteles de Valencia me dan absolutamente por igual; desgraciadamente no me provocan la necesidad de coger el auto o subirme al Ave para irme al tendido de la calle de Játiva, y ésa es la mala noticia. Claro es que, como esa misma reacción me viene pasando hace ya unos cuantos años, entiendo que los carteles son, en general, de similar jaez a los de los años precedentes: digamos que estupendos para una ciudad en fiestas y decepcionantes para este selecto y algo casposo grupo de cascarrabias llamado ‘la afición’.
En las actuales circunstancias, el hecho de que no vaya Perera a Valencia por problemas alambicados de despachos y covachuelas entiendo que representa exclusivamente una pésima noticia para Perera, de igual forma que el hecho de que July no vaya a Sevilla, tal y como se dice en los mentideros, es una gran suerte para el pequeñín de Velilla y, sobre todo, para los sevillanos. Sinceramente, no parece que exista un clamor popular que obligue a Casas o a Canorea a reconsiderar esas contrataciones, y eso que ambos son gedieces.
Se ha señalado por doctas plumas el hecho de que la aparición de la Jindama TV trae consigo la desaparición del apoderado tradicional, de su papel a medias entre ‘jefe de gabinete’, ‘salesman’ y ‘dircom’ de los toreros de tronío, figura que comienza con Gallito, el de verdad, y que tiene su cénit en José Flores Camará. Se señala siempre a los grandes del apoderamiento para concluir que con ninguno de ellos -Camará, los hermanos Gago, Domingo Dominguín, Rafael Sánchez El Pipo- se habría llegado a esta situación que estamos viviendo en los albores de esta temporada. Las ucronías sirven para fantasear y nada más, pero en ésta se pierde particularmente de vista que lo que representaban aquellos matadores -Manolete, Arruza, Luis Miguel Dominguín, Manuel Benítez, cada cual en lo suyo- no se compadece con lo que significan hoy en día los toreros a los que contemporáneamente llamamos figuras. Como muestra valga la simple constatación de la cantidad de corridas de las del año pasado en las que han estado encartelados July, Ponce, Cayetano o Manzanares, por decir cuatro a vuelapluma, y en las que el protagonista de la tarde, y esto no es nada halagüeño, ha sido San Cemento; y ante esta inapelable constatación, que no salga nadie con la monserga de la crisis, que con Manolete y Arruza, con una guerra recién acabada y las cartillas de racionamiento en la calle, las plazas se llenaban, y no creo que todas aquellas personas fuesen estraperlistas.
Lo que melancólicamente revela la Jindama TV de una forma neta y lo que provoca cierta tristeza es que detrás de este formidable lío -formidable en términos muy domésticos, por supuesto- estén los personajes que están, que en una época de más empuje no habrían estado ninguno de ellos ni de limpiabotas.
Si unos chiquilicuatres, unos mequetrefes, han sido capaces de montar este circo de la Jindama TV es porque aquí ya no queda nadie de los grandes que les diga a estos insolentes un recado para defender su parcela y para conducir las cosas a su lógica. Lo que más tristeza produce de todo este embrollo, la verdad, es la constatación de que en la cosa taurina los criados ya están sentados en la mesa de los señores.
Vaya plasta con los derechos de la cosa pelmaza del gediez, pardiez. Ya tenemos los carteles de Valencia, que no son ni mejores ni peores que los de hace un año. La única diferencia significativa está en que este año anda por medio la empresa ésa de los derechos, la Jindama TV, con toda la troupe de cabilderos: el tío Jindama, el periodista, el heredero de Gallito -Gallito de Dos Hermanas, supongo- y el tapadillo, a ver lo que arrebañan entre todos en estos tiempos de crisis y a ver si, burla burlando, hallan amparo en las huchas peperas, al menos un céntimo sanitario para ellos, por la vía que se estime oportuna.
A mí, particularmente, esos carteles de Valencia me dan absolutamente por igual; desgraciadamente no me provocan la necesidad de coger el auto o subirme al Ave para irme al tendido de la calle de Játiva, y ésa es la mala noticia. Claro es que, como esa misma reacción me viene pasando hace ya unos cuantos años, entiendo que los carteles son, en general, de similar jaez a los de los años precedentes: digamos que estupendos para una ciudad en fiestas y decepcionantes para este selecto y algo casposo grupo de cascarrabias llamado ‘la afición’.
En las actuales circunstancias, el hecho de que no vaya Perera a Valencia por problemas alambicados de despachos y covachuelas entiendo que representa exclusivamente una pésima noticia para Perera, de igual forma que el hecho de que July no vaya a Sevilla, tal y como se dice en los mentideros, es una gran suerte para el pequeñín de Velilla y, sobre todo, para los sevillanos. Sinceramente, no parece que exista un clamor popular que obligue a Casas o a Canorea a reconsiderar esas contrataciones, y eso que ambos son gedieces.
Se ha señalado por doctas plumas el hecho de que la aparición de la Jindama TV trae consigo la desaparición del apoderado tradicional, de su papel a medias entre ‘jefe de gabinete’, ‘salesman’ y ‘dircom’ de los toreros de tronío, figura que comienza con Gallito, el de verdad, y que tiene su cénit en José Flores Camará. Se señala siempre a los grandes del apoderamiento para concluir que con ninguno de ellos -Camará, los hermanos Gago, Domingo Dominguín, Rafael Sánchez El Pipo- se habría llegado a esta situación que estamos viviendo en los albores de esta temporada. Las ucronías sirven para fantasear y nada más, pero en ésta se pierde particularmente de vista que lo que representaban aquellos matadores -Manolete, Arruza, Luis Miguel Dominguín, Manuel Benítez, cada cual en lo suyo- no se compadece con lo que significan hoy en día los toreros a los que contemporáneamente llamamos figuras. Como muestra valga la simple constatación de la cantidad de corridas de las del año pasado en las que han estado encartelados July, Ponce, Cayetano o Manzanares, por decir cuatro a vuelapluma, y en las que el protagonista de la tarde, y esto no es nada halagüeño, ha sido San Cemento; y ante esta inapelable constatación, que no salga nadie con la monserga de la crisis, que con Manolete y Arruza, con una guerra recién acabada y las cartillas de racionamiento en la calle, las plazas se llenaban, y no creo que todas aquellas personas fuesen estraperlistas.
Lo que melancólicamente revela la Jindama TV de una forma neta y lo que provoca cierta tristeza es que detrás de este formidable lío -formidable en términos muy domésticos, por supuesto- estén los personajes que están, que en una época de más empuje no habrían estado ninguno de ellos ni de limpiabotas.
Si unos chiquilicuatres, unos mequetrefes, han sido capaces de montar este circo de la Jindama TV es porque aquí ya no queda nadie de los grandes que les diga a estos insolentes un recado para defender su parcela y para conducir las cosas a su lógica. Lo que más tristeza produce de todo este embrollo, la verdad, es la constatación de que en la cosa taurina los criados ya están sentados en la mesa de los señores.