Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La politología española ha descubierto que sin debates no hay democracia. Es decir, que los Estados Unidos fueron un estado de naturaleza hobessiano y una caverna fascista hasta el 26 de septiembre de 1960, fecha del debate de Nixon, sin maquillar, y Kennedy, con su moreno entre Julio Iglesias y Quique Guasch.
El debate político viene de la pasión romántica por la charlatanería, un lujo de épocas apacibles, como las del parlamentarismo decimonónico. En Inglaterra el Labour Party no se llama socialista gracias a un descargador de muelle que dijo que los socialistas del continente eran “tontos habladores como cotorras”. Nada que ver, en fin, con lo que el doctor Johnson entendía por “una buena charla”.
Chesterton dice que para tener, como el doctor Johnson, “una buena charla”, es necesario ser, como el doctor Johnson, abierta e indecentemente humano, “confesar con plenitud todas las piedades y los terrores primarios de Adán”.
¡Qué debate, tan coritos de alma como van, el de Rivera, Snchz y Pablemos en la sauna Adán!
La politología española llama debate político a la tertulia azañera de brasero, gato y julepe, donde Snchz se cree más firme por ser más alto, Rivera más limpio por ser nadador y Pablemos más listo por ser más jeta. Ninguno (tampoco Mariano, el que falta) nos trae lo único que pedimos: la representación y la separación de poderes. Son vocingleros de mercado cacareando sus remedios caseros para el cáncer. Al decir de Sloterdijk, que rastreó el origen de estos personajes, surgen, durante el Renacimiento italiano, en la ciudad de Cerreto, famosa por sus terapeutas, los “cerrati”, de donde la expresión francesa “charlatán”.
Lo que el organizador del debate de los tres pollos peras destaca de la charleta es el tono y el estilo nuevos, “con gestos como el tuteo”. Vale, la partidocracia es mejorable, ¿pero ha visto usted qué tuteo? No un tuteo ruso (el tú o el usted según el estado de ánimo), sino ¡el tuteo falangista!