Marine Le Pen
Marion Marechal Le Pen
Clémentine Autain
Alexandra Lainel-Lavastine
Jean Palette-Cazajus
Dice una mía amiga que soy el único «facha» simpático que conoce. No sé cómo tomármelo. En cambio otro amigo, de profunda cultura humanista, detecta en mí, con cierta alarma, recalcitrantes restos de ADN del «rojerío». En realidad, tras el inevitable sarampión adolescente, opté muy pronto por renunciar a todo pensamiento bipolar o hemipléjico. Practico con natural soltura los mandamientos del “Credo” que el añorado Leszek Kolakowski publicara en 1978, subtitulado Cómo ser conservador-liberal-socialista.
Por importante que sea, sin la menor duda, la administración de las regiones, las elecciones regionales no interesaban como tales a casi nadie. El interés de estos comicios consistía claramente en la radiografía del país tras los atentados del 13 N.
En las tres grandes naciones latinas, pero muy particularmente en Francia, como bien sabes, la «hegemonía cultural», para usar el viejo vocabulario gramsciano, perteneció modernamente a la izquierda. En Francia esta hegemonía ha sido abrumadora desde el final de la segunda Guerra Mundial y siempre amenizada por sangrientas luchas sectarias. Pero el derrumbamiento del coloso de barro soviético desplazó el cursor ideológico de la temática social a la problemática poscolonial, sustituyendo la lucha de clases casera por su versión mundializada.
Allí se fraguó «El» nuevo concepto estructurante del izquierdismo cultural, concepto «dialéctico», por supuesto. El susodicho dice que Occidente es genéticamente culpable de los desastres de la humanidad y que el resto del mundo conforma un proletariado universal cuya victoria abrirá el camino de la emancipación definitiva. Reducir la extraordinaria complejidad de la historia social y económica a la fábula infantil de la lucha de clases ya resultó desastroso en su momento, pero faltaba añadirle la incomprensión de la propia historia, la sustitución de sus sombras y luces por un masoquismo simplista y, finalmente, el abyecto odio a sí mismo, para elaborar un artilugio absolutamente letal.
El 11 S - 2001 reveló a la mayoría soñolienta la presencia en nuestro cohete espacial del Alien islamista. Algunos ya habíamos advertido, horrorizados, el carácter premonitorio de la Guerra Civil argelina, contra los vesánicos integristas del FIS y del GIA, a partir de 1991. Unos cuantos recordábamos como una advertencia las dificultades de Nasser con sus Hermanos Musulmanes, y los que pensamos que la historia nunca es la meta sino el duro camino casi intransitable, nos dimos cuenta retrospectivamente de que la partición de la India y la creación de Pakistán, en 1947, constituían, de hecho, la verdadera irrupción del islamismo en la historia moderna.
Por islamismo radical entiendo, me imagino que tú también, la voluntad de someter el conjunto del cuerpo social a las prescripciones del dogma religioso al tiempo que una declaración de guerra implacable a las sociedades abiertas, plurales y criticistas. Durante los últimos 15 años, en Francia ,donde reside la mayor comunidad musulmana de Europa, el éxito y la presión del islamismo radical han ido creciendo, día tras día, de forma aterradora.
Frente a la presión cotidiana del salafismo en todos los sectores sociales, frente al goteo de los asesinados, frente al genocidio de una generación de dibujantes, el 7 de enero, incluso tras la matanza del 13 N, el mentado concepto estructurante, el GPS de la izquierda de la Revelación ha permanecido imperturbable. Otra rubia, Clémentine Autain, también dogmática y aburrida, es la Pasionaria del Front de Gauche, un conglomerado que reúne lo que queda del PCF y los disidentes de izquierda del Partido socialista. Sacaron un escaso 5,5 % en la primera vuelta. Todavía el día 10 de Diciembre, la señora Autain compartía estrado mitinero con el sinuoso y sulfuroso Tariq Ramadan, nieto de Hassan el-Banna, el fundador de los Hermanos Musulmanes, además de otras malas compañías. El acto podía haber figurado en Sumisión, la lúcida novela de Houellebecq.
El panorama general es inquietante, pero hay una buena noticia. Esta gente ha perdido completamente la batalla de las ideas. Por primera vez desde hace poco menos de un siglo, la «hegemonía cultural» ya no pertenece a la izquierda de la Revelación. En los años 90 cristalizó toda una generación de intelectuales que se levantó en armas contra tal indigencia de pensamiento y, sobre todo, su perverso carácter autoinmune. No los voy a enumerar, los conoces a todos. Como conoces a Alexandra Laignel-Lavastine, historiadora estupenda y pelirroja, que acaba de entrar en combate y titula su libro El Pensamiento extraviado. No se contenta con calificarlos de peligrosos, sino que los ve, lúcidamente, como equiparables a los colaboradores con el ocupante nazi, incapaces de luchar siquiera por «le minimum civilisationnel», por un mínimo y común denominador civilizacional.
Tú y yo, espero que más gente, regimos nuestros pensamientos a través de nuestra experiencia vital. Nuestras modestas ideas dependen de nosotros y no al revés. La izquierda de la Revelación, y sus casi equivalentes islamistas, son regidos externamente por la Creencia. Su pensamiento es lo que se dice «endotélico». Es decir, que hablamos de gente que actúa guiada por una finalidad interior que les sirve de brújula y de esqueleto. Si ambos vinieran a faltar, sólo quedaría una masa ectoplásmica. De modo que la experiencia más brutal jamás logrará alterar su fervor.
En el otro extremo, las tropas de las rubias, los adoradores de Marine y de Marion, la sobrina, conforman una ruidosa Armata Brancaleone, movida por finalidades tan variadas como encontradas. Su porcentaje de voto obrero es más elevado de lo que fuera jamás el que tenía el PCF en sus mejores tiempos. De hecho desempeñan exactamente el mismo papel que el Partido Comunista de los años cincuenta y sesenta, «el partido a la contra» que decía De Gaulle. Reúnen toda la demagogia y las facilidades de la burda ilusión «antisistema» que padeces todos los días en España. El nivel educacional de sus votantes es, con mucho, el más bajo de todos los partidos políticos. Y yo creo en la Igualdad, la verdadera, es decir en la jerarquía de las capacidades .
Todas las sociedades desde que existen han sido etnocéntricas. Si digo Yanomamis, Yuhup, ashaninkas, Inuits, Roms, podría seguir hasta mañana, hablo de etnónimos que siempre significan algo como «los Hombres», «las Personas», «los Elegidos», «Los que cumplen». El otro es el piojo, decía Lévi-Strauss, el salvaje, el casi animal. El Front National rechaza a la misma gente que yo, dice amar los mismos valores que yo. Pretende defender una identidad histórica y afectiva que es también la mía. Pero no es así. No piensan como occidentales, se comportan como herederos de las sociedades etnocéntricas. Hoy las llamaré «naturales», muy discutible expresión que usaré como solución de emergencia para designar todas las sociedades históricas, con excepción de la nuestra, la occidental, definitivamente artificializada y fragilizada por un invento grandioso, pero autodestructor, la capacidad de retorno crítico sobre sí mismo. También llamado Ética.
Todas las sociedades conquistadas desde 1917 por la Izquierda de la Revelación han sido etnocéntricas, cerrilmente nacionalistas. Ya no queda casi ninguna. Para sobrevivir, definitivamente fuera del poder, los últimos cerebros decidieron, sobre la base del concepto estructurante, subvertir la antropología. Para ellos el Otro representa siempre el Ser Humano, la Persona, mientras los piojos somos, definitivamente, nosotros. Cualquiera, con tal de que sea ajeno a mi sociedad, cualquier migrante, cualquier sirio, incluso colado por Daesh en la patera, es ideológicamente positivo y ha de ser bienvenido. Buena parte del voto frentista es una reacción masiva y espontánea contra esta irresponsable agresión al ecosistema cultural e identitario.
Mejor que la mía es la concisa y admirable definición de Europa del gran Jan Patocka, asesinado en 1977 por el comunismo checo: «Es el continente de la vida interrogada». Yo quiero luchar contra la gente que agrede y viola el espacio de la interrogación. No se me ocurre comparar los votantes del FN con los alienígenas que atribulan nuestra sociedad. Pero tendrán que interrogarse muy mucho si quieren conseguir mi voto alguna vez.
Mi familia era de muy pequeña, pero vieja nobleza bearnesa. Yo, querido J. A., como no soy digno de una pitanza intelectual realmente consistente, hago como el hidalgo del Buscón y me esparzo por las barbas las cuatro migas de mi feble pensamiento. Quiero dar a creer que almuerzo con ideas. No vaya a ser que me confundan con el populacho del Front National. Todavía hay clases.