lunes, 28 de diciembre de 2015

Derecho a decidir



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Antes de la globalización socialdemócrata del fútbol, el fútbol era pasión, como corresponde a un deporte inventado por los ingleses, que son la mejor raza de pelea del mundo y que necesitan de lo agonístico para vivir.

Pepe Campos, un sabio que ve el fútbol (¡y los toros!) desde Taiwán, tiene comprobado que la globalización socialdemócrata llega a España con la clerigalla progre que empieza a ver fútbol en el Mundial del 82, pues hasta entonces había sido un entretenimiento de fachas. Esa clerigalla dictamina que el fútbol es estética, y la estética, sobar el balón hasta el aburrimiento, primero del contrario, y luego, del público, que se hace pipero.

Nadie habrá visto nunca a John Holmes o a Paco Gento comer pipas mientras corren, Holmes, el sendero luminoso de Seka, y Gento, la raya blanca del Bernabéu.

Las pipas son el reloj de arena del muermo.

El muermo del pegapases (derechazos) en los toros, y en el fútbol, el muermo del tiquitaca (posesión), o lo que Campos llama el pasillo a Messi, su puto derecho a decidir lo indecidible.
Así hemos llegado a un fútbol correcalles, sin alma, de resultados, de goleadas, de estadísticas. Un espectáculo vacuo, en el que nadie se acuerda de nada cuando el partido termina.
El derecho a decidir, que no existe en el derecho público, es un invento catalán para, cuando no hay gato, designar el cojonudismo hispánico.

Por el inexistente derecho a decidir se elige nación como se elige médico… o entrenador, cuya figura está llamada a desaparecer en el fútbol como desapareció la de general en la milicia o la de presidente en la política.

El Madrid sigue debatiéndose entre la mano izquierda de un Martínez Campos y la mano derecha de un Weyler, al que traicionarán políticamente una vez desplegado en el terreno. (Weyler fue a Cuba porque Martínez Campos era tan humanitarista que se negaba a hacer la guerra con balas).

Desde la marcha de Mourinho, el vestuario blanco es autogestionario, como el ejército de nuestra primera República, que votaba las órdenes. Con su derecho a decidir lo indecidible, este vestuario podría alinear a un refugiado sirio de media punta o una reina Melchora de delantero centro. Las estrellas querían a Ancelotti porque era como un oso y ningunean a Benítez porque es como un cuñado. Cruyff dejó dicho que el respeto a un entrenador pasa por que cobre un euro más que el jugador mejor pagado, y Benítez no cobra un euro más que ninguno de los que desean echarlo para que venga Zidane, el preferido de culés, indios y prensa (“valga la redundancia”), mientras el club hace israelitas y andorranas como rosquillas de la tía Javiera. El “As” de las chicas de Hebrero San Martín ya ha tirado de Marx para cerrarle el paso a Mourinho, el tipo que dijo “señorío es morir en el campo”, o sea, el fútbol de antes de la globalización socialdemócrata.

El Bayern, que con Heynckes tuvo el mundo en su mano, contrata a Ancelotti, el hombre con buena prensa por haber puesto en pista a Luis Enrique (Mourinho la tiene mala por haber puesto en fuga a Guardiola), y se desprende del Pep, contratado por el City para liquidar lo poco que queda en Inglaterra de aquel fútbol que apasionó incluso a Santayana, que veía los partidos de pie en los laterales, con sólo una raya de cal reteniendo a la multitud.

Ahora a la multitud se la retiene con una bolsa de pipas.


HAZARD

En Inglaterra suponen que la alternativa de Zidane en el banquillo del Bernabéu acercaría al Madrid a Hazard. Sería el liberado sindical que faltaba en el vestuario. Es un jugador bonito (el año pasado daba gloria verlo, aunque para crack le faltaran hervores), es decir, nenaza con bolitas de vanidad, igual que Pablemos en la política. La afición del Chelsea lo señala con pancartas como responsable de la salida de Mourinho. Contra el líder, Leicester, se trabó con un contrario y montó un número circense para irse del partido como abatido por uno de esos morteros cuyos “fuiiis” sólo identifica Javier Nart. Quien lo aguante que lo compre.