Hughes
Alguien dijo una vez que la manía persecutoria es un rasgo del genio. Garzón reveló su genialidad el domingo, cuando en entrevista a El País afirmó ser el último exiliado del franquismo. Si hubiera dicho penúltimo no hubiera sido lo mismo: el franquismo empieza en el 39 y acaba en las sienes plateadas de Garzón y su exilio Bosé, pues es ese tipo de exilio fino y blanco del discrepante, que exiliarse es lo más, la verdad. Yo tengo un amigo que cuando sale por la noche y no liga echa la culpa al franquismo estructural, así que entiendo que Garzón culpe de su suerte a ese régimen tan walking dead. Garzón empieza a ser alguien al que imaginamos saltando de un helicóptero en una ceremonia o encendiendo un pebetero. En un reciente documental sobre el NYTimes, un periodista le preguntaba a Assange (su defendido pro bono -en la palabra bono hay algo maléfico y crucial-) por lo que había tras Wikileaks y tras titubear respondió: -Justicia. Garzón metió en la misma frase “agencias de calificación” y “crimen contra la humanidad”. Pero está inhabilitado y habla de la humanidad con la misma legitimidad que Lady Gaga. Garzón tiene un delirio de jurisdicción y está inventando la justicia líquida, nómada, inconsútil y un poco márvel.
En La Gaceta