viernes, 16 de marzo de 2012

Hoeness

Abbie Hoffman
Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Camba era un convencido de que, de no ser por los alemanes, los germanófilos nunca hubiesen perdido la guerra. Ni la primera ni la segunda. Ninguna. Y ahí tenemos ahora a uno de esos alemanes de Camba, el lúser Hoeness, con su Hegel, su Grechten, su “choucroute” y su cerveza.

Pagamos cientos de millones de euros para que salgan de la mierda y luego los clubes españoles no pagan sus deudas.

En Alemania, todo es salchicha: la política, la filosofía… y esa frase, rellena de “furor teutonicus”, pronunciada por Uli Hoeness, un ex futbolista.

Se puede decir que Alemania ata con longaniza a sus ex futbolistas, que gozan de la misma consideración que las vacas en la India, ajenos a la idea de Abbie Hoffman (aquel gracioso que interrumpió el concierto de “The Woo” en Woodstock) según la cual con las vacas sagradas pueden hacerse las mejores hamburguesas.

¿Qué podemos hacer nosotros con Hoeness?

A sus paisanos Netzer y Breitner don Santiago Bernabéu les quitó, al primero, la melena, y al segundo, un librillo rojo de Mao que le había llevado a dar dinero a los obreros de la Standard en Madrid. Pero aquella Alemania mandaba menos que ésta, unida con esa unidad que consiste fundamentalmente, como diría Canetti, en actuar como un individuo que padece manía persecutoria.

Los alemanes de Hoeness creen, en efecto, que la gente del sur los persigue para arrebatarles los euros del bolsillo. Tienen la voluptuosidad de la disciplina y quisieran tenernos como Volta tenía a su rana. Y el panfilismo que conlleva la cerveza les impide preguntarse de qué fuentes han extraído ellos esos euros que tintinean en sus bolsillos.

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