Bueno, pues continúe suponiendo que al llegar al Puerto, en vez de oír vocear a un mozo zafio e ineducado aquello de «¡Puerto de Santa María, dos minutos!», escucha a un señor bien portado, sonriente y rebosando salud, gritar a todo pulmón «¡Puerto de Santa María, noble ciudad; gran puerto; veinte mil habitantes, todos sanos; once mil mujeres, todas guapas; linda playa; bella campiña; agua riquísima; casas baratísimas…!»
¡Aquí engordó seis kilos don Alfonso el Sabio…! ¡Aquí se muere de viejo!… ¡Aquí no se habla de Romanones!… Y así hasta que el tren se fuese, que se iría de vacío, porque ¿quien oyera tales lindezas no se tiraba, aunque fuera por la ventanilla?
Pedro Muñoz Seca. Revista Portuense. 5 de julio de 1921