Francisco Javier Gómez Izquierdo
Hace unos días, y estando en Barbate, se me antojó acercarme a la Sierra de Cádiz, pues llevaba tiempo que no lo hacía, y como me habían hablado mucho y bien de Zahara, pues allí que me planté. A Zahara de la Sierra te lleva una carretera a la que hay que tener cierto respeto. Cada kilómetro te empuja al arrepentimiento y a dar la vuelta, sobre todo, y como era el caso, si va uno sin compañía. En estos malos pensamientos coroné el puerto y ví el pantano, y ya todo era reprocharme no haber subido antes.
En todos los pueblos se aprende algo y en éste supe que no todas las Zaharas son princesas moras con nombre de flor. Como vecino de una ciudad donde a muchas niñas se las bautiza Azahara, y siendo el palacio de Medina Azahara un mito poético que nos lleva a pensar en la flor del almendro gracias a las leyendas que cuentan los cordobeses, no podía imaginar la sorprendente porfía de la que fui testigo en un bar de Zahara de la Sierra, localidad que nada tiene que ver con Zahara de los Atunes, a no ser que pertenece a la misma provincia.
Observando un parroquiano con no demasiada perspicacia que un servidor no era de la comarca cuando pedí con acento burgalés un cortado, quiso explicarme el origen del pueblo sin más preámbulos y empezó a hablarme de hermosuras nazaríes. De vuelta a casa me dí cuenta de que aquel afán docente perseguía discutir con otro señor que estaba leyendo el Marca en el mismo bar, pues rápidamente soltó un “.. eso es mentira. Ni princesa ni ná”. Según el del Marca, Zahara no viene del árabe, si no de sáfaro, que es palabra del portugués antiguo y quiere decir inculto, agreste y estéril y además el árabe andalusí dio a çafara el significado de estéril y desértico como correspondería al roquedal sobre el que se asentó la población.
-Mire usted, un hombre de este pueblo se ha preocupado de estudiarlo y hablando con un moro de Marruecos le dijo que ellos llaman Zahara a los peñones grandes y levantados. En este pueblo hay mucho inculto que reniega de los que estudian las cosas como Dios manda.
Puse paz invitando a dos manzanillas y tuve a bien pasear las calles de uno de los sitios más espectaculares de la sierra de Grazalema y al que prometo volver sin falta.