Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En el candidato Rubalcaba hay algo de Dómine Cabra que trasciende al físico, y es la proverbial mezquindad hispánica. El cerebro del zapaterismo, que ahora lleva por cerebro a Elena Valenciano, ha ido a Alcorcón con Tomás Gómez, el Gómez de Madrid, a soltar la serpiente en el jardín del proletariado: “Nos sería muy fácil a los socialistas calentar la campaña…” Ése es lenguaje de “Sérpico”, por no decir de Prieto, el de los guardaespaldas… Para rematarlo, apela a la leyenda del doctor Montes… Quiere para la Educación a un doctor Montes. De momento, para la Educación tiene a un sindicalista que en Madrid pide huelga de profesores públicos mientras lleva a sus hijos a un colegio privado. No está mal. Pero no es un doctor Montes, claro. Ese sindicalista da coraje, pero no miedo, y Rubalcaba, para funcionar, necesita meter miedo, como le pasa a José Tomás. Lo que hace José Tomás lo hacía Mondeño con toros, pero en guapo, y nadie da miedo de guapo. El Mondeño de los socialistas sería Rafael Vera: listo, pero guapo. En un cartel electoral a Vera sólo le votarían las señoras, y Rubalcaba necesita del voto de los caballeros, que tienden más a votar por los feos. Rubalcaba quiere ir de listo, pero sólo puede arañar votos por feo. Lo ves, te asustas y le das lo que llevas. ¿Un voto? Para usted, que yo no lo quiero. Y así funcionan las urnas en España. “Franco, sí”, decía la propaganda en el 66. “Rubalcaba, sí” dice la propaganda cincuenta años después. Es el sí del miedoso. “Voten, voten, que me huelgo de verlos votar”. No es casual que ante el atemorizado público se presente con Gómez, hombre de progreso… y de respeto, como se desprende de su sentido del urbanismo en esas torres mostrencas en los secarrales de Parla...
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