José Ramón Márquez
La primera de la feria de otoño ha sido una corridita de toros que si llega a salir en Barcelona el fin de semana pasado no sé lo que hubiera ocurrido con los príncipes de Bekelaer, paladines de la libertad (¿llibertat?).
Lo peor de hoy, lo de tener la desfachatez de echar a los novillos a la plaza con los crotales en las orejas, lo mismo que el charolais. Lo mejor, la casta que ha sacado la novillada y lo que se ha movido. La novillada era de Gabriel Rojas, procedencia Núñez. También había anunciados dos sobreros de don Enrique Ponce Martínez, que no llegaron a pisar la arena de Las Ventas.
Traigo a Ponce a colación por tres circunstancias curiosas: la primera, porque su presentación en Madrid de novillero fue con ganado de Gabriel Rojas, y esta tarde en que por primera vez he visto toros de Ponce anunciados en Madrid me ha llamado la atención la casualidad de que también estuviese Gabriel Rojas por ahí. La segunda es porque consultando en la Unión de Criadores veo que el hiero que usa el de Chiva es una letra P que forma un estoque, como históricamente ha sido el uso de bastantes toreros metidos al mundo de la ganadería, y eso me hace pensar en la paradoja de que utilice un estoque en su hierro ganadero y sea capaz de anunciarse en una corrida en Ecuador en la que se ha eliminado el tercer tercio de la corrida, tercio de muerte. La tercera es que, viendo la evolución de su vacada, Ponce es otro más de los aquejados del virus de ‘eliminando lo anterior’ para caer, cual mosca, en la bosta de juampedro.
La novillada, como se dijo antes, tuvo casta, se movió e hizo cavilar a los de oro y a los de plata. Ya es bastante en estos tiempos que corren, pero son méritos suficientes como para que se la carguen los revistosos del puchero El otro día, por cierto, me contaban que Zacarías Moreno mandó al matadero a las madres de los novillos que trajo a Madrid, noche de primeros de julio en la que también estuvo Víctor Barrio, porque al parecer los animales no fueron lo suficientemente estúpidos como para satisfacer las ansias de estulticia bovina de su criador y de sus asesores. Como son suyos, que haga con ellos lo que le plazca, pero el retrato del ganadero que queda es un poco desairado. Esperemos que Gabriel Rojas estime en lo que valen las condiciones de la corrida que ha traído hoy a Madrid y no haga caso de lo que le va a tocar leer sobre sus novillos.
Hablábamos en la andanada de cómo las fundas le cambian la percepción de la distancia al animal que las ha llevado y cómo esos cinco o seis centímetros de prótesis son prácticamente un afeitado legal, al perder el animal el sentido de la distancia. En ésas estábamos y, justamente a la salida de un capotazo, el tercer novillo, Bachiller, número 51, le lanza un tremendo hachazo al cuerpo de Raúl Mateos, que estaba bregando. La cornada va al aire. Las fundas le han salvado del hule.
Francisco Montiel no trae nada reseñable a Las Ventas, pero su peón Antonio Cama resulta cogido feamente cuando lidiaba al cuarto, Letrado, número 26. Alberto Durán apunta dos cositas con el capote. Y Víctor Barrio... ¡Ay, Vícyor Barrio! Ésta es la quinta tarde que le vemos en Las Ventas. Tan alto como el acueducto de Segovia visto desde la puerta del Mesón del Azoguejo, tan a punto de tomar la alternativa y tan desazonadoramente contemporáneo en su propuesta. Trajo la nada en su primero, y en su segundo, una tunda de muletazos de ida y vuelta, unos de hinojos, otros en pie, mueca del toreo, en los que se fueron apagando las fuerzas del novillo. El novillo fue de cante grande porque tenía trapío, galopaba de largo, atacaba con franqueza al engaño y no aparentaba tener ganas de coger a su matador. Ante las bondades de Silbato, número 30, Víctor Barrio presentó la más absoluta vulgaridad de los pases sin ton ni son en la ya clásica faena de tiovivo, faena de más a menos cantada como oro molido y con algarabía festivalera por las gentes a quienes, sin duda, esa colección de muletazos sin ton ni son sacaron del sopor.