Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Leo que el “chialé” de Zapatero en Eras de Renueva, León, se ha convertido en un centro de peregrinación popular. Algo así como la casa de Diocleciano en Split, Dalmacia; el monasterio de Carlos V en Yuste, Cáceres; o la casa del doctor Mateo en Lastres, Asturias.
–Pero, ¿qué es lo que usted está viendo?
–Yo veo lo que quiero, y allá usted si no ve nada…
Es la conversación que Ramón Gómez de la Serna atribuye a los mirones de vallas (o mirones de obras), que es una rama de las clases pasivas exclusiva de España.
Así los mirones de la valla (tres metros de altura) del “chialé” de Zapatero, o sea, el morabito de León, donde el gran pacífico español podrá ejercer su influencia sobre la revolución pendiente, ésa que tuitea Pedro Jota, y para la cual, decía Talleyrand, sólo hacen falta dos tuberculosos inteligentes y quinientos imbéciles robustos.
Este morabitismo leonés alrededor del morabito que llegó al Poder investido de Lawrence de Eurabia impone por lo que tiene de justicia poética.
–Como mujer, no tengo patria –dijo un día, solemne, Zapatero–. Como mujer, mi patria es el mundo.
Como mujer, su patria será el mundo; como morabito, en cambio, su patria es este “chialé” vallado hasta una altura pensada como para que los que están dentro no puedan salir y los que están fuera no puedan entrar.
El 20 de noviembre los parados valetudinarios del zapaterismo podrían hacerse transportar en parihuelas hasta el morabito de León y votar prosternados en señal de consumación.
Después, el cielo: esa vida muelle del ocioso entregado a su vocación intelectual.
–Me veo sentado sobre una nube haciéndole dulces objeciones al Creador –contestó el benedictino Dom Guéranger cuando le preguntaron cómo concebía él la vida en el cielo.
Y el padre Guepin, abad mitrado de Silos, se lo figuraba (el cielo) como un eterno paseo, por los Jardines del Paraíso, haciendo “respetuosas objeciones” al Ser Supremo: ¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?
Lo celestial del “chialé” de Zapatero serán las cenas para hablar de Borges con Gamoneda, y toda su ex pobreza a cuestas; con Guardiola, y todo su gandhismo de Sampedor en la levita; y con Elena Benarroch, y todas sus colas de castor al hombro, que en el invierno de León van a hacer falta.
Una vez Juan García “Mondeño” cambió la plaza de toros por el convento dominico en Caleruega, cuna de Santo Domingo, martillo de los albigenses (unos palurdos que Gustavo Bueno ha vuelto a ver en los “indignados” de la Puerta del Sol), y de todas partes la gente peregrinaba hasta allí en demanda del milagro del desespero. Mondeño no lo resistió y volvió al toro.
¿Volverá Zapatero al ruedo ibérico?
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Abc
Leo que el “chialé” de Zapatero en Eras de Renueva, León, se ha convertido en un centro de peregrinación popular. Algo así como la casa de Diocleciano en Split, Dalmacia; el monasterio de Carlos V en Yuste, Cáceres; o la casa del doctor Mateo en Lastres, Asturias.
–Pero, ¿qué es lo que usted está viendo?
–Yo veo lo que quiero, y allá usted si no ve nada…
Es la conversación que Ramón Gómez de la Serna atribuye a los mirones de vallas (o mirones de obras), que es una rama de las clases pasivas exclusiva de España.
Así los mirones de la valla (tres metros de altura) del “chialé” de Zapatero, o sea, el morabito de León, donde el gran pacífico español podrá ejercer su influencia sobre la revolución pendiente, ésa que tuitea Pedro Jota, y para la cual, decía Talleyrand, sólo hacen falta dos tuberculosos inteligentes y quinientos imbéciles robustos.
Este morabitismo leonés alrededor del morabito que llegó al Poder investido de Lawrence de Eurabia impone por lo que tiene de justicia poética.
–Como mujer, no tengo patria –dijo un día, solemne, Zapatero–. Como mujer, mi patria es el mundo.
Como mujer, su patria será el mundo; como morabito, en cambio, su patria es este “chialé” vallado hasta una altura pensada como para que los que están dentro no puedan salir y los que están fuera no puedan entrar.
El 20 de noviembre los parados valetudinarios del zapaterismo podrían hacerse transportar en parihuelas hasta el morabito de León y votar prosternados en señal de consumación.
Después, el cielo: esa vida muelle del ocioso entregado a su vocación intelectual.
–Me veo sentado sobre una nube haciéndole dulces objeciones al Creador –contestó el benedictino Dom Guéranger cuando le preguntaron cómo concebía él la vida en el cielo.
Y el padre Guepin, abad mitrado de Silos, se lo figuraba (el cielo) como un eterno paseo, por los Jardines del Paraíso, haciendo “respetuosas objeciones” al Ser Supremo: ¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?
Lo celestial del “chialé” de Zapatero serán las cenas para hablar de Borges con Gamoneda, y toda su ex pobreza a cuestas; con Guardiola, y todo su gandhismo de Sampedor en la levita; y con Elena Benarroch, y todas sus colas de castor al hombro, que en el invierno de León van a hacer falta.
Una vez Juan García “Mondeño” cambió la plaza de toros por el convento dominico en Caleruega, cuna de Santo Domingo, martillo de los albigenses (unos palurdos que Gustavo Bueno ha vuelto a ver en los “indignados” de la Puerta del Sol), y de todas partes la gente peregrinaba hasta allí en demanda del milagro del desespero. Mondeño no lo resistió y volvió al toro.
¿Volverá Zapatero al ruedo ibérico?
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