José Ramón Márquez
Bueno, Moncholi, y ahora ¿qué hacemos con Miura? ¡Al matadero, al matadero!, implora el radiofonista. A continuación el doctor Moncholi inclina de nuevo su pulgarcito para sentenciar ‘Delenda est Miura’.
Luego viene la realidad, como tantas veces ocurre, a estropear el dibujo del docto parlanchín, aunque él no permitirá, como a aquella famosa leyenda urbana, que la realidad le estropee un buen titular. ¿Le han dado la vuelta al ruedo a un Miura en Nimes? ¿Y a él qué más le da? Miura al matadero, y que se pueble Zahariche de los hijos de Idílico, padre genésico, señor de las adelfas; que los cuvis y los juampedros tomen este último bastión, que tiren al vertedero las cabezas disecadas de los viejos toros que a estas alturas ya nadie se acuerda del Gordito, del Espartero, de Villaverde, del Tato, de Bocanegra, de Frascuelo, del Bomba o de Guerrita, que en esta época nuestra esta maldita A con asas molesta porque ahora, según dicen, ‘se torea mejor que nunca’ y ‘los toros son más bravos que nunca’, digo yo que ésas deben ser, sin duda, las razones para explicar que los públicos huyan de las plazas.