Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Con el mantra de la “educación pública”, el ramo de la enseñanza de la tribu progre ha inaugurado en las calles de Madrid la campaña electoral de Rubalcaba, sí, hurto publicitario del “Franco, sí” del 66, o sí de las niñas: Valenciano, Pajín, De la Vega, y así. “Yo no quiero que mis padres paguen por mis estudios”, es una de las consignas sindicales de unos sindicatos que, en efecto, todavía no se han enterado de que los impuestos, como los regalos de Reyes Magos, los pagan los padres. Es la primavera de la sinvergonzonería progre, callada como un tuso durante ocho años de paz zapateril. ¿Por qué los maestros, en todos los países democráticos, odian a tal punto la sociedad liberal y, para hablar concretamente, votan notoriamente más a la izquierda que la media de la sociedad de la que son miembros y a cuyos niños instruyen? Hasta la primera mitad del siglo pasado, explica Revel, era el ejército quien se desviaba peligrosamente de la corriente principal de la opinión pública hacia la derecha y la extrema derecha. Y hoy son los profesores, hacia la izquierda y la extrema izquierda. La “vulgata progre” prescribe la destrucción de la sociedad, por cierto, la menos bárbara de la historia y la única que ha conferido a la inteligencia un papel dominante. Pero Revel, que es optimista, se muestra convencido de que la táctica de la mentira pedagógica no destruirá la sociedad: “En primer lugar, porque los nuevos pedagogos no conocen esta sociedad, no se molestan en estudiarla y la juzgan a través de prejuicios perezosos de paralizado simplismo.” Rubalcaba, sí. A quienes hemos pasado por las manos profesionales de Rubalcaba y sus profesores (como súbditos de su ministerio del Interior, o como alumnos de su Logse), la ralea de esta repentina agitación callejera no se nos escapa: igual que a los comensales de la marquesa de Parabere no se les escapaba, por la textura del muslo, el lado sobre el cual había dormido el faisán.
Abc
Con el mantra de la “educación pública”, el ramo de la enseñanza de la tribu progre ha inaugurado en las calles de Madrid la campaña electoral de Rubalcaba, sí, hurto publicitario del “Franco, sí” del 66, o sí de las niñas: Valenciano, Pajín, De la Vega, y así. “Yo no quiero que mis padres paguen por mis estudios”, es una de las consignas sindicales de unos sindicatos que, en efecto, todavía no se han enterado de que los impuestos, como los regalos de Reyes Magos, los pagan los padres. Es la primavera de la sinvergonzonería progre, callada como un tuso durante ocho años de paz zapateril. ¿Por qué los maestros, en todos los países democráticos, odian a tal punto la sociedad liberal y, para hablar concretamente, votan notoriamente más a la izquierda que la media de la sociedad de la que son miembros y a cuyos niños instruyen? Hasta la primera mitad del siglo pasado, explica Revel, era el ejército quien se desviaba peligrosamente de la corriente principal de la opinión pública hacia la derecha y la extrema derecha. Y hoy son los profesores, hacia la izquierda y la extrema izquierda. La “vulgata progre” prescribe la destrucción de la sociedad, por cierto, la menos bárbara de la historia y la única que ha conferido a la inteligencia un papel dominante. Pero Revel, que es optimista, se muestra convencido de que la táctica de la mentira pedagógica no destruirá la sociedad: “En primer lugar, porque los nuevos pedagogos no conocen esta sociedad, no se molestan en estudiarla y la juzgan a través de prejuicios perezosos de paralizado simplismo.” Rubalcaba, sí. A quienes hemos pasado por las manos profesionales de Rubalcaba y sus profesores (como súbditos de su ministerio del Interior, o como alumnos de su Logse), la ralea de esta repentina agitación callejera no se nos escapa: igual que a los comensales de la marquesa de Parabere no se les escapaba, por la textura del muslo, el lado sobre el cual había dormido el faisán.