José Ramón Márquez
Decimos ‘matador de toros’ o ‘matador’ para designar al torero que se encarga de acabar con la vida del bicho. La suerte suprema, decían antes. Es acepción nueva, pues no aparece en el diccionario en el sentido que nos interesa hasta la edición de 1927, en la que se le otorga el significado de ‘Espada, torero’. Espada es voz más antigua y ya desde 1791 el diccionario explica la diferencia entre primer espada, Taurorum praecipuus agitator occisor, y media espada, Taurorum agitador secundarius; es decir, el que por su mayor destreza sale a matar el primer toro (sic) y el que sin ser el principal, sale también a matar toros. Es voz aún más antigua la de torero, a la que ya el diccionario de 1739 define como ‘el que por oficio, o precio torea de a pie en las plazas’, a diferencia del toreador que ‘aplicase principalmente al que lidia los toros a caballo, a distinción del torero’. En las dos definiciones del setecientos está perfectamente explicado lo que ha venido siendo el matador de toros: el que por oficio o precio mata toros. Y digo ‘ha venido siendo’ porque con el devenir de los tiempos su función ha ido cambiando y ahora ya no sabemos si un torero es un artista conceptual, un performer, un modelo de alta, media o baja costura, un icono emblemático, un árbol de la familia de las cupresáceas o un San Sebastián con sus flechitas y su carita de yo no fui.
La última invención para ir quitándole al torero sus atributos es la de tratar de ir aboliendo la cosa de la estocada. O bien por el camino de los indultos, que se dice pronto el afán indultador que les ha dado a las gentes por ahí, que en el pasado mes de agosto se han indultado en España seis toros, con seis pares, o bien como han decidido en Ecuador, por el sistema de abolir la muerte del toro sustituyendo el estoque por un clavel reventón con una farpa que se clavará a manera de guinda como remate de la llamada faena, léase tundimiento a mantazos de la res.
Me cuentan que July no estuvo a favor de anunciarse en este simulacro de corrida sin muerte y eso le honra, especialmente a él que no es que la espada sea su fuerte; me cuentan que el que anda tras este desvarío es un español, hijo de uno de los fundadores de la Falange Española, empeñado en su personal cruzada de torero fracasado de cargarse la corrida a la española; me cuentan que hay otros toreros que no lo tienen tan claro como July y que, con esa falta de grandeza que caracteriza a los coletas en general, prefieren que los euros reposen en su bolsillo y que el que venga atrás que arrée y que, si se elimina el último tercio, tercio de muerte, qué más da, pues lo mismo se eliminaron la media luna, los dominguillos y los perros.
Y es que la sensibilidad sensiblera enarbolada por Walt Disney y su nefasto Ferdinando, epítome de Juampedro, va calando poco a poco, como la gota que horada la piedra.
Decimos ‘matador de toros’ o ‘matador’ para designar al torero que se encarga de acabar con la vida del bicho. La suerte suprema, decían antes. Es acepción nueva, pues no aparece en el diccionario en el sentido que nos interesa hasta la edición de 1927, en la que se le otorga el significado de ‘Espada, torero’. Espada es voz más antigua y ya desde 1791 el diccionario explica la diferencia entre primer espada, Taurorum praecipuus agitator occisor, y media espada, Taurorum agitador secundarius; es decir, el que por su mayor destreza sale a matar el primer toro (sic) y el que sin ser el principal, sale también a matar toros. Es voz aún más antigua la de torero, a la que ya el diccionario de 1739 define como ‘el que por oficio, o precio torea de a pie en las plazas’, a diferencia del toreador que ‘aplicase principalmente al que lidia los toros a caballo, a distinción del torero’. En las dos definiciones del setecientos está perfectamente explicado lo que ha venido siendo el matador de toros: el que por oficio o precio mata toros. Y digo ‘ha venido siendo’ porque con el devenir de los tiempos su función ha ido cambiando y ahora ya no sabemos si un torero es un artista conceptual, un performer, un modelo de alta, media o baja costura, un icono emblemático, un árbol de la familia de las cupresáceas o un San Sebastián con sus flechitas y su carita de yo no fui.
La última invención para ir quitándole al torero sus atributos es la de tratar de ir aboliendo la cosa de la estocada. O bien por el camino de los indultos, que se dice pronto el afán indultador que les ha dado a las gentes por ahí, que en el pasado mes de agosto se han indultado en España seis toros, con seis pares, o bien como han decidido en Ecuador, por el sistema de abolir la muerte del toro sustituyendo el estoque por un clavel reventón con una farpa que se clavará a manera de guinda como remate de la llamada faena, léase tundimiento a mantazos de la res.
Me cuentan que July no estuvo a favor de anunciarse en este simulacro de corrida sin muerte y eso le honra, especialmente a él que no es que la espada sea su fuerte; me cuentan que el que anda tras este desvarío es un español, hijo de uno de los fundadores de la Falange Española, empeñado en su personal cruzada de torero fracasado de cargarse la corrida a la española; me cuentan que hay otros toreros que no lo tienen tan claro como July y que, con esa falta de grandeza que caracteriza a los coletas en general, prefieren que los euros reposen en su bolsillo y que el que venga atrás que arrée y que, si se elimina el último tercio, tercio de muerte, qué más da, pues lo mismo se eliminaron la media luna, los dominguillos y los perros.
Y es que la sensibilidad sensiblera enarbolada por Walt Disney y su nefasto Ferdinando, epítome de Juampedro, va calando poco a poco, como la gota que horada la piedra.