Héctor Abad Faciolince
El Espectador
Íngrid Betancourt estuvo en el Caguán durante el despeje; les dio la mano a los líderes guerrilleros y creyó haberse ganado su amistad.
Esa confianza en la amistad con los bandidos fue una de las causas que la llevó a cometer el acto temerario de irse por tierra a San Vicente. Creía que si la secuestraban, sus “amigos” la liberarían pronto. También el presidente Pastrana fue a darles la mano a Tirofijo y a sus secuaces. No le bastó el desplante de la silla vacía para desistir. Insistió —con ingenuidad—, en un despeje que sólo fortaleció a la guerrilla y nos dejó como estela el largo gobierno de Uribe, un gobierno cimentado en la exasperación de la mayoría de los colombianos, hartos del secuestro y de los métodos criminales de las Farc.
Varias veces me invitaron a ir al Caguán, como periodista, a conocer a los guerrilleros. Me salvó de esa vergüenza una alergia que tengo de nacimiento: se me ampolla la mano si se la doy a un asesino. He tenido la suerte de no tener trato (ni siquiera literario) con sicarios. No le he dado la mano a mafiosos ni a guerrilleros ni a paramilitares. Estaría dispuesto a estrecharla si se han desmovilizado, han pedido perdón y han pagado por sus crímenes ante la justicia. Antes no.
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(Vía Alberto Salcedo Ramos)