Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Una Orden Mexicana del Águila Azteca para Leire Pajín, ministra de Zapatero, “hooligan” de la Real Sociedad, socióloga por Alicante, y para el vulgo, Hipatia de Benidorm. ¿Por qué? Cosas de la diplomacia, es decir, discretas. Yo, cada vez que me tropiezo con un águila azteca, me acuerdo del Indio Fernández, que presumía de tener, en lugar de corazón, un águila devorando a una serpiente. Sobre un nopal, claro. “Una mujer debe semejarse a una varita de nardo”, decía el Indio, que al enterarse de que María Félix se quitó dos costillas para mantenerse en línea quería mandar a todas sus hijas a descostillarse. Con esto no queremos llamar “varita de nardo” a la desde hoy aquilina ministra zapateril, sino ahondar en una cultura tremenda, de la cual tenemos un vislumbre en Hugo Sánchez y también en ese Indio Fernández que no se deja fotografiar con pelonas (“a mi lado sólo hay mujeres de pelo largo”) y que sube hasta Tlamacas para ponerse en el punto donde Cortés vio por vez primera la gran Tenochtitlán: “Imagínense lo que ese hombre contempló para su asombro. Traten de visualizar las calles de agua perfectamente trazadas, los jardines flotantes y la magnificencia de los sesenta y ocho templos del centro ceremonial. Imagínense la flora y la fauna de aquel entonces. No cabe duda de que los españoles nos dieron en la madre.” Sam Peckinpah, que siempre lo veía bebiendo aguardiente y masticando chiles, lo llamaba Indio Tragafuegos. Yo creo que la única manera de compensar el Águila Azteca de Leire Pajín es una Isabel la Católica a Paquita la del Barrio, de noche memorable en la Embajada de México en Madrid, principiando el desmadre de los 90...
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Una Orden Mexicana del Águila Azteca para Leire Pajín, ministra de Zapatero, “hooligan” de la Real Sociedad, socióloga por Alicante, y para el vulgo, Hipatia de Benidorm. ¿Por qué? Cosas de la diplomacia, es decir, discretas. Yo, cada vez que me tropiezo con un águila azteca, me acuerdo del Indio Fernández, que presumía de tener, en lugar de corazón, un águila devorando a una serpiente. Sobre un nopal, claro. “Una mujer debe semejarse a una varita de nardo”, decía el Indio, que al enterarse de que María Félix se quitó dos costillas para mantenerse en línea quería mandar a todas sus hijas a descostillarse. Con esto no queremos llamar “varita de nardo” a la desde hoy aquilina ministra zapateril, sino ahondar en una cultura tremenda, de la cual tenemos un vislumbre en Hugo Sánchez y también en ese Indio Fernández que no se deja fotografiar con pelonas (“a mi lado sólo hay mujeres de pelo largo”) y que sube hasta Tlamacas para ponerse en el punto donde Cortés vio por vez primera la gran Tenochtitlán: “Imagínense lo que ese hombre contempló para su asombro. Traten de visualizar las calles de agua perfectamente trazadas, los jardines flotantes y la magnificencia de los sesenta y ocho templos del centro ceremonial. Imagínense la flora y la fauna de aquel entonces. No cabe duda de que los españoles nos dieron en la madre.” Sam Peckinpah, que siempre lo veía bebiendo aguardiente y masticando chiles, lo llamaba Indio Tragafuegos. Yo creo que la única manera de compensar el Águila Azteca de Leire Pajín es una Isabel la Católica a Paquita la del Barrio, de noche memorable en la Embajada de México en Madrid, principiando el desmadre de los 90...
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