José Ramón Márquez
¡Ay, Moncholi!, que no se me va de la cabeza este Moncholi, que dice el tío que hay que mandar a los Miuras, verde y negra en Madrid, verde y grana en provincias, al matadero. Como si fuesen los Villagodio que dieron fama al chuletón que nos comemos en el Metro Mollúa de Bilbao. Los Miuras al matadero, las madres, los hijos, los machos; las reatas enteras sentenciadas por el dedo pulgar hacia abajo de este neroncillo autonómico, que tiene una pata en esa confortable nonada llamada Telemadrid, como cunero de Esperanza Aguirre, y la otra como subalterno de Molés, el Doctor Zaius, en la Ser, esa radio donde tantos palos le meten a Esperanza Aguirre y a su partido.
¿En cuál de sus dos facetas mandará Moncholi a matar a los Miura? ¿En la de su trabajo autonómico, donde mansamente vive del Presupuesto pastoreado por los Populares, o en la de la aguerrida radio, abrevadero del progresismo militante? ¿En ambas?
El hecho es que no da la impresión de que este hombre hable por sí mismo, sino más bien de que sus labios dan salida a un estado de opinión del taurineo que va en la línea de uniformizar al máximo esto de los toros, a globalizar, diríamos. Y, lo mismo que en otros ámbitos de la vida se imponen los alimentos transgénicos, la comida basura o los refrescos de cola, en los toros buscan también que, ya de una forma definitiva, se imponga el toro tontibobo que o bien se deje o bien se pare, pero que no estorbe; por eso se odia de forma visceral la casta, que es la clave en el toro de lidia, y se ensalza la bravura, ilusoria palabra que puede representar el sueño prácticamente inalcanzable para algunos aficionados entre los que me cuento o el lugar común para avalar la bobería y la falta de inteligencia de tantos torillos como salen por ahí a los que les cuelgan de forma tan injusta la palabrita antes de indultarlos sin merecimiento alguno.
A lo mejor tiene razón Moncholi y el camino de la ganadería es el de 'eliminando lo anterior', como han hecho tantos. Quizás es que está siguiendo los dictados de Esperanza Aguirre, empeñada en la cosa de los toros como Bien de Interés Cultural y resulta que para que los toros merezcan ese reconocimiento, hay que conseguir que no den una voz más alta que otra, ni sustos ni cornadas, como esos cochinetes de Victoriano del Río que echaron, como si fuesen oro molido, en la Corrida de Beneficencia. Si los toros le importasen un bledo, digo yo que podía haber sacado pecho el bueno de Moncholi tras la Beneficencia y haber titulado enfáticamente: 'Los Victorianos al matadero'; y por qué no, con la basura del año anterior, cuando el escamoteo de los Adolfos por los seis bueyes del Marqués de Domecq, haber puesto 'Los Marqués de Domecq al matadero', o haber aprovechado tantas ocasiones como ha tenido de declarar su independencia de criterio y la firmeza de su opinión: ‘Los jandillas al matadero’, 'los palmosillas, al matadero', ‘los cuvillos, al matadero’, y así tarde tras tarde. Pero mire usted que eso no ocurrió, porque eso no es lo que está en el guión, en la hoja de ruta como dicen ahora. Para esta gente los toros como los de Miura, los de Palha, los de Partido de Resina, los de José Escolar, los del Conde de la Maza, los de Salvador Guardiola, los de Joaquín Buendía, los de Juan Luis Fraile, ni son un bien, ni tienen interés, ni son culturales. Son sólo malditos toros que meten miedo y cuanto antes desaparezcan sus estirpes, mejor.
Y además don Eduardo no recibe en su casa más que a quien a él le da la gana, como antaño, cuando los ganaderos eran señores y los periodistas que escribían de toros sabían de lo que hablaban.
-Este año tampoco le veremos por Madrid ¿Verdad, don Eduardo?, le dije este invierno.
-No se crea, que de vez en cuando hay que dejarse ver por los pueblos, respondió riendo, con la mirada inteligente y la cara curtida del aire y del sol.
¡Ay, Moncholi!, que no se me va de la cabeza este Moncholi, que dice el tío que hay que mandar a los Miuras, verde y negra en Madrid, verde y grana en provincias, al matadero. Como si fuesen los Villagodio que dieron fama al chuletón que nos comemos en el Metro Mollúa de Bilbao. Los Miuras al matadero, las madres, los hijos, los machos; las reatas enteras sentenciadas por el dedo pulgar hacia abajo de este neroncillo autonómico, que tiene una pata en esa confortable nonada llamada Telemadrid, como cunero de Esperanza Aguirre, y la otra como subalterno de Molés, el Doctor Zaius, en la Ser, esa radio donde tantos palos le meten a Esperanza Aguirre y a su partido.
¿En cuál de sus dos facetas mandará Moncholi a matar a los Miura? ¿En la de su trabajo autonómico, donde mansamente vive del Presupuesto pastoreado por los Populares, o en la de la aguerrida radio, abrevadero del progresismo militante? ¿En ambas?
El hecho es que no da la impresión de que este hombre hable por sí mismo, sino más bien de que sus labios dan salida a un estado de opinión del taurineo que va en la línea de uniformizar al máximo esto de los toros, a globalizar, diríamos. Y, lo mismo que en otros ámbitos de la vida se imponen los alimentos transgénicos, la comida basura o los refrescos de cola, en los toros buscan también que, ya de una forma definitiva, se imponga el toro tontibobo que o bien se deje o bien se pare, pero que no estorbe; por eso se odia de forma visceral la casta, que es la clave en el toro de lidia, y se ensalza la bravura, ilusoria palabra que puede representar el sueño prácticamente inalcanzable para algunos aficionados entre los que me cuento o el lugar común para avalar la bobería y la falta de inteligencia de tantos torillos como salen por ahí a los que les cuelgan de forma tan injusta la palabrita antes de indultarlos sin merecimiento alguno.
A lo mejor tiene razón Moncholi y el camino de la ganadería es el de 'eliminando lo anterior', como han hecho tantos. Quizás es que está siguiendo los dictados de Esperanza Aguirre, empeñada en la cosa de los toros como Bien de Interés Cultural y resulta que para que los toros merezcan ese reconocimiento, hay que conseguir que no den una voz más alta que otra, ni sustos ni cornadas, como esos cochinetes de Victoriano del Río que echaron, como si fuesen oro molido, en la Corrida de Beneficencia. Si los toros le importasen un bledo, digo yo que podía haber sacado pecho el bueno de Moncholi tras la Beneficencia y haber titulado enfáticamente: 'Los Victorianos al matadero'; y por qué no, con la basura del año anterior, cuando el escamoteo de los Adolfos por los seis bueyes del Marqués de Domecq, haber puesto 'Los Marqués de Domecq al matadero', o haber aprovechado tantas ocasiones como ha tenido de declarar su independencia de criterio y la firmeza de su opinión: ‘Los jandillas al matadero’, 'los palmosillas, al matadero', ‘los cuvillos, al matadero’, y así tarde tras tarde. Pero mire usted que eso no ocurrió, porque eso no es lo que está en el guión, en la hoja de ruta como dicen ahora. Para esta gente los toros como los de Miura, los de Palha, los de Partido de Resina, los de José Escolar, los del Conde de la Maza, los de Salvador Guardiola, los de Joaquín Buendía, los de Juan Luis Fraile, ni son un bien, ni tienen interés, ni son culturales. Son sólo malditos toros que meten miedo y cuanto antes desaparezcan sus estirpes, mejor.
Y además don Eduardo no recibe en su casa más que a quien a él le da la gana, como antaño, cuando los ganaderos eran señores y los periodistas que escribían de toros sabían de lo que hablaban.
-Este año tampoco le veremos por Madrid ¿Verdad, don Eduardo?, le dije este invierno.
-No se crea, que de vez en cuando hay que dejarse ver por los pueblos, respondió riendo, con la mirada inteligente y la cara curtida del aire y del sol.