José Ramón Márquez
Definitivamente ya podemos decir que los toros han llegado a Cultura.
El arte se abre camino como bien superior entre los de la coleta, los toros se transmutan en dúctil material para la creación y el público llega a la catarsis y sale del espectáculo renovado.
La selecta crítica, por su parte, lejos de abundar en los caminos trillados y ponerse a hablar de la casta, de la hombría, de la torería o del valor, cosas tan poco interesantes para el mundo de la cultura contemporánea, se imbuye de otros conceptos más propios de la filosofía, estética y moral.
Un crítico plantea el debate en los términos clásicos: καλοv κ'αγαθοv (léase kalón k’agazón), lo bueno y lo bello, la identificación entre la buena conducta con la conducta que tiene gracia y armonía, puro clasicismo.
Otro, presenta las armas de la posmodernidad desembarcando en el patio con la cultura suburbial cuando alude al Presidente de una corrida de toros como μαλάκας και κορóido (léase malákas kai koróido), cabrón y mamón, transportándonos hasta el universo pop, la cultura de la televisión, de South Park, y proponiendo con mano maestra una interesante intertextualidad con la conocida letra de Terrance y Phillips.
Poco a poco vamos arrinconando en el baúl esa bárbara imagen, esa antigualla tan poco cultural, de un toro fiero tirando gañafones, vendiendo cara su vida, y un tío enfrente armado con la muleta en la izquierda, la espada en la derecha y el corazón enmedio.