José Ramón Márquez
Primera corrida de toros en Madrid. Ignoro cuáles habrán sido las circunstancias que han hecho que solamente pasasen cinco toros el reconocimiento, pero no entiendo cómo la kilométrica manga veterinaria permitió pasar las basuras de ayer y de pronto se estrechó para no dejar entera la corrida de hoy. Son misterios de este espectáculo tan opaco para los que lo pagamos: todo aquí es un mundo de rumores.
Vaya por delante mi admiración para los tres que se han anunciado hoy con una corrida seria y bien presentada de toros de lidia, es decir, que no eran los menguados borregos a que nos tienen acostumbrados, sino toros de verdad. Por lo tanto, ni media censura para ninguno de ellos por ser unos tíos, que no está el horno para bollos. Diré una vez más que me hubiese llenado de felicidad ver hoy aquí a Ponce, July, Cayetano, Manzanares, Morante o Tomás, que no dudo que habrían estado a la altura de las circunstancias y, si fuesen como deben ser los toreros, deberían ser ellos mismos los que se peleasen por venir con esta seria corrida en vez de estar regañando entre ellos por coger los detritus del juampedro o del cuvillo.
Ahora, sin embargo, me gustaría hacer un matiz sobre Rafaelillo. A su primero, un toro que daba miedo, le planteó una pelea de poder a poder, aguantando miradas y parones e hizo el único toreo emocionante que se ha visto en lo que llevamos de feria. Series de dos muletazos al principio y luego, a medida que el torero se iba confiando y que el toro se iba entregando, más largas. Faena notable de un tío, rotunda y de gran emoción por la disposición del torero y por las condiciones tan adversas de su enemigo, en la que, además, hubo sitio para graciosos cambios de mano y trincherillas ajustadas. Mas, en su segundo, un toro de mejores condiciones para el torero, estuvo Rafaelillo dos veces a punto de dar el paso hacia adelante, pero no se atrevió. Creo que, si en esos momentos cruciales de la faena, Rafaelillo aguanta su posición sin irse, hoy habría quedado instalado ya para siempre como uno de los nuestros y la faena sería de las de guardar en el joyero. Sin embargo, tras sus dos renuncias, una vez tiradas las cartas del toreo del bueno, decidió echarse al monte y optó por aprovechar las buenas condiciones del toro para darle pases de suerte descargada y pierna retrasada, circulares y demás cosas que provocaron el delirio de las gentes. En mi opinión el toro se fue sin torear, pero el público quedó tan contento, circunstancia de la que habrá tomado la debida nota el entorno del July, que ya va quedando menos para el día quince.
En el primero, el corajudo Manolo que era quien hoy presidía, no estimó que la petición de oreja fuese suficiente siendo la misma que la de Curro Díaz del otro día, por lo tanto la negó. En el segundo, quizás temiendo un conflicto de orden público, pues los ánimos estaban enardecidos y Manolo es altamente sensible a la posibilidad de la aparición de un conflicto de ese tipo, decidió sacar el moquero y concederle el peludo trofeo al bueno de Rafaelillo, que, sabiendo él mejor que nadie sus méritos en ese toro, decidió lanzarla a un espectador nada más empezar la vuelta al ruedo.
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Juan Navazo, de la cuadrilla de Fernando Cruz hizo algo que ahora no se estila. Se fue a buscar al toro donde estaba para banderillearlo junto a las tablas en el tendido diez. Por un momento, por su forma de citar, muchos nos relamíamos pensando que iba a poner el par al sesgo. Finalmente cuarteó, pero eso no quita un gramo de mérito a su disposición de torero de plata, subalterno como los de antaño.