José Ramón Márquez
El día 11 de abril de 1909, hace 101 años, se dio en Madrid a plaza llena, en la Plaza Vieja, la corrida de inauguración de la temporada. Toros de Trespalacios para Vicente Pastor, Manolete y Gaona. Fue una tarde entretenida de toros y toreros con el triunfo de Pastor avalado por dos soberbias estocadas.
Un siglo más tarde, en la Monumental con un cuarto largo de plaza, tres novilleros llamados El Pela, Ignacio González -no era el famoso político Chino González al que se suele ver por los callejones- y Gómez del Pilar (Noé para los amigos) han venido a matar una corrida de toros, etiquetada como novillada, de Fidel Sanromán, procedencia Villamarta.
Lo primero, el ganado. Más serio que el que se va a ver en cualquier plaza de España en toda la temporada, incluido Valencia, Sevilla en farolillos y Málaga, por decir tres de primera. Novillos encastados y listos, es decir el material más odiado por cualquier torero contemporáneo. Al salir el primero uno gritó:
-¡Que venga Herodes!
Para significar los animales que les echaban a estos veinteañeros, que entre los tres sumaban un total de 36 corridas el año pasado, teniendo en cuenta que El Pela toreó cero.
Bueno, pues lo que se vio fue lo de siempre: el adocenamiento de las escuelas, la falta de personalidad, de recursos y de saber estar; la ausencia de conocimiento sobre el toreo de capa, partiendo de la misma manera de agarrar la capa; los pases sin sentido a voluntad del toro y demás cosas que conforman la tauromaquia contemporánea. Enfrente, una interesante corrida en la que, por poner un ejemplo, uno de los novillos cobró más en cada una de sus tres varas que cualquiera de los que han salido en la feria de Fallas.
Hay dos notas especiales en esta corrida, no obstante. Una es un gran novillo llamado Tigretón, número 4, magníficamente lidiado por Agustín González. Un extraordinario toro para un torero, que se fue al desolladero con sus orejas puestas; la otra es el parón que aguanta Gómez del Pilar en su segundo. Nos obsequió con una faena plúmbea y sin sentido, pero, en un momento casi al final del trasteo, queda descubierto frente a los pitones del novillo y, en vez de dar un respingo y huir, se queda ahí tragando en unos segundos sin fin, aguantando su posición y citando al toro con la muleta hasta que al final el animal opta por irse al trapo. Sangre fría de novillero, valor de torero.
El día 11 de abril de 1909, hace 101 años, se dio en Madrid a plaza llena, en la Plaza Vieja, la corrida de inauguración de la temporada. Toros de Trespalacios para Vicente Pastor, Manolete y Gaona. Fue una tarde entretenida de toros y toreros con el triunfo de Pastor avalado por dos soberbias estocadas.
Un siglo más tarde, en la Monumental con un cuarto largo de plaza, tres novilleros llamados El Pela, Ignacio González -no era el famoso político Chino González al que se suele ver por los callejones- y Gómez del Pilar (Noé para los amigos) han venido a matar una corrida de toros, etiquetada como novillada, de Fidel Sanromán, procedencia Villamarta.
Lo primero, el ganado. Más serio que el que se va a ver en cualquier plaza de España en toda la temporada, incluido Valencia, Sevilla en farolillos y Málaga, por decir tres de primera. Novillos encastados y listos, es decir el material más odiado por cualquier torero contemporáneo. Al salir el primero uno gritó:
-¡Que venga Herodes!
Para significar los animales que les echaban a estos veinteañeros, que entre los tres sumaban un total de 36 corridas el año pasado, teniendo en cuenta que El Pela toreó cero.
Bueno, pues lo que se vio fue lo de siempre: el adocenamiento de las escuelas, la falta de personalidad, de recursos y de saber estar; la ausencia de conocimiento sobre el toreo de capa, partiendo de la misma manera de agarrar la capa; los pases sin sentido a voluntad del toro y demás cosas que conforman la tauromaquia contemporánea. Enfrente, una interesante corrida en la que, por poner un ejemplo, uno de los novillos cobró más en cada una de sus tres varas que cualquiera de los que han salido en la feria de Fallas.
Hay dos notas especiales en esta corrida, no obstante. Una es un gran novillo llamado Tigretón, número 4, magníficamente lidiado por Agustín González. Un extraordinario toro para un torero, que se fue al desolladero con sus orejas puestas; la otra es el parón que aguanta Gómez del Pilar en su segundo. Nos obsequió con una faena plúmbea y sin sentido, pero, en un momento casi al final del trasteo, queda descubierto frente a los pitones del novillo y, en vez de dar un respingo y huir, se queda ahí tragando en unos segundos sin fin, aguantando su posición y citando al toro con la muleta hasta que al final el animal opta por irse al trapo. Sangre fría de novillero, valor de torero.