José Ramón Márquez
Leo en Libertad Digital que el Sr. Bono, no el cantante ése que está forrado, sino el político éste del piso de su hijo y demás, ha puesto una cláusula en la renovación del servicio de cafetería del Congreso de los Diputados para que los camareros guarden “confidencialidad de la información a la que tengan acceso por razón del servicio”. Algunos pueden creer que esto lo hace para que los camareros no vayan a ir a contarles a los periodistas las cosas de las que hablan los del Congreso, como si eso interesase a alguien, pues es público y notorio que las conversaciones de esos señores giran constantemente sobre el odio que muchos de los de izquierdas y de los de derechas le tienen a la Falange y al Movimiento Nacional, que no es ni más ni menos que freudiano odio al padre, dado que muchos de los padres de los unos y de los otros pertenecían a esas extintas y vetustas organizaciones.
En realidad yo creo que la reserva que D. Bono pide al servicio es porque, dado que el adjudicatario de la cafetería es el malhadado Arturo, grupo Cantoblanco, no desea que se conozca fuera de los muros del caserón de la Carrera de San Jerónimo lo que les atiza el ‘restaurador’, la calidad infecta del café que sirve, los bollos industriales, los croissants pringosos de melaza, la comida recalentada y las demás exquisiteces de esta marca que es a la gastronomía lo que los antiguos Peninsulares al tabaco. Como comen tan mal los pobres diputados, luego llegan a los debates rabiosos y enfadados y entonces, en vez de resaltar las cosas que les unen, que son casi todas, se enconan en las fruslerías que les separan.
***
El otro día, por cuestiones laborales, vi de nuevo mi estómago bajo la tutela de Arturo. No diré en cual de sus franquicias. Después de mirar y remirar la carta, pedí unos chipirones en su tinta. Chicle recalentado bañado en encre de chine. Juro que los pedí por el arroz blanco que los acompaña; pensé ‘Al menos eso no es dañino’. En un momento dado del almuerzo, uno de los comensales abandona la mesa durante un buen rato. Al regresar, con la cara demudada, declara con franqueza: 'Perdonad. No sé qué me ha pasado. He tenido que ir al cuarto de baño a devolver, creo que han sido los boletus...’
Leo en Libertad Digital que el Sr. Bono, no el cantante ése que está forrado, sino el político éste del piso de su hijo y demás, ha puesto una cláusula en la renovación del servicio de cafetería del Congreso de los Diputados para que los camareros guarden “confidencialidad de la información a la que tengan acceso por razón del servicio”. Algunos pueden creer que esto lo hace para que los camareros no vayan a ir a contarles a los periodistas las cosas de las que hablan los del Congreso, como si eso interesase a alguien, pues es público y notorio que las conversaciones de esos señores giran constantemente sobre el odio que muchos de los de izquierdas y de los de derechas le tienen a la Falange y al Movimiento Nacional, que no es ni más ni menos que freudiano odio al padre, dado que muchos de los padres de los unos y de los otros pertenecían a esas extintas y vetustas organizaciones.
En realidad yo creo que la reserva que D. Bono pide al servicio es porque, dado que el adjudicatario de la cafetería es el malhadado Arturo, grupo Cantoblanco, no desea que se conozca fuera de los muros del caserón de la Carrera de San Jerónimo lo que les atiza el ‘restaurador’, la calidad infecta del café que sirve, los bollos industriales, los croissants pringosos de melaza, la comida recalentada y las demás exquisiteces de esta marca que es a la gastronomía lo que los antiguos Peninsulares al tabaco. Como comen tan mal los pobres diputados, luego llegan a los debates rabiosos y enfadados y entonces, en vez de resaltar las cosas que les unen, que son casi todas, se enconan en las fruslerías que les separan.
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El otro día, por cuestiones laborales, vi de nuevo mi estómago bajo la tutela de Arturo. No diré en cual de sus franquicias. Después de mirar y remirar la carta, pedí unos chipirones en su tinta. Chicle recalentado bañado en encre de chine. Juro que los pedí por el arroz blanco que los acompaña; pensé ‘Al menos eso no es dañino’. En un momento dado del almuerzo, uno de los comensales abandona la mesa durante un buen rato. Al regresar, con la cara demudada, declara con franqueza: 'Perdonad. No sé qué me ha pasado. He tenido que ir al cuarto de baño a devolver, creo que han sido los boletus...’