José Ramón Márquez
Con todo el ruido de la cogida del pobre Tomás en México y de la gran tarde de toros de Partido de Resina en Madrid, casi se nos pasa hablar de la corrida que echó en Zaragoza el domingo el que de verdad puso a Galapagar en el mapa del mundo taurino, Victorino Martín.
-No me ha gustado la corrida que hemos lidiado hoy en Zaragoza porque ha pecado de exceso de blandura, y bien es verdad que, aunque podría haber sido mejor lidiada, no ha permitido el triunfo que todos esperábamos. Creo que los toreros han estado bien con la corrida, que incluso si se hubiera acertado con las espadas podrían haber cortado alguna oreja. No nos llevamos buen sabor de boca de esta corrida en Zaragoza, exceptuando quizá el cuarto toro y algunos detalles del primero y del quinto.
Así explica en su web el paleto el fiasco de anteayer en Zaragoza. Se decía que este hombre sabía a la perfección lo que tenía y que conocía a cada toro mejor que la vaca que lo parió, pero el asunto es que llevamos más tiempo del que queremos reconocer sin que el paleto eche una corrida completa en serio, una corrida de verdad. Quizás la última reseñable, en lo que se espera de esta ganadería, haya sido la que mató El Cid en Bilbao, pero qué distancia enorme la que media entre lo que está echando por esas plazas los últimos años -un toro por aquí, un toro por allá- y lo que echaba. Y no me refiero a aquella excepcional e inolvidable del 82 con Ruiz Miguel, Esplá y Palomar, sino a aquellos toros inolvidables como el Jaquetón, el Bodeguero, el Conducido, el Buscador, el Milanero, el Belador…
Dicen que luego el hombre se empeñó en hacer que sus toros ‘hiciesen el avión’, dicen que pensó que era un brujo y que en sus manos sabias todo valdría (fiasco enorme de la brujería con los patas blancas, que no acaban de arrancar). Nunca tuvo la humildad de reconocer que lo que le llegó de Escudero Calvo no era un desecho, una ganadería perdida y abandonada, sino algo bien cuidado y bien mantenido, por lo que nunca hubo ‘milagro’ de ganadero sino mantenimiento y cuidado de lo bueno que había, sustentado en el tronco magnífico de ese gran manantial de casta brava que es la sangre de Saltillo, la auténtica mina de la casta.
Ahora le toca repasar lo que ha hecho mal, él lo sabrá, y tratar de volver a llevar la ganadería al sitio del que nunca debió sacarla. El toro sexto de los que echó el otro día en Sevilla, Conducido II, despedido con pitos por la delicada afición sevillana, apunta en el camino de lo que siempre ha sido Victorino: toros listos, encastados, tobilleros, peligrosos, que no perdonan errores, que demandan lidia esmerada previa al toreo. Con esos mimbres construyó el tratante su leyenda y no se entiende cuál es la causa de que ahora, a sus años, a muchos nos dé la impresión de que está empeñado en tirarla por el sumidero.