José Ramón Márquez
Había señales. Anteayer, Roberto Domínguez en el AVE en clase turista, como símbolo de ascetismo. Ayer mañana, el probo Don Julián, el padre, ensimismado por la calle Arfe, soñando verónicas de alhelí. Por la tarde la confirmación del presagio. La ansiada Puerta del Príncipe. Triunfo importante, dirán. Julián ya es, también, torero de Sevilla.
Yo he visto a Julián un montón de veces, desde su presentación de novillero en Madrid. Le vi durante todos aquellos años en que no cumplía años y que siempre tenía diecinueve, creo que eran. Le vi morder el polvo frente a Ponce y a Tomás aquella tarde en Valladolid, cuando Tomás me interesaba. Le he visto en ferias de pueblos y ciudades muchas más veces de las que hubiese querido y de las que soy capaz de recordar y debo confesar, con la mayor humildad, que no guardo un solo buen recuerdo suyo. Como torero. Si acaso, el temple. Son limitaciones que uno tiene y que uno debe asumir.
Por tantas veces como le he visto, creo que soy capaz de imaginarme perfectamente las faenas que habrá hecho esta tarde en Sevilla. Como es imposible que haya cambiado desde la última vez que le vi, que no hace tanto, pues digo que me alegro por él, que estará el hombre muy contento a estas horas, pero que ese triunfo me importa un pito porque estoy seguro de que no me he perdido nada, salvo, quizás, una rabieta o quizás unas risas.
Como los del puchero llevaban dando la murga con Julián, con lo de Valencia, con que este año está importante de verdad, pues me imagino que el triunfo del pequeño gran López también les habrá puesto a ellos la mar de felices, lo cual también me congratula. Y como a la mayoría del público que va a La Maestranza le trae bastante al pairo lo que ocurra en el ruedo, pues creo que esos habrán pasado una tarde la mar de amena con el trajín orejero de Juliancín sumado al enfado con el pérfido Presidente, que eso también anima.
En agosto de 1987, José Nelo Morenito de Maracay abrió la puerta grande de Madrid en su gran tarde, cortando una oreja a cada uno de sus toros, que eran de Sánchez Cobaleda. Estuvo extraordinario y muy variado con el capote, hizo quites, puso banderillas con maestría, especialmente sus clásicos pares al quiebro, estuvo valiente y vibrante con la muleta y mató a cada toro con una gran estocada. Rodaron sin puntilla.
¿Y por qué diablos me habrá venido a la cabeza este recuerdo viejo, si estábamos a vueltas con Julián?