José Ramón Márquez
A ver, antes de que se nos pase. Lo de Sevilla de ayer hay que tocarlo, que aparece en el firmamento un nubarrón para el pobre Morante. El nuevo tiene a su favor que es gitano, y Morante, no. Lo del arte se le da por supuesto a todo el mundo. Lo de la torería heredada, es rasgo del nuevo. Tiene todas las papeletas para llevarse por delante al Ruiseñor de La Puebla, que lleva años en La Maestranza sin sacar más leche de esa alcuza que, como dicen los revistosos del puchero, ‘un ramillete de verónicas’. Torero sin faenas, torero de detalles, torero que -como tantas veces se ha dicho- empieza su carrera en el sitio en que la terminó Curro Romero, no donde empezó el de Camas.
En cambio, lo que hizo Oliva Soto ayer fue empezar a escribir las primeras líneas de su incipiente leyenda. Tiene por delante páginas en blanco para llenar de Puertas del Príncipe, si acaso las quiere; tiene a Sevilla ansiosa por tener a uno de verdad al que seguir y no tanto sucedáneo. Que Oliva Soto saque a pasear la estación de penitencia hecha de plazas vibrantes, de verónicas acariciadoras, de toreo sinfónico y demás argumentos contemporáneos que provocan el embeleso y comprobaremos que a Morante le ha salido un granito, de momento.
Entretanto, el toreo desgarrado, eterno, el toreo que nos hace ir a los toros, el que no acaricia, el que no es sinfónico, estuvo ayer en La Maestranza. A sangre y fuego, una vez más. Gloria a Urdiales.