miércoles, 5 de octubre de 2022

Momentos churchillianos


 

Ignacio Ruiz Quintano


    Los momentos churchillianos vienen a ser como los momentos wordsworthianos –esos que llevan a sentirse tocados por una inspiración– para estos tiempos de guerra liberalia.


    –El pobre Churchill no ha arrojado la bomba atómica, pero estuvo a punto –anota el Benito Cereno alemán–. Hitler es el resultado más terrible de la anglofilia alemana.
    

“Churchill se ha pasado los mejores años de la vida preparando ocurrencias espontáneas”, dejó dicho otro Smith, F. E., primer conde de Birkenhead.

 Boris Johnson, que de Churchill sólo ha imitado su gamberrismo, refiere dos momentos churchillianos graciosos. Uno, con el lord del Sello Privado, que fue a verlo estando el primer ministro en el excusado, y Churchill se defendió a voces: “Díganle al lord del Sello Privado que estoy sellado en privado, y que sólo puedo ocuparme de una cagada al mismo tiempo”. Y el otro, con la poco agraciada diputada laborista Bessie Braddock. “Winston, está usted borracho”, dijo ella. “Señora –replicó él–, usted es fea, y yo mañana por la mañana estaré sobrio”.


    Y de la gracia, al tenebrismo, que también puede tener su punto wordsworthiano en nuestra alta sociedad belicista, como esta arenga churchilliana rescatada en Humo humano:


    –La muerte se encuentra en posición de firmes, obediente, expectante, preparada para servir, preparada para segar a los pueblos en masa; preparada, si es requerida a ello, para pulverizar, sin esperanza de reparación, lo que queda de civilización. Espera sólo la orden.
    

Pero mi momento churchilliano predilecto es el literario, con su talento para capturar y entretejer la historia que ha de absolverlo. Así su descripción de la víspera de la gran catástrofe europea (de la que, por cierto, nunca hemos regresado, y de ello son una muestra nuestras elites), a partir de la noticia, el 28 de junio, de la muerte del archiduque Fernando en Sarajevo:


    “Conservo en mi memoria la impresión de aquellos días de julio. El mundo, en el mismo borde de la catástrofe, era muy brillante. Naciones e imperios con príncipes y potentados majestuosos navegaban en un mar de riquezas acumuladas durante una larga paz. Todos formaban parte, de una forma segura, de un inmenso puente colgante. Los dos poderosos sistemas europeos se veían las caras con sus brillantes y estridentes panoplias, pero con mirada tranquila. Una diplomacia refinada, discreta, pacífica y, en conjunto, sincera, tendía su tejido de conexiones entre ambos sitemas (…) El viejo mundo en su ocaso era muy hermoso de ver. Pero había algo extraño en el ambiente (…) Las pasiones nacionales, exaltadas indebidamente con el declive de la religión, ardían bajo la superficie de cada territorio con vivos, y a veces descubiertos, fuegos.”

 

Y remata:


    –Casi se podía creer que el mundo deseaba sufrir.
    

Churchill narraba sus recuerdos del 14 (The World Crisis 1911-1918) en 1931. En 1959, Bertrand Russell podía escribir (Common sense and nuclear warfare): “Nuestros caminos actuales nos llevan inevitablemente, más pronto o más tarde, hacia la extinción de la especie humana”.