Doctor en Filología Clásica
Nos despedimos del maestro una tarde gris de primero de marzo de 2018 en el Cementerio de la Almudena, en donde tras varias intervenciones de algunos miembros del MCRC y una virtuosa interpretación con el violín del Bolero de Ravel, banda sonora de los medios radiofónicos de dicho Movimiento, el cadáver de Antonio fue incinerado.
Desgraciadamente no nos unió suficientemente el dolor por su pérdida a las distintas y variegadas personas que asistimos a la despedida definitiva. Por una parte, estaban sus hijos, Pablo y Diego, que quizás por desavenencias con el MCRC, se mantuvieron un tanto apartados en el lúgubre acto. Luego estábamos los viejos amigos de Antonio que, aunque mirábamos con simpatía a los miembros del MCRC, como creación propia del maestro, su última obra, no pertenecíamos como miembros sensu stricto al Movimiento, y quizás, por ello, nos mantuvimos cercanos pero silenciosos, renuentes a protagonizar ningún gesto de despedida que pudiese oscurecer mínimamente el protagonismo patente y merecido del MCRC. También vimos un par de políticos supérstites de la Junta Democrática. Y el gran grueso de las personas que estaban en aquella despedida laica de ateo coherente –pero en absoluto anticlerical– lo constituían, obviamente, los miembros del MCRC, que, sin embargo, tampoco constituían una unidad compacta, sino varias corrientes fundamentadas –seamos claros– más en personalismos y celos pueriles que en razones doctrinarias o estratégicas. Una pena, porque a todos les unía un amor verdadero al maestro. La mayor parte de ellos rodeaban cariñosamente la figura abatida de Helena Bazán, magnífica mujer y quizás el último amor de don Antonio, consolada también por su familia. Me hubiera gustado que el hondo dolor sincero que allí percibí hubiera roto todas las desavenencias y egolatrías que allí también observé. Por lo poco que supe posteriormente, no fue así. La pasta herida de la que estamos hechos los hombres es incorregible. No hay cosa más estrafalaria y triste que querer competir en protagonismo por el funeral de un amigo.
Mientras volvía a Valdepeñas recordé los momentos pasados con Trevijano, siempre intensos intelectualmente y, por ello, llenos de excitación y vida. La mayor pasión de Antonio, incluso mayor que la Democracia, era el conocimiento. Su hambre de saber nunca se satisfizo. Supo siempre estar conmigo en los momentos que más se necesita de los amigos. Su sentido de la amistad creaba vínculos poderosos. Y aunque su compromiso vital con el MCRC le consumía el mayor tiempo del día en sus últimos años, siempre tuvo tiempo para hablar con este humilde servidor de lo humano y lo divino. Hombre grande y caballeroso donde los haya, nunca podré olvidarlo. Mi gran amigo Antonio, siempre un optimista indesmayable, hasta en sus últimos días.
Decía mi admirado Paco Nieva que cuando hablamos de un amigo muerto hablamos de nuestra propia muerte consciente, de nuestra muerte vivida, de todo lo que ya está muerto en aquél y en nosotros. Efectivamente, Antonio desapareció para mí y yo desaparecí también para mí, en un sentido figurado, pero no por eso menos real en mi más firme interioridad. Únicamente, de los dos, yo soy el que es consciente de que he desaparecido con él y me lloro con él. Así es como mejor viven los muertos, en la muerte de los demás.
Granadino de Alhama, hijo de un registrador de la propiedad, Antonio García-Trevijano pertenecía a una de las grandes familias de La Alpujarra, establecida entre Órgiva, Alhama y Granada. Su abuela, María Trevijano Marra-López albergó en su casa en enero de 1926 a Federico García Lorca y Manuel de Falla. La familia García-Trevijano, profundamente siempre liberal y cristiana, ha constituido desde hace dos siglos una nutrida pléyade de notarios, registradores y abogados de gran prestigio.
No paró de tocar el piano familiar Federico García Lorca la vez que entró en la casa de los abuelos de Antonio, y Manuel de Falla compuso allí mismo una mazurca dedicada a la joven hija, pianista virtuosa, Carmen García-Trevijano, y así aparece en las partituras del gran músico. De esta mazurca la profesora de Canto, Adriana Torres Reyes, subraya: “Esta breve mazurca para piano, escrita en ¾ compás característico de este tipo de danzas, se divide en tres secciones claramente diferenciadas, que el compositor deja patentes a través de dos barras de repetición que posibilitan los cambios de tonalidad en la armadura. Cada sección consta de una fase de ocho compases que se repiten íntegramente. El manuscrito presenta al final de la partitura un signo que consideramos puede indicar la repetición de la primera sección para dar por finalizada la pieza. De una manera general podemos decir que la pieza presenta los rasgos característicos de las danzas con un carácter desenfadado y bailable. La falta de indicación de tempo hace pensar en la premura de la escritura, o quizás se pueda deber a que, al estar dedicada a una pianista nobel, el compositor no quiso forzar a la intérprete a un tempo rápido propio de la mazurca. Otro rasgo que nos hace pensar que está dedicada a una pianista nobel es el hecho de que presenta gran sencillez tanto en la distribución del acompañamiento como en los giros melódicos y rítmicos que no plantean serias dificultades técnicas. Sin embargo, la maestría del genial compositor se demuestra en que a través de recursos técnicos limitados, consigue una estructura formal totalmente coherente y sublime, y una elocuencia melódica de gran riqueza”.
El abuelo de Antonio, José García Moreno, fue ya de muy joven presidente del Casino de Granada y gobernador civil en Málaga. En esta ciudad –nos dice Juan González Blasco– tuvo una eficaz actuación y heroico comportamiento en la lucha contra una epidemia, una pandemia de gripe, concediéndole la Reina María Cristina en el Real Sitio de San Ildefonso, el día 19 de julio de 1887, la distinción de Caballero de la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica. Contrajo matrimonio con la joven de veintitrés años de edad María Trevijano Marra-López, natural de Málaga, quizás el personaje más popular y querido que ha tenido La Alpujarra. Esta unión impulsa aún más, la ilusión y pasión de José por la política, ocupando la jefatura del Partido Liberal del distrito electoral de Órgiva. En las Elecciones Generales de marzo de 1898, José García Moreno presenta su candidatura por el Partido Liberal en el distrito electoral de Órgiva. Obtiene un gran triunfo electoral y el acta de diputado a Cortes, siendo ya un político de reconocido prestigio en los círculos de Granada y también en el mundo liberal de Madrid, ganándose la amistad de Práxedes Mateo Sagasta y también de Emilio Castelar. El servicio más importante de su actividad parlamentaria fue una proposición de ley por la que se trazó una carretera desde el puente del río Guadalfeo a Vélez de Benaudalla, por la falda de la Sierra de Lújar, y que empalma con la carretera de Motril. Esta proposición fue tomada en consideración el 14 de mayo de 1898. Este hecho hizo que el Ayuntamiento de Órgiva le declarase “Hijo Predilecto y Preclaro de la Villa”. Su esposa, María Trevijano, cultivó la amistad y el mecenazgo con políticos y artistas que visitaban su mansión. Una de las primeras visitas que recibió el matrimonio fue la de Antonio Maura, siendo ministro de Gracia y Justicia, Gobernación y destacado miembro de la sección gamazista del Partido Liberal. Posterioremente, cuando Maura, ya como conservador y Presidente del Gobierno, bajaba a La Alpujarra para cazar, pintar acuarelas y montar en burro, se hospedaba en la casa de José García Moreno y María Trevijano.