Peter Sloterdijk
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Desde hace un siglo, arranca Peter Sloterdijk su “Crítica de la razón cínica” (verano del 81), la filosofía se está muriendo y no puede hacerlo porque todavía no ha cumplido su misión.
¿Qué pensaría Nietzsche, que predijo que el XXI sería aún peor que el XX, de Olaf Scholz, el canciller con cara de cascabel pisado que no tiene gas para el invierno y se propone montar un ejército de cien mil millones de euros con vales para el economato del Uncle Sam? ¿Qué piensa Habermas, que en el 99 le montó el pollo mediático a Sloterdijk por sus “Normas para el parque humano. Una respuesta a la ‘Carta sobre el humanismo’ de Heidegger”?
La sociedad alemana, explicará Sloterdijk, pone a prueba su condición psicológico-social a través de escándalos (¡escándalos Habermas!), constatando de este modo su falta de seguridad interna y falta de libertad.
–Cuanto más se acerca uno al meollo de la falta de libertad alemana, más se crecen las asociaciones más coaccionadas…, hasta que sólo les queda el recurso de tachar a alguien de nazi. Es la necesidad de justificar los barrotes mentales detrás de los cuales muchos han decidido vivir. Es un autoconfinamiento que yo llamo “síndrome masopatriótico”.
En el 45, la guerra, que esta vez era un conflicto ideológico (“segunda guerra de los Treinta Años”, se la llamó), fue acabada desde el Occidente como un conflicto primordialmente nacional, pues los aliados entraron en Alemania no como liberadores, sino como vencedores, con la fórmula de la “rendición incondicional” (la “unconditonal surrender” de Churchill) acuñada por iniciativa de Roosevelt en la conferencia de Casablanca en enero del 43, detalles subrayados por Gerhard Leibholz, jurista de confianza del ejército de ocupación, ideólogo del “Estado partidista democrático de las masas populares” (Estado de Partidos para el vulgo) y ponente de la ilegalización de los partidos nazi y comunista (en el caso del comunista, prohibido pero tolerado). De ahí el Plan Morgenthau, diseñador del New Deal para América, cuya solución para Alemania era desindustrializarla y dedicarla a campo de berzas, el cuervo blanco que ya no escaparía a ninguna lista negra.
Sloterdijk construye su crítica de la razón cínica a partir de la cita de Otto Flake sobre el gran defecto de las cabezas alemanas, que consiste en que “no tienen ningún sentido para la ironía, el cinismo, lo grotesco, el desprecio y la burla”. Y Schmitt encontró en Jünger (por cierto, ¡ni un solo día de cautiverio!) el lema: “La ocupación del alemán en estos tiempos es la de acarrear desde todos los rincones del mundo materiales para alimentar el incendio que ha provocado con sus conceptos. No resulta por tanto ningún milagro que todo lo que sea inflamable esté en llamas”.
–Soy una persona amable –dice el jurista–, pero formo parte de un pueblo que miente cuando quiere ser amable.
La locomotora de Europa.
[Martes, 11 de Octubre]
Los Sloterdijk