[David Gistau, 1 de Abril de 2012]
miércoles, 30 de septiembre de 2020
Repúblicas
La Monarquía y sus enemigos
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El alfa y el omega de la Revolución francesa (golpe de Estado de junio del 89 y golpe de Estado de Brumario) es un cura, Sieyes, que a la caída de Robespierre maldice “a los hombres y a los pueblos que creen saber lo que quieren cuando no hacen más que querer”.
–¿Una República? –bichea Bonaparte–. ¡Qué idea! ¡Una República de treinta millones de hombres! ¿Dónde está la posibilidad? El pueblo francés necesita la gloria, la satisfacción de la vanidad.
En España, dos hombres pequeñitos, Pablemos y Garzón, dicen que el pueblo quiere la República. ¿Qué República? ¿La República extensa de Hume que inspiró a Hamilton la gran república americana? No, la República española, aquélla que cuando advino hizo protestar a Azaña en su chiscón: “Un mes más de encierro y terminaba la novela”.
El argumento republicano de Pablemos y Garzón es que en la Monarquía parlamentaria el pueblo no vota al rey. Y en una República parlamentaria no vota al presidente, pero esto ellos no lo saben.
La democracia política es un taburete de tres patas: la representativa en la sociedad, la electiva en el gobierno y la divisoria en el poder estatal. Dando por bueno el sistema electoral, que es dar mucho, el taburete republicano tuvo sólo una pata, y coja, razón por la cual se pegó el batacazo. Fue una monarquía con botas, las de don Niceto, desalojado del sillón con la trapisonda de Azaña, que llamaba “petenera” al presidente, del artículo 81 de una Constitución que incumplía su única razón de ser, separar los poderes (artículo 16 de los Derechos del Hombre), haciendo indigna la obediencia política. Sin elección, directa y separada, del gobernante, el gobernado podrá engañarse y creer que se gobierna a sí mismo porque se identifica con el partido del gobierno, pero eso es como creer que Elvis está vivo, cosa que en España cree, o finge creer, todo el mundo.
En realidad, Pablemos aspira a mudarse de Galapagar al Palacio de Oriente, cuyo último inquilino, por cierto, fue Azaña.
Trump contra tres
Hughes
Abc
Trump se las vio contra dos, Biden y Wallace, el “moderador”. Quizás contra tres, porque Biden tenía la ayuda adicional de la cámara, a la que miraba como recurso o como salida. Miraba a los ojos al americano, o quizás leía un teleprompter o simplemente saltaba de su propio incendio por la cuarta pared.
Tres contra uno, y en un ring a la medida de Biden, porque el marco dibujado por Wallace era el de la izquierda. Fue un debate y también una entrevista, un entrebate, una cosa rara en la que cada bloque temático empezaba por una muy aguda pregunta a Trump. Una pregunta difícil, impropia de un debate. Wallace, tocando melodía demócrata, ponía la zancadilla para que Biden rematara (¡como los antifa callejeros!). La peor de todas quizás fuera la que le pedía condenar a los “Supremacistas blancos” por una violencia que comete y desató la izquierda. Ahí Trump se vio acorralado. Eh, eh, qué tienes que decir. Esto ya lo hemos visto. Con su sonrisa de tahúr, Biden acudió al rescate de Wallace (durante todo el debate fue puntualmente al revés) y Trump hizo algo muy difícil por lo que será criticado a nivel planetario. Antes aún hizo otras dos cosas: dejar claro que el problema era de la izquierda radical, y no de la derecha, y preguntar por un nombre, una organización. ¿Quiénes son esos supremacistas blancos? Le dieron uno, los “Proud Boys”. Y lo dijo: “Retrocedan y esperen”, ese fue su mensaje. Bastante menos grave que lo dicho por Biden, que negó la existencia de Antifa, a la que llamó “una idea, no una organización”. Negando antifa negaba su violencia. Pero a Biden no le pusieron en ese brete y a Trump sí, y aceptar ese marco era aceptarlo todo: la amenaza ya de nivel terrorista del racismo blanco, el supremacismo psicopático, y de ahí, en un salto, el sistémico.
Pero la salida de Trump, rapidísima y segura, llena de reflejos era algo importante porque se negaba a asumir la asignación de culpas y la etiqueta institucionalizada por los demócratas como el gran problema del país. La gran ballena que persiguen los medios día a día. La cantinela de estos años: esa maldad intrínseca sobre la que hacer pivotar todo el sistema de discriminación, acción positiva, corrección política, discursos identitarios… Dadme ese punto de apoyo y… Y Trump lo negó. Trump se negó.
Biden antes ya había aludido, sin decir la palabra, a una especie de “deplorables”. Los malos chicos existen, las malas personas, son las que miran mal a los diferentes. La piel vieja y no virtuosa de la que América tiene que desprederse. Y Trump rechazó la etiqueta, y fue muy claro al defender los “valores principales” de su nación. Defendió su eliminación de la critical race theory y eludió también el concepto “racismo sistémico”. Todas ellas etiquetas de culpabilidad previa, cartas marcadas puestas por el moderador sobre la mesa. En su no asunción de esos conceptos hubo algo poderoso, fuerte, resistente, que no lucirá tanto como en 2016.
Porque el debate tampoco fue bueno, o más bien refrescante o sorprendente como aquellos con Hillary. Casi se echa de menos la oratoria política. El verbo grandilocuente, hipócrita, inspirador y ampuloso del político. Trump no lo tiene, y aquí no atacaba, aquí se defendía, y tampoco frente a él lo podíamos encontrar.
En un momento dado, Biden llegó a mezclar racismo y coronavirus. Es monstruoso. Es asombroso. Es demente en más de un sentido de la palabra. Ése es el mérito o la utilidad de Biden, uno de ellos, camuflar con su balbuceo la falacia monstruosa de un discurso destructivo, divisivo y radical que toma el planeta entero. Biden tartamudea y a la vez emite unos mensajes naif de una simpleza infantil. Es senil y pueril a una ¡es puenil!
Trump empezó mal. Puede decirse que Trump está bien cuando hay sonrisas. Tardó en haberlas. Necesita un ritmo de escenario, de humorista (le va mejor moverse, caminar, ponerse de perfil). Parecía enfadado, bronco, aunque algún buen golpe caía:
-Yo soy el Partido Demócrata.
-No según Harris…
Fue con el coronavirus cuando apareció el Trump swingueante. Ante el dramatismo de Biden sacó su mascarilla como quien saca la cartera. Aquí está, yo la llevo, pero no me la voy a poner si es necesario, no como él, que lleva esas enormes mascarillas… No siente la necesidad de justificar su gestión con excesos profilácticos. Habló contra China, contra el cierre del país, y diría que fue convincente.
Entró en calor ahí y siguieron los golpes: “He hecho más en 47 meses que tú en 47 años”. Trump defendió su economía, el recorte de impuestos, su política con China (“te comió el almuerzo, Biden”), el mensaje de “ley y orden”, el entendimiento tradicional de los valores constitucionales en lugar de la culpabilidad nacional necesitada de redención de la que hablan los demócratas. Cuando habló de impuestos o de limpiar los bosques, o de coches, o del precio de la energía no hubo acritud en Trump. No la hay. Es relajado, poco enfático.
Los momentos críticos no eran esos, sin embargo. Sabemos dónde estaban, y ahí resistió berroqueño. A Trump se le pedía que condenara el Supremacismo Blanco, y se negó, y Biden se negó a referirse claramente a la ley y el orden y al cumplimiento de la ley, bazas nixonianas evidentes para Trump. En esas dos negaciones tan distintas, o en ese mutuo rehusar, se intuye la radical división política de ese país.
Habrá muchas quejas sobre el debate, demasiado poca cosa para el paladar “Ala Oeste de la Casa Blanca”, pero no sé si serán del todo justas. Trump era… ¿qué era? La antipolítica, el populismo, el antiobama… Y Biden es, lo dijo Trump, el peor candidato en la historia. (“Si pierdo, no puedo volver, no puedo volver a hablar”). Lo que surgiese de ahí no podía satisfacer el oído acostumbrado a cierta retórica. La música, los yambos neoclásicos. Es curioso, Biden miente tanto que Trump ya parece tener una relación más fresca y sana con los “hechos”.
Al final hubo un fuerte intercambio que pareció pugilístico. Biden sacó a su hijo para recordar que, supuestamente, Trump llamó “perdedores” a los militares; golpe bajo, pellizco en los testículos; y el presidente reaccionó poniendo en el debate el escandaloso enriquecimiento del hijo durante la carrera del padre. Pum, pam, crac (¿cómo estaría Trump con un calzón satinado de boxeador?). Ahí, en ese golpe, estaba atacando un nudo fundamental: los manejos de las élites en el contexto político e internacional de los neocons… Pero ese es el marco de las preguntas que le hacen: el consenso neocon-liberal derivando hacia los nuevos territorios de la izquierda. Él se salió de uno, llegó para combatirlo y se encuentra también con el otro, heredero, hijo adulterino de aquel consenso y el postmarxismo universitario.
Fue duro y cruento ese diálogo, no sonó edificante. Dos señores mayores en una posición poco lincolniana (aunque el que insultó fue Biden). Pero era dinamita, y no fue menor el del final sobre las elecciones y la “Transición”.
-¿Transición? ¿Y lo que me han hecho a mí desde antes de ganar Hillary y los otros?
Trump lanzó su mensaje poderoso: la gente tiene que ver lo que va a pasar, tiene que vigilar. Los medios dirán, en resumen, que no condenó el supremacismo y que no garantizó una transición pacífica. Pero no fue exactamente así. Trump niega una y otra vez, con una fuerza y resistencia asombrosas, los conceptos en los que le pretenden encerrar.
El problema de la violencia izquierdista y la división racial azuzada por Obama le acaba volviendo a él como un problema de “supremacismo” (convertido en amenaza terrorista y psicopática y conectado con el “racismo sistémico”). Trump no les da ese placer. Y cuando tocó hablar del futuro, el posible fraude electoral, la transición y la aceptación de los resultados, avisó: hay que vigilar. Esto puede acabar mal, vino a decir.
El debate pobre, intelectualmente raquítico, casi morón, carente de cualquier apelación espiritual o conciliadora, reflejó una polaridad absoluta y la certeza de dura resistencia de Trump. Dirán que no estuvo como con Hillary, pero su posición es otra y se enfrenta a una ideología que son dos: el consenso de los Bush, McCain, Clinton, y sus instituciones e infiltraciones, de los que Biden viene a ser casi un espectral delegado, y una nueva izquierda radical, ideológica, divisiva que será Harris y que estuvo en el fondo ideológico de las preguntas del moderador (¡Climate Change! ¡Climate change!). Todas las bolas que le lanzó Wallace estaban envenenadas en la trayectoria y en la intención, marcadas por el ángulo insidioso de esas ideologías.
Trump pareció titánico en 2016 y lo sigue pareciendo en 2020. Las circunstacias, agravadas por la violencia y el escenario antifa-BLM (lo que niega, él sí, Biden), el Covid, y la polarización (en el apogeo del recuento) hacen de su posición algo más desagradable. Mucho menos agradable. A unos les dijo “Retrocedan, esperen”; a otros, “estén atentos”. Mensajes casi de facción, de cierta movilización. De movimiento o cuerpo político que no sólo tiene que ir a votar. No del todo, no exactamente. Quedarse en su casa (idea de reserva activa, de latencia) mientras incendian sus calles. Ir a los colegios a revisar un fraude del que avisa. Ya no es sólo, estrictamente, votar, lo que da idea de un agravamiento de la situación. La fuerza trumpiana existe, está, se ha visto, pero no se sabe si ha sido reducida, encauzada por fin en una vía demográficamente exhausta, en la que se irá agotando, o ha podido romper los diques del discurso en los que se desarrolló el debate.
(Nota final: dirán que esto de avisar del posible fraude electoral es inconcebible, inaudito, dicho por un presidente, pero ¿acaso no lo es lo que conocimos hoy sobre la trama rusa de Clinton de la que supo Obama? ¿No es eso, como mínimo, otro Watergate?).
martes, 29 de septiembre de 2020
Adriana
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
La lucha de clases, que vuelve a España, para escándalo de los académicos orgánicos, tiene nombre de mujer: Adriana, la Rosa Luxemburgo de Ribadesella.
Según las memorias de Adriana, con Susana Griso por Yourcenar, el Código Penal de Belloch tiene doscientos años, y hay que adaptarlo a la nueva lucha de clases.
La “lucha de clases” aparece, de la mano de Madison, en “El Federalista”, pero España es un país de demócratas de toda la vida donde no hay un solo lector de la biblia de la democracia política, y a los españoles les pasa con la lucha de clases lo que a las viejas de Jardiel con el viudo Leopoldo Rodrigo, que no sabían si llamarle Leo o llamarle Poldo, pues de todas maneras él era el mismo para ellas, y si escribían Poldo, leían Leo, y si escribían Leo, leían Poldo, Leopoldo, es decir, que la lucha de clases, de la que Adriana tuvo conciencia a los dieciséis años, es Marx, quien la refiere a tres ideas diferentes (y sin interés): una explicación retrospectiva de la historia, un proceso de descomposición del capitalismo y un principio táctico para la toma del poder.
Si tenemos en cuenta que Adriana vino al mundo en el 79, un par de meses antes del congreso de González para el abandono del marxismo (comedia mediática para renunciar, precisamente, a la lucha de clases, cuando al “Isidoro” del franquismo le dio por decir que prefería morir de una puñalada en el metro de Nueva York que de viejo, al sol, en un banco de una plaza de Moscú), hallamos que Adriana recibió la lengua de fuego de su conciencia de clase en el 95, con Cascos, el Álvar Fáñez de Aznarín, “ad portas”. Porque ¿qué es la conciencia de clase de Marx, sino la conciencia de la necesidad de una revolución completa, la conciencia comunista, salida de la contemplación de una clase desgraciada por culpa del dinero, como la de Adriana?
Abajo, pues, ese Código de doscientos años. Veinte más de los que Joe Biden, elegido en el 72, dice llevar de senador. La izquierda y sus números.
Martes, 29 de Septiembre
Valle de Esteban
El lobo a la cabra comíala por merienda,
atravesósele un hueso, estaba en contienda,
afogarse quería, demandava corrienda
físicos et maestros, que quería faser emienda.
lunes, 28 de septiembre de 2020
Los Aspirantes
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Sabido es que el aficionado al fútbol de provincias, y más los de provincias menesterosas, amamos a nuestro equipo y luego tiramos hacia un grande: Madrid o Barcelona. Unos pocos, hablo de aficionados con más de medio siglo, no sé si por romanticismo o por llevar la contraria, se hacían además de su Jaén, del Athletic de Bilbao -el único equipo perfecto; a los demás los demonios los llenaron de extranjeros- y luego otro grupo de escogidos se apuntaba al Atlético de Madrid por la natural inclinación que se tiene por los perseguidos por la desgracia. En mi caso tiré para la Real Sociedad porque vi por la tele un atropello arbitral en blanco y negro en el viejo Atocha y porque al poco me crucé con Boronat y llevaba gafas en un tiempo que me parecía imposible un futbolista gafoso como servidor. Luego, en la mili -año 80- dispuse de un carnet, facilitado por el capellán de Loyola, para disfrutar de los mejores años blanquiazules y de cuyo recuerdo da fe diaria el retratito que guardo en mi cartera.
La malevolencia de los grandes la suponíamos siempre y la explicábamos con el poder que derrochaban descabezando rivales que amenazaban su preponderancia. El Barça con aquella misma Real Sociedad de Baquero, Alonso, Txiki Beguiristáin..., la puñalada del último día al Deportivo con Rivaldo..., o el Madrid escogiendo espigas en todos los trigales: Roberto Martínez, Wolff, Uría, Sánchez Barrios, Juanito, Mijatovic... “Muchos no van a tocar bola -decíamos- pero al Valencia, Las Palmas, al Español... los debilitan y ellos juegan con esa ventaja añadida”. La costumbre de ceder jugadores en la mili, “espías” los llamábamos en nuestra ingenuidad ilustrada, se propagó como relación habitual y hoy es ya un galimatías sin control. El City y el Chelsea tienen un batallón desperdigado por todas las categorías europeas ¿Y el Watford? ¿Se han dado cuenta ustedes las veces que dicen en la tele “cedido por el Watford”?
El desvarío anterior tiene que ver con la perplejidad que me invade ante la incomprensible política culé, un grande empeñado al parecer en dejar de serlo, para con su plantilla. En vez de debilitar rivales, los fortalece y por mucha tristeza y usos depresivos que invadieran el banquillo azulgrana, no se explica la marcha de Rakitic a un Sevilla acechante o la de Luis Suárez herido, como no se puede dejar escapar nunca a una fiera, al Atlético de Madrid. Y encima, casi gratis. ¡Con lo que cuesta un goleador o un buen medio!
No sé cómo acabará este fútbol televisivo al que con la aparición de los grandes, vuelve el pestífero VAR, pero me malicio que Don Tebas está encomendándose a un brote juvenil de rivalidad entre Ansu Fati y Joao Félix, dos principios de vedettes con la misión de renovar los duelos Messi-Cristiano. Para engrandecer al portugués del Atlético llega Suárez, el experto en abrir las cajas fuertes a las que se ha de llegar con el despliegue aguerrido que gastan las fuerzas especiales de Simeone. Para sonsacar el talento del guineanito negro, veloz y delgadito ha llegado Koeman, rubio como la cerveza, lento como tractor y fuerte como un peso pesado. El pelotón de Simeone es más uniforme. Costa, Savic, Suárez, el mismo Simeone son del mismo caletre y se diría que piensan lo mismo en cada situación. Nunca se les acusará de pusilánimes. Reconozco que esta temporada estoy dispuesto a empujar con la Real, por supuesto, y con el Atleti.
¿Y el Real Madrid? Pues supongo que otra vez campeón de Liga. Su plantilla es muy superior a la del Barça y Atleti y aunque sus planes de ataque y defensa tienen menor enjundia que los rojiblancos y aún no se sabe si también los azulgrana, la calidad ha de bastarle para ser campeón por mayo... y luego que venga Mbbappé para entusiasmar a Don Tebas y pueda negociar con la China su particular Trinidad: Mbbappé-Ansu Fati-Joao Félix. Para entonces, el fútbol será sólo para ricos. Los pobres no podremos ni asomarnos al campito de los infantiles.
Y el vareto de Zidane
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Del mítico “¡Eso, todos al bar!” de Bryce Echenique en TV cuando le anunciaron la llegada al plató de Manuel Alvar hemos pasado con Zidane al mingotesco “¡Al VAR iremos los de siempre!”
Al cielo iremos los de siempre, decía Mingote, que se imaginaba el cielo como un veraneo en el Norte, de atardeceres de rebequita al hombro.
“La Coviz” nos ha quitado los bares de Jaime Urrutia con sus rimas madrileñas (“Mozo ponga un trozo / De bayoneta y un café, / Que a la señorita la invita Monsieur…”) y nos ha traído el Var, que es un vareto de Zidane, que no va de rebequita, sino de Emilio Aragón en “Vip Noche”, con su smoking y sus sneakers, que duele la vista, incluida la de los del VAR.
–Y dos alondras nos observan / Sin gran interés / El camarero está leyendo el “As” / Con avidez… –cantaba Urrutia en el pleistoceno de la Movida, cuando la Quinta del Buitre.
Ahora estamos en la Quinta del Moro, que lleva camino de ser titular en el Madrid no menos de una generación cultural de las de Ortega, que son quince años, y el “As” lo hojean quienes quieren estar al día, no de la vida madridista, sino de la cultura “antifa”, que todo lo devora.
Victoria de vareto de Zidane en Sevilla, que dará para mucha demagogia flamenquita en Casa Anselma, donde los béticos rodearán a Pellegrini como si se tratara de Enrique el Mellizo, con quien los niños, nos cuenta Carlos Gómez Izquierdo, habían adquirido la costumbre, siempre en días de fuerte viento, de acercarse hasta la puerta de su casa para suplicarle que les cantara algo porque tenían ganas de llorar.
–Lo último que cantó decía así: “El sol no sale de día, pa mí el sol sale de noche: ya está el sol en contra mía”.
La elegía de Pellegrini al VAR, que si la raya del gol o el penalty a Mayoral. Como la Liga de “la Coviz”, que es el fútbol sin “habeas corpus”, se alargue un poco, nos quedamos sin aficionados. ¿Para qué quiere uno a Mbappé en estas condiciones? Sería como pagar por ver a un pez ángel (“pterophyllum scalare”) en una pecera. Por otro lado, puede ocurrir que Mbappé se acostumbre a jugar en estas condiciones y se convierta en un jugador de pecera con agorafobia o temor a las muchedumbres, y el día que los piperos regresen al estadio el gamo de la Isla de Francia sucumba al miedo escénico. Mas, como nos enseña Santayana, un gran principio de caridad en moral es no culpar a los peces por su mal gusto al querer vivir bajo el agua.
–Duramos lo que dura un fragmento de música y vamos donde él va.
El nuevo madridista dura lo que la música de Benzemá, cuyo “fragmento” musical supera el “Zwei Jahre” de Phrasenmäher, y va donde Benzemá va, que es a recibir, como sabemos por Hughes.
¿Qué comerciales no hay que tener para vender como espectáculo de masas un partido Pellegrini-Zidane, con su fútbol de papel crepé y las sedas artificiales de Benzemá, “né” 1987, y Joaquín, “né” 1981, aunque mate toros de Pablo Romero?
En cualquier caso, el sábado, en Sevilla, ganó primero la sentimentalidad flamenca de Pellegrini, el Pelegrín del sistema de Wenceslao Fernández Flórez, y primo de Dulce María Loinaz, y luego ganó la baraka envaretada de Zidane. Y lo hizo con Isco, el Orzowei de Arroyo de la Miel, en el lugar de Hazard, al que llaman Duque, el duque belga, aunque en Bélgica el duque famoso sea el de Alba.
“The Duke of the death” es el título nobiliario que en “Sin perdón” se atribuye Bob el Inglés, y el sheriff Little Bill le hace la burleta de traducirlo “El pato de la muerte”. “Duke” (duque) o “duck” (pato). He ahí la cuestión hamletiana que sólo puede resolver Hazard, al que, por cierto, se mide más benévolamente que a Bale, el loco del golf que metía unos goles tremendos, pero que no hablaba español, como es natural, tan natural como el bicho de “la Coviz”, en palabras del Simón etíope que preside la OMS, Tedros Adhanom, a pedir de boca del señor Jinping.
–El virus se originó en un murciélago de la ciudad china de Wuhan.
Y aquí no hay VAR.
David Adalid la tarde de Cazarrata
COSTA Y SUÁREZ
De entrada, el mayor atractivo de la Liga de “la Coviz” es la collera atlética Diego Costa-Luis Suárez, que promete tanto ruido como las de Frascuelo-Lagartijo, Machaquito-Bombita o Joselito-Belmonte (Indíbil y Mandonio, para las sensibilidades antitaurinas). Costa-Suárez son, en bizarro, el Oliver-Benji del “Esteañosí” fabril y colchonero del cholismo, que harán sentarse ante el televisor a aquellos que ni siquiera estén interesados en el fútbol, como cuando se anuncia en Las Ventas una corrida de Saltillo, la familia de Cazarrata, aquel demonio de la casta que nos entreabrió la puerta del infierno un 31 de mayo de 2016. Resignados al hecho de que con Simeone no vamos a ver salir de la crisálida a Joao Félix, fantaseamos, sin embargo, con el cartel de Costa-Suárez como si estuviéramos ante un “remake” de “Los bingueros” con Charles Bronson-Chuck Norris.
Servicio doméstico
La franqueza. Galbraith explica en sus memorias cómo la necesidad política empuja a todos los políticos a renunciar a las convicciones personales: lo políticamente rentable se convierte en verdad. Kennedy hizo concesiones políticas, pero mantuvo sus propias convicciones. Esto le permitía decir: «Nixon siempre tiene problemas sobre quién es. Yo sé quién soy.»
Kennedy, en efecto, fue la franqueza. Con ella resolvió la crisis de los misiles, pues desoyó los pésimos consejos de sus asesores. Y también la crisis del servicio doméstico, pues escribió un libro, «Una nación de inmigrantes», que revolucionó la mentalidad americana de la época, y derogó el sistema de cuotas que restringía la inmigración de aquellos a quienes Henry James había llamado «gross little foreigners».
Pongámonos en los sesenta, los del «boom» de la Izquierda Exquisita, con sus cenas neoyorquinas «aprés-concierto» en casa de los Bernstein, deliciosamente contadas por Tom Wolfe. La Izquierda Exquisita, en tanto que Izquierda, creía en la igualdad, pero, en tanto que Exquisita, necesitaba de sirvientes. Total, que si los Bernstein daban una fiesta para los Panteras Negras, no podían tener sirvientes negros, y así fue como se desencadenó una búsqueda desesperada de criados blancos, es decir, de «vulgares y bajitos extranjeros», hasta el punto de que los Bernstein llegaron a ser ingeniosamente conocidos como «Agencia de Colocación Spic & Span», chiste de tono étnico que surgía de combinar el «muy limpio» de la retórica con el «más blanco» de la publicidad.
La impresión de los Bernstein al verse retratados en los reportajes de Tom Wolfe era idéntica a la expuesta estos días por la entrañable Marta Ferrusola en un periódico: «Les aseguro que me ha disgustado mucho recibir una imagen que no se corresponde con la que yo tengo de mí misma.» Esto nos devuelve a la pregunta de Tom Wolfe: si el asunto crea una tensión tan intolerable y se cree realmente en la igualdad, ¿por qué no prescindir totalmente de los sirvientes?
Está visto que los sirvientes vienen a satisfacer una necesidad psicolóica de la clase media. Y vienen, además, del extranjero, principalmente de Indias, ocasionando un enorme papeleo, razón de ser de nuestra tradición política, inspirada en ese espíritu procesal y formalista que un día asombró al mundo. Nuestros conquistadores, en efecto, fueron a América con un papel redactado por el doctor Palacios Rubios «para que nuestras conciencias queden descargadas» al abordar legalmente a los naturales de aquellas tierras. Aquel papel, que informaba, entre otras cosas, de la donación que el Papa había hecho de América a los españoles, lo leía un escribano antes de cada batalla, y acabó provocando la ira del padre Las Casas y el cachondeo del cronista Oviedo, quien, ante los indios del Darién, dijo al capitán español: «Señor: paréceme que estos indios no quieren escuchar la teología de este requerimiento, ni vos tenéis quién se la dé a entender. Mande vuestra merced guardarlo, hasta que tengamos algún indio de estos en una jaula, para que despacio lo aprenda y el señor obispo se lo dé a entender.»
Cacique hubo, sin embargo, que objetó: «¿Por qué habríamos de abandonar a nuestros dioses, que nos dan buenas cosechas? En cuanto a ese gran sacerdote del que habláis, debía de estar borracho cuando se puso a repartir lo ajeno...» Este episodio dio lugar al mito del «bon sauvage» en la literatura francesa, pero no alteró la pasión española por el papeleo, como lo prueba el debate de la mal llamada Ley de Extranjería, que lo es del Servicio Doméstico, defendida por Rajoy, el abogado metido a guardia, con los tiquismiquis de Fray Gerundio: «¡Que se me vengan, que se me vengan, no sólo a impugnar, sino a empujar, la clausulilla!» Pero en la Españeta vuelve a reír hoy la primavera, aunque sea con una risa sardónica, que es remedo de la contracción de un ranúnculo conocido por sardonia.
Está visto que los sirvientes vienen a satisfacer una necesidad psicolóica de la clase media. Y vienen, además, del extranjero, principalmente de Indias, ocasionando un enorme papeleo, razón de ser de nuestra tradición política, inspirada en ese espíritu procesal y formalista que un día asombró al mundo
domingo, 27 de septiembre de 2020
El equilibrio diferencial
Hughes
Abc
Descubrí qué era el nacionalismo catalán y el fondo clínico de ciertos catalanes hace unos cuantos años.
Pasé unos días de vacaciones allí, y trabé cierta amistad con un simpático y divertido catalán que en un momento dado, sin querer, quizás, y con el atenuante de las copas, reveló “todo lo que llevaba dentro”. Le dijimos dónde nos hospedábamos, pues yo iba acompañado, e hizo un gesto extraño. Era un muy buen hotel, que yo reservé, por cierto, por error. No era un hotel de jeques, pero era un gran hotel y él archivó ese dato para luego, llegado el momento, regurgitarlo de la siguiente forma: “No era posible que hubiera catalanes en paro y que yo, un valenciano, viajara en hoteles así”. No fue un lapsus, realmente lo pensaba. Era un burgués venido a menos. Iba al Liceo, le gustaba la ópera. Quizás había cierta decadencia personal sustanciada allí.
Esto es una mera anécdota, pero la recordé después, cuando de alguna manera tomó forma en el proyecto que para España tiene el PSC: el federalismo asimétrico diferencial que consiste, no sólo en la federalización de España (en la destrucción de su realidad nacional) sino en algo más: la constitucionalización de la diferencia.
Esto podría entenderse como mera pluralidad: recoger la diferencia, las particularidades, la personalidad distintiva de lo catalán, su necesaria autonomía, y el hecho lingüístico. No, no se trataba de eso. Esa pluralidad no era suficiente. No se trataba de esa diferencia, de ser distinto. Es una diferencia de otro tipo: no horizontal, sino de plano. Cataluña ha de estar por encima. Se ha de garantizar que Cataluña sea siempre más rica y mejor, incluso si Cataluña dedica sus esfuerzos a otra cosa (y ése es el fracaso del 78 ¡Que la vaca del reparto ya no da para tanto!).
Lo diferencial (que es un término que pongo yo) se apoyaba en dos palabros: singularidad (cultura) y ordinalidad (dinero).
En algunos lugares del mundo se quiere constitucionalizar la igualdad efectiva, que no es la igualdad de derechos. No basta con ser iguales ante la ley, la ley ha de exigir que seamos iguales en el hecho, además del derecho. Y aquí quieren lo contrario. Quieren constitucionalizar la desigualdad efectiva. El hecho diferencial ha de quedar escrito, y la Constitución ser federal, asimétrica y diferencial. Que se garantice que Cataluña seguirá siendo siempre Cataluña (bien catalana, rectamente catalana aunque fuera musulmana), pero, además, que los otros seguirán siendo siempre los otros.
Esta es la genialidad con la que el PSC quiere justificar su existencia y huir hacia el futuro: matizando con palabras incomprensibles la superioridad de la que trae causa el nacionalismo, para que ese nacionalismo no termine de romper con España y ellos sostengan su precario existir institucional, que no será tan precario cuando es Illa, filosofo catalán, perito en diferenciales, el que nos ha gestionado el coronavirus con el éxito que conocemos.
Escolástica gallinácea y hasta un poco robagallinas que sigue culpando de todo a Madrit, sólo que en lugar de un determinismo histórico que convierte a España en el absoluto mal autoritario (aunque sean liberales sus planteamientos), la culpa ahora es de las “élites madrileñas”.
Vamos bajando por la escala de lo que llaman supremacismo. Desde los tremendistas odiadores que culpan al español, al alma española, o a la Eterna España, o a un conjunto de causas estructurales irresolubles, llegamos, más matizadamente, a la culpabilidad de la élite española, pero como eso supondría incluir a catalanes y vascos, se reduce a la “élite madrileña”. El “culpable”, ya vemos, no cambia de lugar.
Por eso no me asombro mucho cuando leo en un hilo de Twitter (la peor forma imaginable de expresión) a Jordi Amat, persona muy respetable, decir que el “poder del Estado saboteó el equilibrio” hablando de las enquistadas tensiones territoriales.
Sabotear, ¿qué equilibrio? ¿Qué equilibrio han destruido las fuerzas oscurísimas de aquella derecha que acabó desembocando en Pujol?
A mí me sale el equilibrio del 78, escoltado por el miedo y la violencia, pura condensación oligárquica en la muerte del franquismo. Me sale, pues, más o menos, un equilibrio franquista. El equilibrio que dejó Franco. ¿Están reivindicando eso? ¿El equilibrio de Franco más el de Pujol superpuesto? ¿Así estamos bien, así nos entendemos?
“Madrid se va” es el artículo seminal del mundo PSC. Ay, Madrid, Madrid… Qué mala es la ambición. La culpa es de Madrid por florecer. ¿Qué hace España desmintiendo la estampa de su horror solanesco?
Madrid rompió el equilibrio, que ya lo marcaba Maragall, un equilibrio bien ordenado que incluía al resto del país, a Valencia, por ejemplo, eterna subordinada (si ya tienen a Aimar…) a la que se regaba con dinero para la verdadera “guerra cultural” subvencionada: millones para dinamitar la conciencia nacional española con la unidad de la lengua como excusa cuando en los institutos valencianos ya se estudiaban las bondades de la inmersión (mandando esa misma derecha alteradora de los “equilibros territoriales”)
“Las clases populares madrileñas” como grandes victimas del proceso. Hay que tener un enorme sentido de la originalidad (¡molt catalana!) para verlo así, cuando estamos en procesos abiertos (y casi clausurados) de aplastamiento político y cívico de las “clases populares” en otros lugares de España. Es la monumental ironía de la izquierda estos días, que orquesta un rencor de clase contra el norte… pero de Madrid. Están encantados con el privilegio fiscal y el aplastamiento de sus derechos lingüísticos en otros nortes.
Personalmente, todo lo que escriban contra las “élites madrileñas” me parecerá poco, sigan, sigan, yo encantado de la vida, pero debo protestar (desahogarme, nadie lee esto, es puramente terapéutico) cuando por la finura analítica me vuelven a llevar al mismo sitio al que me llevaban los patológicos de la TV3: algo malo que hacen en Madrid.
Si no supiera, como lector que soy de muchos de ellos, que no es así, pensaría que estos admirados escritores y periodistas catalanes, catalanistas o nacionalistas, según grado y condición, lo que pretenden, lo que piden, lo que andan buscando es otro Franco. Otro Franco que restablezca bien esa “diferencia” que es “diferencialidad”, diferencia incluso matemática, constancia matemática, por la que un valenciano no deba nunca vivir mejor que un catalán. Un Franco que reindustrialice Cataluña en esta nueva revolución tecnológica y la proteja de las tensiones de la globalización, empezando por Madrid, que le de un mercado cautivo y mano de obra pacífica y obediente. Tan obediente como para renunciar a la tierra de sus padres, si es menester, por una palmada en la espalda.
Anoten para el puchero que están preparando: federalismo, asimetría y “diferencialidad”, que no es diferencia, es diferencia más supremacía. O preponderancia, para no molestar.
Caníbales
Julio Camba, al que los periódicos de la competencia llamaban Julio Caníbal, dividió a los detractores de la cocina antropofágica en dos categorías: la de aquellos a quienes, objetivamente, les repugna la idea de comerse a un amigo, y la de aquellos otros a quienes, si les repugna esta idea, es por la idea complementaria de que un amigo pueda comérselos a ellos. En el mundillo periodístico, este dilema hobbesiano del apetito se llama deontología profesional, cuya solución «maximín» —el mejor caso entre los peores— es la paz armada.
Camba no ocultaba que existe una humanidad cebona, destinada a desempeñar entre nosotros el mismo papel que entre el ganado vacuno desempeña el buey Durham con relación a los bueyes de carreta. Económicamente, damos por sentado que esa humanidad sólo tiene una aplicación culinaria. Por otro lado, también damos por sentado que gastronómicamente la antropofagia constituye un error, y entonces surge la pregunta política: «¿Para qué vamos a seguir engordando por ahí a tanto gandul mientras nuestras pobres gallinas se comen las chinas de las carreteras?»
El canibalismo es un asunto cultural, no moral. Los antropófagos australianos que recibieron con los brazos abiertos al capitán Cook eran unos benditos, y, sin embargo, Bernard Shaw, que jamás se permitió en la mesa otro placer que el de chupar juncias, fue más malo que la quina. La delgadez del chinche fabiano era tan extrema que un día Chesterton, dándose de bruces con él en una esquina londinense, exclamó: «¡Santo Dios! Al verlo a usted cualquiera pensaría que hay hambre en el país.» A lo que Shaw, midiendo con los ojos la barriga del creador del Padre Brown, replicó: «Y uno se da cuenta del porqué al verlo a usted.» Como buen vegetariano, Bemard Shaw pretendía hacer pasar por sabiduría lo que únicamente es ingenio, pero sus razonamientos deductivos en defensa del vegetarianismo (que «enterremos una vulgar semilla y veremos salir una gigantesca encina, pero que no enterremos una pata de cordero porque no veremos salir otro cordero, etcétera) resultan intelectualmente inferiores a las sutilezas metafísicas que urdió Santo Tomás para resolver el problema corporal de los caníbales y sus víctimas cuando llegue el día de la resurrección, que ésa es otra. ¿Qué respuesta ofrece el cine americano a la inquietud que supone caer en la mesa de un caníbal y permanecer incompleto durante toda la eternidad?
Todo el mundo sabe, en fin, que «Hannibal» no es la «Summa contra gentiles», pero precisamente por eso va a verla todo el mundo. ¿Dónde está la contrariedad? Anthony Hopkins se coloca la máscara de cuero de Hannibal por el mismo motivo que Daja-Tarto se colocaba el turbante de raso blanco de faquir, porque le pagan por hacer el oso, y hay que ser completamente tonto para ponerse a refunfuñar en la cola del cine, primero, y luego en los periódicos, contra los críticos cinematográficos que no se molestan en avisar a sus lectores de que la interpretación más o menos antropofágica del señor Hopkins, que personalmente es feliz quedándose solo en su casa para regar el jardín y contestar al teléfono, no resuelve los problemas filosóficos del hombre. ¿Qué clase de problemas filosóficos serían los del hombre, si pudieran resolverse vistiendo de sacabuches a un caballero inglés?
Por ese lado, los profesionales del cine, que por algo prosperan mejor en América, siempre han sido menos pretenciosos que los profesionales de las letras, que por algo prosperan mejor en Europa, salvo el caso, ciertamente insólito, de Issei Sagawa, el caníbal japonés que, tras devorar a una holandesa en París, hoy, merced a un error judicial, ejerce su magisterio como crítico gastronómico en el país del sol naciente.
Issei Sagawa, el caníbal japonés que, tras devorar a una holandesa en París, hoy, merced a un error judicial, ejerce su magisterio como crítico gastronómico en el país del sol naciente
Domingo, 27 de Septiembre
Que los años por ti vuelen tan leves,
pides a Dios, que el rostro sus pisadas
no sienta, y que a las greñas bien peinadas
no pase corva la vejez sus nieves.
Esto le pides, y, borracho, bebes
las vendimias en tazas coronadas
y para el vientre tuyo las manadas
que apulia pasta con bocados breves.
A Dios le pides lo que tú te quitas:
la enfermedad y la vejez te tragas,
y estar de ellas exento solicitas.
Pero en rugosa piel la deuda pagas
de las embriagueces que vomitas
y en la salud que, comilón, estragas.
"Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios"
DOMINGO, 27 DE SEPTIEMBRE
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo:
-¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña." Él le contestó: "No quiero." Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy, señor." Pero no fue. ¿Quién de los dos hizo lo que quería el padre?
Contestaron: «El primero.» Jesús les dijo:
-Os aseguro que los publicanos y las prostitutas os llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia, y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no recapacitasteis ni le creísteis.
Mateo 21,28-32
sábado, 26 de septiembre de 2020
Emanaciones
Edward Coke
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En un Estado de Derecho, tautología que no se les cae de la boca a nuestros estatalistas oficiales (políticos, periodistas, profesores), la única justicia es la justicia legal: la justicia emana de la ley y se administra en nombre de la ley.
Pero en el 78, Abril, ingeniero agrónomo, y Guerra, director teatral, creyeron que en una Constitución (su Constitución, por cierto, no define el “poder judicial”) quedaría más elegante decir, y lo dijeron, que la justicia emana del pueblo y se administra en nombre del Rey.
Bueno, pues ni esa licencia poética respeta el gobierno de Sánchez, personaje asilvestrado que en España preside, de hecho, los tres poderes, y que ha vetado la presencia del Rey en Barcelona para la entrega de despachos a jueces, entre los cuales no se ve a ningún Coke que explique a Sánchez que no es el gobierno el sostén del derecho, sino el derecho el sostén del gobierno. Coke es inmortal por su coraje de decirle a Jacobo, más bruto que el cerrojo del Purgatorio, que “el Common law protege al Rey”, contra lo cual se revolvió el Estuardo gritando:
–¡Esta afirmación constituye traición: el Rey protege al Derecho, no el Derecho al Rey!
Y se desmayó (el juez, no el tirano), entrando a la Historia.
Parafraseando a Cánovas, puede decirse que los juristas como Coke producen naciones libres y que los juristas como Lesmes producen naciones sumisas, sometidas a leyes inicuas que ordenan borrar de la memoria lo que ordena la autoridad.
Lo peor del 98 no fue la pérdida de Cuba (ni la mala literatura que le siguió), sino el estallido del tabarrón catalán. “Las monarquías –tabarreaba hace cien años Cambó, abogado de la ‘normalidad’ con ‘normas’– no caen por los republicanos que las combaten, sino por los monárquicos que las engañan”. Y los de “El Sol” concluyeron:
–La solución tranquila y fecunda de la demanda catalana depende de su inclusión en la más vasta demanda del nuevo liberalismo español.
Es lo que emana hoy del diario gubernamental... y Edmundo Bal.
viernes, 25 de septiembre de 2020
Genes
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El sábado, en Minnesota, dijo Trump en un mitin:
–Este Estado fue creado por hombres y mujeres que desafiaron el desierto y los inviernos para construir una vida mejor. Eran duros y fuertes. Tenéis buenos genes.
Y la fanfarria mediática contestó rugiendo “como una indignada diva con plumas, atenta siempre a la reacción del público”, como con Peter Sloterdijk tras su ruidosa conferencia en el castillo bávaro de Elmau, acusado de proponer una revisión genético-técnica de la humanidad.
–Estamos –explican estos profesionales de “l’alarme pour l’alarme” anti Trump– ante una reminiscencia de la política asesina de eugenesia de Adolf Hitler.
El prograjo español tiene a Franco, pero el prograjo americano tiene… a Hitler, que debe de vender mucho, porque hay un canal de National Geographic (yo veo el otro, el del increíble doctor Pol, una especie de “Sálvame” con bóvidos de verdad) dedicado “full time” al personaje, con una voz en “off”, eso sí, que te recuerda que era cabo, tonto, yonki y lúser, forma fina de avisarte de los nazis como Manolo Kabezabolo te avisaba de los punkis:
–Si a los punkis ves pasar, / no te enamores, tonta del haba…
Las voces en “off” de estos documentales hacen las veces de las fotos de pulmones en los paquetes de cigarrillos, lo cual no quita de verlos ni de fumarlos. ¿Qué fuman estos gansos mediáticos que graznan un aria (¡o un ario!) demencial para alertar de Hitler siendo ellos quienes deciden quién es Hitler?
–Hablamos del padre de estos chicos, que acaba de fallecer a la edad de 101 años. Estos chicos tienen buenos genes además de mentes inventivas (“So these guys have good genes in addition to inventive minds”) –dijo Obama en un discurso en Rodon Group en Pensilvania.
Y su esposa, Michelle, en Missouri:
–I want to start by thanking Chairman Roslyn Brock, beautiful woman, for that very kind introduction. (Applause.) And I mentioned to her, I said, her mother’s hot. She’s gorgeous. Good genes. (Laughter).
La risa de Hitler.
Otro espantajo contra Trump
Hughes
Abc
Mejor no dejarse llevar, otra vez, por la histeria. Lo que ha dicho Trump lo dijo antes, lo dijo también en 2016: teme un fraude electoral y cree probable que deba pronunciarse la Corte Suprema. Sin embargo, en este punto Trump parece obligado a decir algo que no dicen los demócratas, que mientras tanto trabajan para extender el recuento de votos días después de las elecciones.
En realidad, recurrir contra Trump a la retórica golpista responde más bien a una fantasía de la izquierda americana y sus innumerables altavoces planetarios. Si empezaron hablando de Hitler, no van a detenerse ahora. Mantener la idea de un dictador les sirve también para crear un «marco narrativo» (su fuerte). Preparar un escenario. Decir que Trump se negará a abandonar la Casa Blanca sería la mejor forma, llegado el momento, de echarlo de allí. Biden ya fantaseó (sin escándalo mediático) con la imagen de Trump siendo escoltado por militares, y en los últimos meses se ha preparado la sensibilidad general para que futuras concentraciones, por supuesto pacíficas, ocupen la calle sin contestación.
Pero la realidad es que Trump no desobedece a los jueces ni incumple la ley. Hizo campaña como populista, pero gobernó como un conservador. ¿Por qué seguir con la idea de un tirano? Sacar a Trump del marco de lo legal y razonable les permite salirse a ellos. Así han legitimado, por ejemplo, la violencia callejera. Por eso se contemplan todos los supuestos, hasta el «coup», menos que gane Trump. ¿Lo aceptarán o seguirán adelante con su deslegitimación del colegio electoral?
Trump no ha tenido exactamente oposición sino una mezcla de conspiración y resistencia, y es poco razonable esperar que se detengan ahora o que esa resistencia no decida convertirse en revuelta.
Trump molesta cada vez más. No ha querido bombardear el planeta, no ha desencadenado crisis humanitarias, protege la vida humana a pesar de no dar sermones, cumple y se esfuerza en conservar la Constitución y actúa contra las disolventes teorías críticas sobre la raza. ¡Y todo eso siendo «tonto»! ¡Lo que haría si hubiera leído a nuestros enteraos! Que le odie la izquierda es normal; que lo haga cierta derecha (RINOS, neocons, nevertrumpers y sus réplicas europeas) parece misterioso, aunque no lo es tanto. Explicarlo merecería otra página y ésta termina aquí.
jueves, 24 de septiembre de 2020
Día de la Merced. Cuando en muchos “chabolos” de España se reza
Vanitatis
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En esta hoguera de las vanidades que es “la Coviz”, la ministra de Igualdad, Irene Montero, arde, cual Juana de Arco del ateísmo estético, en lucha por el “derecho a la belleza”, que, si es pura, es, dice Castiglioni, “solamente aquella que parece en los cuerpos y mueve aquel ardiente deseo que llamamos amor”.
La reflexión más original sobre la belleza desde Santayana, que no ha leído Montero, la hizo el otro día un tuitero que tampoco habrá leído Montero:
–Brad Pitt cumplirá 57 años en diciembre. El Tato Abadía, exfutbolista, tiene 58. Lo digo para que sepáis cómo estará más o menos Brad Pitt dentro de un año y pico.
En la utopía igualitarista la belleza es un derecho, y eso significa que, o todos bellos, como Brad Pitt, o todos feos, como aquel Tato Abadía o como ese Franco Pardo que es como el Miguelón de Arsuaga en Atapuerca, aunque procede de Puebla del Brollón: soñaría con poner un bar de oreja a la plancha en la capital y se encontró con la dirección del socialismo madrileño que quiere hacer de Madrid… ¡una nación!, si logra sortear los requisitos exigidos en el Libro de las Nacionalidades por Stalin, que iba, el hombre, de experto en el asunto. En resumen, que todos Franco, cuyo rostro, como se decía del de Dios, nadie puede verlo y vivir.
Los derechos, dice Ihering, son intereses jurídicamente protegidos, y no será fácil convencer a todo el mundo del “derecho a la belleza”, pero el derecho, dice el mismo Ihering, no es una idea de lógica, sino de fuerza, y tendrán que emplearla, porque no veo yo a Trump, líder del mundo libre, aceptando de Macron, líder del mundo del 68, un juego tan sesentayochista como el intercambio de parejas.
Con el arte igualitario de Malevich (Malevich, Kandinsky y Klee mataron el arte en los salones pijos) el artista vuelve a ser artesano (algo al alcance de todo el mundo), y con el igualitarismo estético de Montero la suerte de la fea vuelve a desearla la bella. Paris adoraba a Helena, pero prefería a otras mujeres.
miércoles, 23 de septiembre de 2020
Clases
martes, 22 de septiembre de 2020
El muro
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Trump llegó para levantar un muro en la frontera y puede irse habiendo afianzado, con la ayuda de la Providencia, el muro de la Constitución, si provee la vacante en la Corte Suprema de la jueza Ginsburg, con cuyos juegos de collares la directora de moda del NYT pretende fundar una hermenéutica a lo Emilio Betti.
El muro de la Constitución es el límite diseñado por Alexander Hamilton, el hombre más grande, con Napoleón, de su época, al decir de Talleyrand, que no era precisamente un pobre Omella.
–Y si estuviese obligado a elegir uno, elegiría sin dudarlo a Hamilton. ¡Habría divinizado Europa!
A Hamilton, cabeza militar, política, financiera y jurídica de George Washington, lo apedreaban los neoyorquinos en los mítines porque había fundado, con John Jay, la sociedad antiesclavista de la ciudad, y ahora lo embisten los cabestros del BLM, que piden la retirada y censura del musical de Broadway que lleva su nombre, porque algún sexador de pollos cree haber encontrado en su familia política un tratante.
Los revolucionarios americanos estaban escaldados de la experiencia inglesa, donde al absolutismo del ejecutivo le había sustituido el absolutismo del legislativo. Y por “Constitución limitada” Hamilton entiende la que contiene limitaciones a la autoridad legislativa, practicables únicamente por los tribunales de justicia, que tienen el deber de declarar nulos todos los actos contrarios al sentido evidente de la Constitución, lo cual no supone de ningún modo la superioridad del judicial sobre el legislativo.
–Sólo significa que el poder del pueblo es superior a ambos y que donde la voluntad de la legislatura, declarada en sus leyes, se halla en oposición con la del pueblo, declarada en la Constitución, los jueces deberán gobernarse por la última.
En este muro constitucional la izquierda no ve una defensa de sus derechos, sino un impedimento de sus propósitos, pero la Providencia ha puesto en manos de Trump asegurar la Constitución a otra generación.
lunes, 21 de septiembre de 2020
Adiós a Bale, hola Odegaard
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Vuelve el Campeón de la Liga de “la Coviz” a otra Liga con Coviz y sin Habeas Corpus (ese latinajo que tanto se le traba a la policía), es decir, sin público, con la ruina que supone para la industria de las pipas.
Vuelve el Campeón y lo hace sin el galés Bale, sustituido en el cabezón de Zidane por el noruego Odegaard, y esperemos que no sea como cuando el cabezón de Udo Lattek sustituyó en el Barcelona a Schuster por Cleo Inacio Hickman, Cleo (grato a Núñez y sobre todo a Casaus, a quien le parecía tan guapo como Pío Nono), que parecía noruego, aunque era brasileño de encaste alemán, el lado por el cual tragó Lattek, que no quería brasileños de samba, como Toninho Cerezo, un maravilloso Ceballos negro, al que rechazó.
Cleo duró un instante, pero un instante fáustico, y todos nos imaginamos a Gaspart recitando ante el espejo las palabras de Fausto a Mefistófeles:
–Choquemos esos cinco. Si alguna vez digo ante un instante: “¡Detente, eres tan bello!”, puedes atarme con cadenas y con gusto me hundiré.
Futbolísticamente, vuelve el tren de la bruja Modric-Casemiro-Kroos, con Isco, que se ha quedado en Madrid testando la báscula de Solari, llevando la escoba, y en la banda Zidane, Bill Murray de este “Groundhog Day” centrocampista y manufacturero.
Todo indica que Odegaard va a ser el mejor futbolista noruego de la historia (con el visto bueno de Solskjaer), una mezcla de Laudrup y Canales para combinar con Benzema, el que baja a recibir, como los Bautistas de las novelas negras. Pero, ahora que se ha ido (“si Bale se va mañana, mejor”, dijo Zidane hace un año), hay que recordar a Bale, futbolista de pantalla grande, como el Eastwood del spaghetti western, que no quiere hablar español, igual que dos tercios de españoles en España, porque con el inglés cree llegar más lejos, igual que dos tercios de españoles en España, incluido el periodismo deportivo, que se encargó de tenernos perfectamente informados de la hernia, del golf y del inglés de Bale, probablemente uno de los futbolistas más listos que han pasado por España, cosa que también da rabia.
Zidane no perdonó a Bale su gol a Karius en Kiev, mezcla de la chilena de Cristiano a Buffon en Turín y de la volea de Zidane a Butt en Glasgow, y el Bernabéu no perdonó a Bale su posado con una pancarta de Gales, Golf, Madrid, que el piperío por ahí no pasa. Los feos de Zidane a Bale fueron de “Vive la France”, inmerecidos para un jugador que ganó cuatro Champions, dos Ligas, cuatro Mundiales de Clubes, tres supercopas de Europa, una Copa y dos supercopas de España en siete temporadas, con ciento cinco goles y sesenta y ocho asistencias en doscientos cincuenta y un partidos.
Puede decirse (y lo dijo Hughes en su día) que la segunda mejor época del Madrid comenzó con el carrerón de Bale por la linde de Mestalla, saliendo y entrando al campo, “haciéndole a Bartra lo que ya le había hecho a Maicon en un Inter-Tottenham, poner en cuestión una carrera deportiva”. Bale puso color a nuestra idea de Gales, que era la que John Ford nos dejó con su “How Green Was My Valley” en blanco y negro. Bale era la energía, pero una energía con moño, otro detalle que lo alejaba de Zidane y su calva expresionista de Nosferatu de Mornau.
Los fans de los Owen y los Modric sostienen que Bale nunca ha tenido categoría de Balón de Oro, y ahora este jugador de cinemacospio vuelve al Tottenham, el barrio que acojonó a Abramóvich, que se compró el Chelsea, pero con un equipo que contó entre sus fanáticos al jefe del positivismo lógico, sir Alfred J. Ayer, y a las órdenes de Mourinho (el futbolista, no el filósofo). Hará banda con Reguilón, descubrimiento de Solari (confirmado por Lopetegui en Sevilla) y descarte de Zidane, que cabalga sobre su Modric-Casemiro-Kroos como Ponce sobre el cocodrilo hinchable. Si lo piensas, lamentarás que no viniera Pogba a liberarnos de esa ristra de Zidane, Maharishi del mareante fútbol circular cuya única esperanza son las diagonales de Odegaard.
REALE ARENA
Es una manera bien fina de clausurar el verano e inaugurar la Liga en San Sebastián, la ciudad más española de España, al decir de Gecé (“ese Madrid exprimido, quintaesenciado, que es en el verano San Sebastián”), pues la burguesía española hizo de San Sebastián su imagen, con una playa que es para exponerla en la vitrina de una salita burguesa y con el barroco templo blanco del “jazz-band”, de la merienda y la ruleta, el Kursaal, que ahora es el Reale Arena: “Aquí un montecito. Aquí una islita. Sobre la islita un farito. Aquí una banderita sobre unas ruinitas en lo alto de otro montecito. Aquí un puertecito con sus vaporcitos que entran y salen fumando su pipa. Aquí unos hotelitos y su filita de tamarindos.Aquí su arena circunvalada, con sus sillitas y sus toldos y las olas rompiéndose a toque de corneta. Y los bañistas con sus calzoncillitos primorosos…” El fútbol devenido, con el chic de lo francés, en gestión de egos.