domingo, 12 de enero de 2025

Gitanillo


Óver Gelaín FresnedaGitanillo de América


Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


La otra tarde, la de la despedida de Liria y Esplá, estaban las cuadrillas aguardando la señal para hacer el paseíllo en Las Ventas cuando salió al ruedo una mujer india del servicio de limpieza con una escoba y barrió todos los papelitos que los toreros tiran a la arena para saber de qué lado sopla el viento. Bueno, pensé, he ahí un personaje de los de Alberto Salcedo Ramos.


A Alberto Salcedo Ramos me lo tiene recomendado Ricardo Bada, para quien el periodista barranquillano se cuenta entre los tres a cinco grandes reporteros de nuestro idioma, y como muestra me envía un botón, que es la crónica “Gitanillo, tremendo y vagabundo como él solo”, que es un retrato a primera sangre del torero Óver Gelaín Fresneda, Gitanillo de América para el arte.


Tiene tres tornillos incrustados en la mano izquierda y uno en la derecha; tres ganchos de metal en un muslo y una costura en la mandíbula. Viendo las muchas marcas que le ha dejado el toreo, uno de sus colegas le dijo hace poco que parecía “un sobrado de tigre”.


Así arranca Alberto Salcedo Ramos su alucinante crónica de Gitanillo, al que “un toro babeó como para humillarlo y otro le echó tierra en los ojos”.


¡Coño, lo que me pasa por no haber estudiado! –exclamó Gitanillo el día en que recibió del matador Roberto Domínguez la explicación de que catorce cornadas demostraban más brutalidad que coraje.


Gitanillo tiene en su casa una colección de más de doscientos cheques falsos, que le gustaría enmarcar para inaugurar con ellos el Museo Nacional de la Vergüenza. Y Alberto Salcedo Ramos relata la movida de Cúcuta, el pueblo infantil del bogotano Gitanillo: “Llegó a Cúcuta el español Manolo Cano al mando de una cuadrilla de toreros compuesta por ocho enanos y ocho chimpancés. Cuando Óver Gelaín vio aquello, sintió que no tenía cuerpo para contener tanta alegría. Para celebrar el hallazgo como correspondía, no se le ocurrió mejor idea que robarse una caja de whisky y repartirla entre los micos bufones. La borrachera, lejos de resultar cómica, fue dañina: los chimpancés no quisieron torear sino que se dedicaron a abrazarse y a vomitar. Sólo al tercer día se curaron de la fiebre y de la resaca.”


Que un buen relato literario sea aquél que parece verdad, y un buen relato periodístico, aquél que parece mentira. Del poeta Jorge García Usta aprendió Alberto Salcedo Ramos que el buen periodismo debe ser una fuente de belleza estética.

Domingo, 12 de Enero

 


Prensa Española

«Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco»

 DOMINGO, 12 DE ENERO


En aquel tiempo, el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan, si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego». Y sucedió que, cuando todo el pueblo era bautizado, también Jesús fue bautizado; y, mientras oraba, se abrieron los cielos, bajó el Espíritu Santo sobre él con apariencia corporal semejante a una paloma y vino una voz del cielo: «Tú eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco».

Lucas 3, 15-16. 21-22

sábado, 11 de enero de 2025

Gelman



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


La piñata cervantina acaba de caerle al poeta e “intelectual comprometido contra la barbarie” [de derechas] Juan Gelman, que es lo que los costumbristas llamarían un “pelma interior”, sucesor de otro grande “pelma interior”, Gamoneda.


Un “pelma interior” es el pelma que busca la compañía de un “pelma exterior” para no quedarse consigo mismo y así poder aguantarse [un poco]. Me hacía ilusión la candidatura de Nicanor Parra, pero don Nicanor no practica lo que se dice ningún camisetismo, y estaba perdido. La morterada cervantina, en dinero contante y sonante del Tesoro de un Estado neoliberal administrado por socialistas, es inmensa. Esa morterada es la que, como decía el otro, ha convertido al Cervantes en una rumba bailada alrededor de un jamón.


La mentira es una forma de la cultura.


He ahí una verdad –que vale un jamón– de Gelman, en quien todos los culteros han dado en admirar su compromiso político y su sufrimiento de víctima del terrorismo de Estado [de derechas].


El compromiso político de Gelman comienza a los siete años... con nuestra guerra civil: colecciona el papel de estaño de los chocolates porque con ello se harán balas para los republicanos. De mayor llega a gerifalte montonero. Y en el exilio mejicano entrevista a un rusoniano subcomandante Marcos que vagamente admira su poema “María la sirvienta”, la niña que, obligada por la sociedad, comete un crimen. Ahora Gelman escribe que se las pela contra la democracia americana y su demonio, Bush, además de propagar el meme progresista de los 600.000 muertos en Iraq, lo que nos ayuda a situar las socarronas palabras del director de la Academia, señor Concha, de que Gelman parece abierto a “un compromiso mayor con... la realidad”.


¿Su sufrimiento de víctima? Celebremos la repentina sentimentalidad desatada por ello entre los culteros, que, sin embargo, contrasta escandalosamente con la doctrina oficial del progrerío español para las víctimas, resumida en el rizo de Ferlosio (otro Cervantes) del “Nenikékamen!” y su derivación conceptual: la “escatologización de los antagonismos”. Literal y ferlosianamente dicho:


Habría que congratularse de que al menos [las víctimas] hayan tenido la fortuna de no haber servido para nada.


Pobre don Nicanor, cuyo epitafio ajusticia poéticamente a la ocasión: “Por mí no se preocupen. Estoy mejor que cuando estaba bien. Descansen en paz.”

Sábado, 11 de Enero

 


El que controla

viernes, 10 de enero de 2025

Año Nuevo 2025



Ignacio Ruiz Quintano

Abc


El Año nuevo suele comenzar como termina el Año Viejo, mal, con arreglo al principio de continuidad de Leibniz, sobre todo en España, donde toda la vida privada depende del Régimen político, burda repetición (forma de farsa) del Directorio francés (forma de tragedia). Su nacimiento fue descrito por el coordinador de la Junta Democrática: “Se intenta continuar el robespierrismo sin Robespierre (Arias), pero ante la alegría popular, y tras un intento de tímida apertura con el Anacreonte de la Guillotina, Barère (Fraga), los mandamases instalados en el Estado proponen un pacto de la concordia entre exaltados y moderados (pacto de reconciliación nacional) con reparto de poderes del Estado, olvido del pasado y ley electoral que perpetúe la situación; el centrista Boissy d’Anglas (Suárez) presenta una Constitución de consenso y el Estado, sin división de poderes, es gobernado por Barras (González)”.


Todos estos personajes se resumen hoy en Bolaños. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Degenerando. (Miranda, banderillero de Belmonte, llegó a gobernador civil de Huelva. “¿Cómo?”, preguntaron al matador. “Pues degenerando, degenerando”, contestó el trianero.) Bolaños, personaje de un Régimen que le permite ser ministro de Presidencia (Ejecutivo), Cortes (Legislativo) y Justicia (Judicial), además de diputado de lista cerrada por sistema proporcional con escaño en Banco Azul, ha tenido el cuajo intelectual de tuitear:


Vaya, vaya, resulta que somos el Gobierno que más leyes ha aprobado en 2024. Más que cualquier gobierno autonómico, incluidos los que cuentan con mayoría absoluta. En total, 25 leyes que amplían derechos y libertades, más que cualquier CCAA.


En la tribuna va de Robespierre que viene de dormir en el coche, ignorando que el Incorruptible fue defensor cabal de la separación de poderes, doctrina que lo llevó a negar a los ministros el derecho “de entrada y de voz” en el cuerpo legislativo:


Todo lo que tiende a confundir los poderes aniquila el espíritu público y las bases de la libertad.


Que por eso los “pâtissiers” del momento, aun sabiendo que si el rey o sus ministros entraban en la Asamblea el cuerpo legislativo dejaba de ser cuerpo deliberante, pastelearon la solución del Banzo Azul, cargándose (para siempre en Europa) la Constitución, es decir, la democracia representativa.


La culpa no es de Bolaños, después de todo hijo de su tiempo. Él es un legisperito salido de la Complutense. Lo explicaba Jerónimo Molina en su despedida a Dalmacio Negro: con la Ley Maravall, los socialistas se merendaron la universidad: “Ni siquiera en las ‘oposiciones patrióticas’ de la posguerra llegó a la cátedra una colección de ignorantes como ésta. Algunos de esos teratológicos catedráticos parecían venidos directamente de los Programas de Alfabetización de Adultos. La universidad española, convertida, sin embargo, en el tonel de las Danaides, nunca había caído tan bajo”.


Y debajo estamos nosotros.

 

[Viernes, 3 de Enero]

Viernes, 10 de Enero

 


Café con leche

jueves, 9 de enero de 2025

De justicias y agravios comparativos

Diario As del 30 de junio del 2002

 

Francisco Javier Gómez Izquierdo

 
        El Burgos desapareció por deudas en la temporada 82/83. Acabó 3º en la Segunda División, pero en aquellos años sólo libraron por impagos los que habían gastado lo que no tenían en adecentar los estadios para el Mundial. Sólo se supo de una buena gestión: la de Fermín Ezcurra en el Osasuna, pero a Osasuna no se le premió por su rigor y al Burgos se le descendió para que el resto de clubes hiciera oreja. Doce años después, 93/94 desapareció también por deudas el Real Burgos, club que ocupó el lugar del Burgos CF. En la 2001/02 el Burgos ya estaba otra vez en Segunda División y como no se constituyó en SA -sólo el difunto presidente Quintano Vadillo supo por qué- el Consejo Superior de Deportes no admitió
una moratoria el 30 de julio del 2002, y a los cinco minutos de comenzar el 1 de agosto, la Liga, la FEF, con la rúbrica del CSD... y con el regocijo de la AFE, el Levante se plantó en Segunda sustituyendo a mi equipo. Los periódicos nacionales anotaron que el señor Jorge Lucas, abogado del Levante, estuvo toda la tarde del 30 de julio en la sede del CSD haciendo su trabajo. Aizpurúa, portero y Txomin Larraínzar, defensa, ambos jugadores del Burgos, fueron traspasados al Levante en supongo provechosa negociación del señor Jorge Lucas y el célebre presidente granota don Pedro Villarroel con el ínclito Quintano Vadillo, presidente que huyó de Burgos dejando deudas en la ciudad, entre otras, unos dibujos que encargó a mi hermano Carlos. Al año siguiente llegaría también Rubiales, sindicalista con pretensión de hacer carrera, al Levante, club al que desde entonces tengo cierta manía.


     Hoy, el Levante que entrena esa excelente persona que es Julián Calero, no puede fichar porque debe no sé cuántos millones. Es cosa conocida que Liga no permite endeudarse dependiendo de unos porcentajes y baremos de imposible comprensión para servidor. El Burgos que ascendió hace tres años no ha podido hacer fichajes porque los Caselli, una familia argentina que prefirió "invertir" en el Burgos antes que en el River Plate, se llevó de El Plantío lo que aún nadie sabe. El Córdoba, cuyo propietario es el sultán de Bhareim, no puede gastar mas dinero en fichajes porque se ha de atener a lo que se conoce como fair play financiero, una figura que la conoce quien la conoce pero que entenderla no la entiende ninguno de los buenos aficionados con los que trato.

 
    Con estos antecedentes que servidor conoce de muy cerca y al comienzo de la verbena en Arabia, saltó la noticia de que el CSD permite que los jugadores Dani Olmo y Pau Víctor van a poder jugar en el Barça a pesar del fair play, las deudas milmillonarias y todos los quebrantamientos de la ley en materia presupuestaria perpetrados por don Joan Laporta. Al parecer se ha de preservar el derecho del trabajador Dani Olmo y Pau Víctor a desarrollar su profesión. Los locutores de la verbena celebraban eufóricos la buena noticia para los futbolistas sin pararse a considerar que Dani Olmo y Pau Víctor podrían jugar sin problemas en otro equipo y por supuesto en la selección. Que don Laporta se los deje, ¡yo que sé! al Betis, un poner, o la Real Sociedad. O puestos a garantizar la titularidad de ambos que se los deje al Córdoba o al Burgos. Serían los p... amos. Los locutores del movistar se ve que no están al tanto de las vicisitudes del Burgos.


         Se sabe que la política está presente en el fútbol, pero que entre pateando con tan rufianescas maneras y tomando a los aficionados no ya por tontos sin adjetivo, sino por tontos de baba tendría que hacernos renegar del fútbol de Primera y quedarnos en la Segunda y la Tercera donde los berrinches son muchos mas saludables.

Un, dos, tres, butifarra de payés

Versión de cortesía catalana

 

Hughes


El CSD, es decir, el gobierno otorga la cautelar a Dani Olmo para que pueda jugar sin estar inscrito y esto, que esperaba todo el mundo, lo ha celebrado Joan Laporta con un triunfal corte de mangas que nos devuelve a la más antigua tradición culé: la de la butifarra.

Porque antes del toque, estuvo la butifarra.

El gesto de Laporta, cual Jordi Culé, aquel forofo dibujado por Nebreda al que ha acabado pareciéndose, se inscribe en la tradición de peinetas y butifarras del Barça: la de Schuster o la de Giovanni, brasileño con cara de sueño, las dos al Madrid, club o concepto, y, sobre todo, la gran butifarra que cantó La Trinca para celebrar la Liga de Cruyff en 1974, hace ahora más de 50 años.

Vivía Franco aún, como nos ha recordado el gobierno hoy en chistoso evento, y el trío cómico, en perfecto catalán, cantó para celebrar el título liguero después de 14 años: ¡un, dos, tres, butifarra de pagès! y el verso lo acompañaban de tres cortes de mangas (00:37 en el vídeo enlazado).  

La letra, de sincero catalanismo, celebraba al lujo de tener a Cruyff:

i com que la bossa sona,
hem portat a Barcelona,
les millors cuixes del món


La Trinca celebraba un trofeo y también poder tener y pagar al mejor jugador del mundo, a las mejores piernas del mundo, algo que en esa época de tan duro castigo franquista sólo podía hacer el Barcelona.

Ese culerismo anterior al desarrollo del tiquitaca y a su asentamiento filosófico por Prisa, el culerismo sincero y apasionado de La Trinca y Jordi Culé, lo recupera o le sale a Laporta medio siglo después: saca la butifarra a pasear para celebrar… la cautelar a Dani Olmo. La inscripción quizás la baile en Canaletas. No es lo mismo que inscribir a Cruyff, pero algo es algo.

Como contribuyentes hemos de conocer los hechos diferenciales por los cuales nos exprimirán y la butifarra es uno de ellos; un gesto de raigambre y tradición culé, un poco como de caganer del fútbol, de señorío descompuesto, de seny llevado por la rauxa (síntesis o tránsito).  Eterno Barça que sale en las formas arquetípicas de Joan (a veces Yan) Laporta.

 

Gattuso



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


Genaro Gattuso, el pivote defensivo o bolardo del Milán, ha escrito un libro, y hace bien. Antonio Gala debe de llevar escritos lo menos cuarenta, y no hace la mitad de gracia. Además, Gattuso presume de su pueblo, Corigliano, en Calabria, mientras que Gala nunca ha hecho gala de su cuna manchega, Brazatortas, haciéndole creer a la posteridad que es cordobés y epígono de algún califa.


En el campo, Gattuso se mueve como un mapache encerrado en un bidón. Ése era, hasta ahora, su encanto: el encanto calabrés. En Madrid, allá por los ochenta, había un café, el Café de los Artistas, en la antigua calle de la Ese, frente al puente de Juan Bravo, que tenía un camarero calabrés, cuya simpatía atraía, al caer de la tarde, a todas las becarias bonitas de ABC –“corzas mellizas de dormir morenos...”–, que acudían a la terraza a escuchar las pláticas de... Hoy, en ese rincón, sólo hay guardias de Gallardón poniendo multas a los infelices “skaters”. Por cierto, que un día de estos voy a enviarle a Gallardón ese espejo que venden de Burt Simpson con la leyenda “skateboarding is not a crime”, pues me dicen que en inglés se entiende mejor.


El nuevo encanto de Gattuso es la literatura. “Quien nace cuadrado no muere redondo”, es su lema literario, aunque parece pensado para Oleguer –“Ulagá”, para el vulgo–, por poner el caso de otro futbolista con pluma. Nacionalista, pero pluma, al fin y al cabo, y en la lengua de Peret. No es que Gattuso no ame a su pueblo. Al contrario: “Pienso en calabrés, juego en calabrés, sueño en calabrés”, tiene declarado. También Oleguer/Ulagá piensa en catalán, juega en catalán, sueña en catalán..., sólo que, cuando Dios repartió la gracia, Oleguer/Ulagá estaba en la “madrassa” de Pérez, el hijo del guardia, el del estanco, y Gattuso se puso en la cola dos veces. Porque Gattuso es muy gracioso. De hecho, Gattuso sería en el fútbol lo que Yogi Berra fue en el béisbol. Dos genios de las ocurrencias, aunque mal conocidos. Antonio Muñoz Molina, por ejemplo, ha atribuido ocurrencias de Yogi Berra a Yogui Bear, quizás porque la dirección del Cervantes en Nueva York tampoco da para mayores prospecciones en la lengua de Churchill. ¡El Cervantes! “Chiringuito para solaz de Rodríguez y sus limpiabotas”, en palabras de Juaristi. En el Cervantes de Madrid hemos visto a Rodríguez parodiar a aquel rey del cuento de Wilde, que al oír la rendida alabanza de un paje ordenó: “Que le doblen el sueldo.” (Lo hicieron así; pero como el paje no cobraba nada, siguió sin recibir un céntimo.)

Jueves, 9 de Enero

 


Cuento de Navidad

miércoles, 8 de enero de 2025

Gitanillo, tremendo y vagabundo como él solo





Por Alberto Salcedo Ramos

1

Tiene tres tornillos incrustados en la mano izquierda y uno en la derecha; tres ganchos de metal en un muslo y una costura en la mandíbula. Viendo las muchas marcas que le ha dejado el toreo, uno de sus colegas le dijo hace poco que parecía “un sobrado de tigre”.


No le gusta mirar ni palpar el bulto que le quedó en el costado izquierdo del cuello, como consecuencia de los diez tornillos que le clavaron para remendarle el hueso. Ahora, sin embargo, me pide que lo toque. Y siento como si le hubieran cambiado la clavícula por un pedazo de riel de ferrocarril. Después, Gitanillo muestra una huella feroz que tiene en el tobillo. “El cacho me entró por este lado y me salió por el otro”, explica. “Me salvé de quedar cojo porque no me atravesó el tendón”.


También ha sido pateado en la frente y perforado en la ingle. Un toro lo babeó como para humillarlo y otro le echó tierra en los ojos. El último percance que padeció en el ruedo no fue una cornada sino un pisotón que le partió la tibia. Un día en que se jactaba de la adultez que testimoniaban sus catorce cicatrices, el matador Roberto Domínguez lo bajó de la nube: sentenció que tantas cornadas demostraban más brutalidad que coraje. Él celebró el apunte a carcajadas – igual que en este momento – pero cuando quedó solo exclamó: “¡Coño, lo que me pasa por no haber estudiado!”


Desde entonces aprendió que las heridas, que algunos utilizan como certificados de heroísmo y otros para hacerse perdonar los errores, no deben exhibirse como trofeos. En las plazas no siempre se persevera por valentía o por gusto: a menudo es porque no hay más opciones. En este punto recuerda una frase de Hemingway: la distancia entre el toro y el torero es inversamente proporcional al dinero que el torero tiene en el banco. Luego advierte que cuando habla de sus cornadas es porque le preguntan, no porque a él le nazca. En su oficio lo menos temible son los cuernos. Peor es hacer el ridículo. O esperar, en una plaza llena, la salida de un toro que se retarda.




2

Nacido en Bogotá el 18 de septiembre de 1964, fue trasladado a Cúcuta a los siete años.


Cuando se convirtió en novillero adoptó el mote de Gitanillo de América, pues intuyó, con muy buen juicio, que a un matador que se llamase como él –Óver Gelaín Fresneda– nadie se lo tomaría en serio. Ni siquiera el toro. Su nombre de pila sonaba más apropiado para un trapecista de circo. De hecho, su infancia fue más circense que taurina: su padre, José Fresneda, andaba de pueblo en pueblo con un espectáculo cómico en el cual era más importante brincar por encima del toro que capotearlo.


La función del viejo, pese a su temeridad, no estaba pensada para producir tensión sino para hacer reír. Óver Gelaín veía cómo el toro más descomunal, en manos de su padre, se transformaba en un muñeco de carnaval que no inspiraba respeto. En consecuencia, cuando el niño estaba a solas con aquellos animales en los chiqueros, les tiraba bolas de barro, les mostraba la lengua o les truncaba la siesta con un grito cruel en las orejas. Ensayaba su propio sainete mientras esperaba la oportunidad de abandonar la trasescena.


Por esa época llegó a Cúcuta el empresario español Manolo Cano, al mando de una cuadrilla de toreros compuesta por ocho enanos y ocho chimpancés. Cuando Óver Gelaín vio aquello, sintió que no tenía cuerpo para contener tanta alegría. Para celebrar el hallazgo como correspondía, no se le ocurrió mejor idea que robarse una caja de whisky y repartirla entre los micos bufones. La borrachera, lejos de resultar cómica, fue dañina: los chimpancés no quisieron torear sino que se dedicaron a abrazarse y a vomitar. Sólo al tercer día se curaron de la fiebre y de la resaca.


Viviendo semejante comedia, el muchacho estaba forjando, sin saber, el estilo tremendista que años después, cuando se convirtiera en matador, los críticos le iban a reprochar. Tremendismo es farsa, desplante. Es convertir el capote en cubilete y la espada en luz de bengala. Es tratar al toro como si fuera un conejillo pero hacerle creer al público que es una bestia de espanto.


Hace poco, en la plaza de Palmira, Gitanillo dio una voltereta en el aire y cayó de bruces sobre el animal que acababa de matar. Por acciones como esa, no falta el purista que propone indultar al toro y sacrificarlo a él.


Gitanillo cuenta que no siempre fue así. Que cuando llegó a España intentó ser clásico. Pero entonces su tutor, Gabriel de la Casa, le pidió que dejara de torear como los demás, que fuera él mismo. La decisión le granjeó el favor del público y la enemistad de los expertos. Gitanillo sufría mucho cuando abría los periódicos y se veía crucificado por los principales comentaristas. Un día descubrió que no se podía ser mariposa y jaguar al mismo tiempo. Que para un hombre serio es inevitable – y hasta necesario – dejar a alguien descontento con lo que hace. Si lo que sentía en el fondo de su alma era la pirotecnia, debía asumirla con dignidad. No ser artista es una limitación, pero querer serlo a los trancazos, sin conseguirlo, es una verdadera desgracia.


Volver a sus fuentes primigenias lo reconcilió incluso con sus detractores: seguían diciendo que era un embaucador, pero ahora le reconocían el hecho de no tener dobleces. “A veces uno, para pasarla bien en una plaza de toros, tiene que comportarse como ignorante”, observa el reportero Víctor Diusabá, conocedor del tema. “En esos casos, Gitanillo se convierte en un bálsamo porque te divierte sin hacerte pensar mucho. Le pides banderillas y te regala cuatro pares. Luego saca unos muletazos que te hacen sentir el toro más cerca de ti que de él”.


3

Gitanillo se ha dedicado en los últimos años a torear en la provincia colombiana. Un día se presenta bajo una llovizna en Sogamoso, a nueve grados centígrados, y al siguiente lo hace bajo el sol despiadado de Cereté, a 44 grados de temperatura. Una vez actuó por la mañana en Venta Quemada, Boyacá, y por la tarde en Granada, Meta.


La andadura por la provincia se debe, en parte, a que en las grandes ferias taurinas del país no lo tienen en cuenta. Pero también es un rezago de su niñez errante. A Gitanillo le atraen los pueblos, además, porque allí el toreo tiene una connotación más festiva y el público es más sensible a sus divertimentos. Allí la gente no va a denunciar el truco sino a festejarlo. Hace 20 años compartía apartamento en España con su compatriota César Rincón, cuando ambos eran meras promesas. Y mientras Rincón soñaba con las plazas grandes, Gitanillo se divertía con las pequeñas. Todavía hoy, descoloridos y con los retablos carcomidos, están sobre las paredes los carteles de aquella época. En ellos se anuncian faenas en pueblos como Jerez, Hervas, Piedralves, San Martín de Valdivieso, San Pedro y Gavilanes, entre muchos otros.


Como torero de provincia, Gitanillo ha viajado en lancha, en helicóptero, en autobús y en mula; ha surcado ríos crecidos, ha atravesado trochas ásperas, ha dormido sobre catres opresivos, ha sentido sobre su cabeza la amenaza de un ventilador que producía más ruido que fresco, ha aprendido lo que es pasar una noche en vela para evitar que lo desangren los zancudos.
Sabrosa era la vida hace 15 años, cuando toreaba en Sevilla, en Lisboa o en París. Pero ahora le toca ir es a Somondoco. Acá, con frecuencia, el carro se le atasca en un lodazal, o se le vuelca el camión que lleva los toros, o el empresario que lo contrata se fuga con el dinero de la taquilla. A Gitanillo le han dado televisores, ollas a presión y licuadoras como parte de pago. En su casa tiene una colección de más de 200 cheques falsos, que le gustaría enmarcar para inaugurar con ellos el Museo Nacional de la Vergüenza. Sería, dice, una manera eficaz de censurar a los tramposos.


A menudo, antes de jugarse el pellejo en las plazas, Gitanillo lo expone pasando por zonas plagadas de guerrilleros o paramilitares. En cierta ocasión se topó en uno de esos retenes con una camarilla de muchachos ebrios. El que parecía comandante lo abrazó con amabilidad, pero de repente adoptó un tono agresivo. “Bueno, marica”, le dijo, “espero que no le vaya a quedar grande matar esos toros con la espada. Porque, si quiere, yo se los puedo matar hoy mismo a punta de plomo”. Gitanillo no cree que torear en la provincia sea degradante, como señalan en privado algunos de sus colegas. “Esa es una visión elitista”, afirma él. “Voy a los pueblos por una razón muy sencilla: porque me contratan. Pero además no tengo porqué esconderme, pues voy es a trabajar, y lo hago con gusto y con respeto: me preparo para lucir bien, llevo mis mejores trajes de luces, soy puntual”.


Los amigos de Gitanillo consideran que él ha contribuido a preservar y a ennoblecer la fiesta taurina, llevándola a las veredas más apartadas aun a costa de su propia vida, poniéndola al alcance de campesinos y niños pobres. “Más bien deberían darle las gracias”, dice su mozo de espadas, Pepe Montaña.


El propio Gitanillo señala entonces que así como se le pidió mencionar las incomodidades y riesgos que enfrenta en los pueblos, se le permita hablar de las ventajas. Viajando, explica, ha visto el país y no su reflejo deformado. Gracias a esa experiencia sabe por dónde aparece y por dónde se oculta la luna. Ya no hay, como cuando fue famoso, luces artificiales alumbrando sus actos: ahora lo iluminan el sol y la risa de la gente sencilla. Por eso ya no es soberbio. En los pueblos se ha enriquecido viendo a los señores que salen a pasear el baño de la tarde y oyendo al viento rasguñar las ventanas.


4

El pecado mayor de Gitanillo fue haberse desquiciado cuando oyó decir que podía ser un buen matador. Andaba con fajos de dinero en los bolsillos, gastando aquí y allá con una vulgaridad penosa. Hacía y deshacía un hogar como si apenas estuviera cambiándose de camisa. Bebía mucho. Su garbo desenvuelto de acróbata derivó en unos ademanes grotescos de borracho gordo. Perdió brillo en los ruedos. Se volvió previsible, rutinario, como un cómico viejo que pretendiera hacer reír al público de un bar triste con su repertorio gastado.
Los toros, según él, se sienten irrespetados por el torero que no se cuida, y en consecuencia se rebelan. En ese trance perdió algunos de los que hubieran podido ser sus años más preciosos.


Descontando ese período desatinado, dice Gitanillo, no ha percibido sino privilegios en su vida de torero. “He hecho lo que me gusta y además he ganado lo suficiente para no tener que emborracharme con el vino ajeno”, afirma.


El balance final dirá que, gracias a los toros, conoció sitios y gentes que valían la pena, como su colega César Rincón y como el pintor Alejandro Obregón, que fue su amigo. Con Obregón, por cierto, vivió una de las historias más bellas de su vida. Un día se metió con él en un autobús destartalado, para protagonizar una corrida en Chicoral. Al término de la velada, el maestro se le acercó y le regaló un elogio memorable: “¡no joda, tú sí te ganas esa plata bien ganada! Al verte torear hoy sentí que me debería dar pena cobrar por mis cuadros”. Después, en su casa de Cartagena, Obregón le regaló una pintura a Gitanillo.


No te la dedico, por si acaso necesitas venderla –le dijo.


Pero, maestro, ¡cómo se le ocurre que yo voy a vender un regalo suyo!


Tras mirarlo con malicia por encima de la cerveza que se bebía a pico de botella, Obregón sostuvo que el hombre que guarda pintura cuando lo que necesita es comida, no tiene alma de poeta sino de bobo.


Gitanillo necesitó varios años –los que habían de transcurrir mientras su desorden lo dejaba en las tablas
 para entender que el gesto de Obregón aquella tarde era mucho más que un simple golpe de astucia. El cuadro fue, en efecto, lo que le permitió salir de una crisis económica que parecía interminable. “El maestro ya estaba muerto”, dice, “pero me sacó del apuro”.


A estas alturas, Gitanillo se atreve a sacar las cuentas en voz alta: ha intervenido en 1.010 corridas, ha cortado 1.399 orejas y 39 rabos, ha salido a hombros 692 veces y ha matado 2.060 toros. Todavía, según él, sueña. Lo que pasa es que no se ve –nunca se ha visto– asediado por una multitud frenética en la Plaza de las Ventas, de Madrid. Se ve en Caparrapí, Cundinamarca, y en Suratá, Santander, aplaudido por los niños y escoltado por una cuadrilla de micos eufóricos.



(Vía Ricardo Bada y Laura García y su blog literario http://blogarcolibris.wordpress.com/. En la imagen de arriba, un toro de Alejandro Obregón; en la del centro, la plaza de Cúcuta, en inminente trance de desaparición; y en la de abajo, Alberto Salcedo Ramos, probablemente el periodista que mejor escriba del mundo)





Alberto Salcedo Ramos. (Barranquilla, 1963). Es autor de los libros El Oro y la Oscuridad: la vida gloriosa y trágica de Kid Pambelé, De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho y otras crónicas, Los golpes de la esperanza y Diez juglares en su patio, este último en compañía de Jorge García Usta. 

Garzón



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


Al lado de las mentiras de la paz, las mentiras de la guerra son una risa. Por eso Garzón, el ex segundo de González que estudió inglés como para leer las consignas de “The Lancet”, se ha convertido en la unidad de medida de la seriedad... a la española. Por ejemplo:


-Seiscientos cincuenta mil muertos son un argumento suficiente para que esa investigación o indagación se aborde sin más dilación.


El artículo de fondo del ex segundo de González (“¡mi reino por el Nobel de la Paz!”) está tan ayuno de rigor como de sintaxis, pero, tratándose de Iraq, todo es bueno para el convento. Los muertos sólo son leña para la hoguera de ese auto de fe que el Santo Oficio Progresista urde contra Aznar, que no está amparado por la Doctrina de los Estigmas y sobre cuyas espaldas caerían todas las muertes acaecidas entre el Éufrates y el Tigris desde la de Abel. Seiscientos cincuenta mil muertos son, en efecto, varias Biblias e Hiroshimas juntas, aunque, puestos a contar, ¿por qué no alcanzar los seis millones, que siempre sonará más nazi? Por decirlo en una frase (las buenas frases son la verdad en números redondos):


-El vicio que aqueja a la derecha es el cinismo, y a la izquierda, la mentira.


Literariamente, el proceso contra Aznar (y contra Havel, claro, otro "genocida") sería tan agradecido como el de don Rodrigo Calderón, que hizo famosos a los jueces Corral -retratado por Velázquez-, Salcedo y Contreras: el bueno, el feo y el malo. Claro que el contemporáneo es otro humanismo, y lo de Aznar lo promueve Romero, un humanista condenado por siete faltas de lesiones, injurias y coacciones, no a un príncipe del capitalismo, sino a un tabernero y su cliente, anciano, que se negaron a secundar la huelga general del 20-J...  contra Aznar.


-¡Fascista, hijo de puta y cabrón! –gritó el humanista al tabernero-. Aquí se cierra por las buenas o por las malas. ¡Aquí se cierra por cojones!


Pepiño Blanco, que estudió hasta primero de Derecho en Santiago y le dio para tener un chalé en Madrid, se apunta a lo de Aznar. Yo me imagino ese chalé como el cigarral de Marañón, donde Unamuno leyó "San Manuel Bueno", y Lorca, "Bodas de sangre"... Puedo ver los estantes de la biblioteca gimiendo bajo el peso del Aranzadi y puedo oír sus crujidos mezclados con las toses graves -serias, españolas- de humanistas del humanismo de un Blanco, de un Romero o del ex segundo de González –a quien los libros atribuyen la sentencia latina “le voy a freír los huevos a Javier”–, resueltos a darle una lección a un señor bajito que tuvo el atrevimiento de ganarle a González en las urnas... y en el Google.

Miércoles, 8 de Enero

 


Cuesta de enero

martes, 7 de enero de 2025

Vuelve el Pontevedra


Irulegui como entrenador,1985/87, y Fuertes como jugador 73/74, han tenido pasado burgalés

   

        Francisco Javier Gómez Izquierdo


            Suelo partir con ventaja en la Copa porque tengo dos equipos con los que disfrutar en las eliminatorias, pero en esta edición al Córdoba lo ha echado antes de empezar la pelea, de medio sopapo, ¡¡¡el Olot!!!, y al Burgos, de sopapo y medio, el Marbella, el club que fuera de Jesús Gil y ahora es de los madridistas Granero y Casemiro y en el que aún juega Callejón, el bueno de los gemelos del Castilla.


       Los treintaidosavos no es que llamaran mucho la atención, pero el caso es que me puse a ver el Pontevedra-Mallorca y al final de la noche me paré en la prórroga del Logroñés-Athletic, que puso a los leones los penaltis de corbata. Mallorca y Athletic, los dos últimos finalistas que se van al Oriente con el Madrid y el Barça en busca de los doblones de la ceca de Rubiales y Piqué. El Pontevedra, uno de esos equipos que me da que no tardando mucho va a ocupar el puesto rotativo de los simpáticos que ya tuvo en los 60, como en los 90 el mismo Logroñés, Numancia, Extremadura, ahora el Mirandés, o mi Burgos y mi Córdoba sin ir más lejos, sorprendió el viernes agradablemente, y si, un poner, servidor mandara algo en los dos equipos de mi corazón, me interesaría por Dalisson de Almeida, un delantero fino, de clase y me parece que listo y por el número 14, Samu Mayo, medio centro que creo no es titular en un equipo que milita en la 2ª RFEF, cuarta categoría del fútbol español. Hubo más peloteros que jugaron a gran nivel (Yelko Pino, al que sí conocemos hace tiempo, marcó un golazo que firmaría Bellingham, y el veterano y blancuzco Rufo, otro de listo a lo Raúl), pero Dalisson creo que tiene algo y está por aparecer el entrenador que se lo sepa sacar. Los aficionados recuerdan un Pontevedra de hace 20 años en el que jugaban Yuri y Charles, dos goleadores idolatrados, el primero en Ponferrada y el segundo, aquí en Córdoba, donde se destapó para consagrarse en Almería, Vigo, Málaga, Éibar.. y volver y retirarse agradecido otra vez a Pontevedra. Los más veteranos, tal que servidor, conocimos las últimas boqueadas del mejor Pontevedra, aquél que acuñó la mítica frase "hai que roelo" porque a los Cobo, Irulegui (entrenador del Burgos en los 80), Batalla, Cholo, Vallejo, Calleja.., no había quien los colara un gol, un récord que curiosamente comparten con el Córdoba: sólo dos goles encajados en El Arcángel la temporada 64/65 y dos también en Pasarón en la 68/69. Muchas historias curiosas tenemos leídas de aquellos clubes sesenteros. Es fama que Batalla, defensa central catalán, antes de un Zaragoza-Pontevedra televisado comentó a Matías Prats, el locutor de Villa del Río, que tenía 13 en la quiniela y que en su partido había puesto una X. El locutor lo contó en directo con el Pontevedra ganando 0-2 pero al final del encuentro, dos errores garrafales de Batalla... y 2-2. Cuentan las crónicas que a nadie le pareció mal -el premio ascendió a lo que hubiera cobrado en tres años-, asunto éste que salió cuando el furor de las apuestas de hace cuatro o cinco años con el 12-0 del Barça Atleti al Eldense. Cholo, central bajito que fue, es el Di Stefano o el Kubala pontevedrés. Murió hace dos años siendo presidente de honor y hay una leyenda, no se sabe con certeza si verídica, que dice que lo sacaron en el PRAVDA ruso. Se engrandecía que fuera conductor de tranvía, que ésto sí es cierto, y camarada proletario en un club anticapitalista que ¡ojo! llegó a ser líder en Primera. El famoso Logroñés de Polster, Ruggeri, Abadía, Quique Setién... fue club modesto también pero Marcos Eguizábal, empresario de vinos, estaba reconocido como buen pagador y sus jugadores no necesitaban del pluriempleo para completar un buen cobrar a fin de temporada.


     Vaya, ya sé... me he vuelto a enredar en nostalgias enfermizas y lo que tendría que poner era que el Almería, del que tenemos puesto que dispara con metralletas afinadas, viene valentón: 4-1 al Sevilla. El domingo lo esperamos en El Arcángel en Liga. Que en el Elche de Sarabia ya advertimos que hay talento y le ha dado un repaso de muy señor mío a Las Palmas con otros cuatro goles... Y la eliminación del Valladolid por el Orense, 1ªRFEF, será porque los de Orense, que en primera ronda eliminaron al "chulito" Deportivo no quieren ser menos que los de Pontevedra. A los dos gallegos les tocará la lotería de Madrid, Barça, Atléticos...o el Celta y es ocasión segura para juntar dineros y alegría. Si además es con salud... pues ¡Viva la Copa! 

Nochevieja 2024

 



Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Del “ruido de fondo” del real Mensaje (el Mensaje es el Estado de Partidos, McLuhan) al “ruido de forma” de la plebeya Nochevieja (con Broncano de bufón de Estado comiéndose las uvas del ciego/contribuyente), que no es otra cosa que el ruido de las ruedas al cambiar de vía.


Mirad a ése –decían unas charos de Verona, según cuenta Bocaccio, mirad a ése –refiriéndose al Dante, que va al Infierno y vuelve cuando quiere.


En los 80 el Infierno era la ruidajera de la Nochevieja, que tenía su cachito de Cielo en el “Pachá” de Marilé Zaera. Uno salía todas las noches del año, menos en Nochevieja, que se quedaba en casa hecho un Juan Ramón, aislado de los ruidos de las sirenas y de los voladores de pólvora que enloquecen a los perros. A la calle en Nochevieja sólo se echaba José Alfonso Morera Ortiz, o sea, Pepe el Hortelano, para despedirse de la noche de Madrid porque marchaba a Nueva York con una beca de pintor. Aquella Nochevieja hizo migas en Sol con un rufián que bebió por la exaltación de la amistad hasta que se le terminó el dinero al artista. Pepe cometió el error de ir por más dinero a casa, en la calle Mayor, circunstancia que aprovechó el rufián para apalizarlo y rendirle la hucha. El episodio traumó al Hortelano de tal modo que, para ahuyentar a los malos, en Nueva York se disfrazó de skin, y un grupo de “black panthers” le propinó otra paliza.


El “ruido de fondo” citado en el Mensaje ha sido la excusa para colocarnos la Censura (democrática, por supuesto) como el “ruido de sables” inventado por Carrillo fue la excusa para colocarnos el Consenso. El españolejo es domesticado desde que nace para “no querer ruidos con la Inquisición”: de aquí nuestra obediencia enfermiza a cualquier cosa que parezca tener mando, razón por la cual Valencia, que una vez dio Borgias, ahora da Mazones.


Por miedo a los ruidos podemos llegar a ser tan neuróticos como aquel amigo alemán de Santayana, el barón Westenholtz, que no dormía por miedo a que algún ruido lo despertara: viajaba con unos gruesos cortinones para cubrir las ventanas y las puertas de sus cuartos de hotel, y en su casa los suelos estaban alfombrados con goma para amortiguar las pisadas de los invitados…


Y solía bajar corriendo más de una vez, después de estar metido en la cama, para cerciorarse de que había cerrado el piano, porque de lo contrario podía entrar un ladrón y despertarlo al sentarse a tocarlo.


Cuando nuestro filósofo le sugirió que podría superar esa idea absurda simplemente contraviniéndola, el barón reconoció que quizá lograra superarla, pero que entonces desarrollaría alguna otra obsesión en su lugar. Uno no es barón ni alemán ni cuenta con amigos como Santayana (¡un bostoniano de Ávila!), pero tengo la idea absurda de que la Nochevieja está hecha para coger la neurastenia y el perro y meterse con los dos en la cama, mientras en la calle prospera la elocuencia del ruido con los “bruiteurs” de la alegría. Feliz Año Nuevo.


[Martes, 31 de Diciembre]

Martes, 7 de Enero


El juego del calamar 

lunes, 6 de enero de 2025

La cuesta de Enero

Dalí



Ignacio Ruiz Quintano

Abc


El Madrid de Ancelotti, que llevaba meses siendo un cadáver a los postres, se ha tomado ocho días de vacaciones para coger carrerilla hacia una demencial cuesta de Enero, con nueve partidos de todos los colores (Champions, Liga, Copa del Rey, Supercopa de España…) a disputar en países exóticos, tal que la Arabia de Lawrence Rubiales, que quiso ser nuestro Elon Musk, a quien imitó llevando la Supercopa de España al desierto árabe, ya que no podía llevarla al desierto de Marte, donde se jugará algún día, si Musk consigue, por fin, montar su servicio de cohetes en línea Tierra-Marte, Planeta Azul-Planeta Rojo, esa ciencia-ficción anticipada por la comunista de aluvión Yolanda Díaz, que vicepreside nuestro gobierno de progreso: “Las personas inmensamente ricas tienen cohetes para escapar de la Tierra”.


Con catorce jugadores, que son los que tiene Ancelotti (eso dijo en rueda de prensa), llega el momento de tirar por la ventana al menos Copa y Supercopa, que no suman, y llegado el caso, también la Liga doméstica, cuyo desgaste absurdo pondría en peligro la disputa de la Champions de Ceferino y el Mundial de Infantino, pues, con el madridismo en juego, nada hay que espante más que la posibilidad de hacer una versión pequeña de la grandeza. ¿Qué grandeza va a haber en la Supercopa, un espectáculo creado por Rubiales y Piqué? A Piqué le dirían que es un Dalí de la publicidad, y él se lo creyó. Dalí diseñó en Nueva York un montaje publicitario para unos grandes almacenes: un escaparate loco con un vestido de señora con el rótulo “Abrigo de piel de cangrejo viudo”, un sombrero de caballero con peces vivos, otro sombrero de señora hecho con rodetes superpuestos de rabos de buey, un infiernillo eléctrico “para freír espárragos”… más el estrambote de una última cláusula contractual por la que la empresa se obligaba, cada día y a la hora más concurrida en la Quinta Avenida, a que un gamberro contratado rompiera a estacazos la luna de cristal maldiciendo a las tres “bes”:


La Burguesía, la Banca y la Burra de Balaan.


No hablamos tonterías, y la prueba es que los futbolistas ya han aprendido a sacarle brillo a la demencia con el negocio de cobrar por la alegría de los goles, registrando la propiedad intelectual de las celebraciones. En España, como se sabe, la ley de la Propiedad Intelectual fue redactada por la generación republicana de Castelar, el tribuno que da nombre al premio que los revistosos del puchero en el Parlamento han concedido al fanegas de Rufián, lo más sandio de nuestra primera industria nacional, que es la política.


Los primeros barruntos nos llegaron de la mano de Dani Olmo, el futbolista del Barcelona, que planteó su deseo de registrar notarialmente su número celebratorio consistente en un gesto de señalarse un reloj imaginario, que no sería un reloj daliniano, sino un reloj de los de toda la vida, tipo Enrique Busián. En la cultura culé no hay descanso, y si no se puede inscribir al futbolista en la Liga por un quítame allá esas pajas del “fair play”, se inscribe en el notario su “sketch” del peluco para rubricar sus goles. ¡Goles con firma! En Inglaterra, “la vieja raposa” de León Felipe, el extremo Cole Palmer ha corrido a la Oficina de Propiedad Intelectual del Reino Unido para registrar su celebración del “frío”, una forma de hacer el papafrita como otra cualquiera. Ese chico lo pasó mal en la Eurocopa, cuando el merluzo de Southgate lo tuvo en el banquillo, donde seguramente maquinó estas salidas de pata de banco. Pero Palmer es una estrella con firma del Chelsea, mientras que a Olmo no lo dejan serlo del Barcelona, que podría aprovechar el día de los Inocentes para inscribir al jugador. Recordemos las anotaciones de Pla: “Ésta es tierra de desconfiados, de desconfiados ancestrales, de retorcidos, de personas convencidas de que aquí se puede hacer todo a base de adoptar el aire del campanero cuando pasa a cobrar las sillas de la iglesia”. Éste es el club, según tenemos oído a Roures, que pagó el “Dream Team” de Cruyff con el dinero de la TV pública.


[Sábado, 28 de Diciembre] 

Lunes, 6 de Enero

 


Pedro y el lobo

Feliz MMXV

 


Jean Palette-Cazajus


Os aviso con máxima franqueza,

En vista del ambiente circunstante

Quedarán sin soneto el año entrante.

Para ripios no tengo la cabeza.


No es pereza, ni gabacha vileza.

Me gustaría recoger el guante,

Que mi lira tañera rozagante,

Pero me ignora y cansina bosteza.


No basta confesar tanta flaqueza,

Maldito quede el bardo sin ahínco,

Incapaz de acabar con su torpeza.


Y en esto el garlochí, que pega un brinco,

Se le olvidaba la única certeza:

Ya nos atraca Dos Mil Veinticinco.


(P.E.C.T.LH.)

Felicidades a Javi

 


F-J-G-I- (y Melqui al fondo)

Que ardorosa el alma encierra



Gamonal



Aquel Burgos Promesas: Peña, Cipri, Terradillos, ¿Ibáñez?, ¿López?, Manzanedo.

Andrés(un Laudrup varado) Portugal, Renuncio, Requejo II y ¿Salas?

domingo, 5 de enero de 2025

Gas



Ignacio Ruiz Quintano

Abc Cultural


Mario Gas, el Sófocles de Montevideo, es un personaje de muchos aspavientos. “Gas en cada piso”, avisaba un letrero antiguo de Madrid. Gas como aquél, hoy, ya sólo puede encontrarse en el Español, el teatro municipal que se ha hecho universal por suspender la gala de un cómico famoso por sus regüeldos. ¿Suspensión gubernativa? No. ¿Municipal? Tampoco. ¿Entonces? Todo indica que Gas, asustado por el riesgo que podía correr su sueldo, dijo a su amigo el de los regüeldos: “Vete por donde has venido.” Lo demás estaba cantado: ayes y más ayes por el himen de esa bella y graciosa moza que es la Libertad de Expresión.


Cuando vine a Madrid ya sabía a qué me exponía. ¡No tardé ni dos días en comprobarlo!


Gas vino de Barcelona, cuyo “seny” ha convertido a la banda juvenil “Latin King” en una Organización Cultural de Reyes y Reinas de Cataluña, presidida por Queen Melody, que ya debe de beber sola, ay, sus vasitos de agua clara.


Moriré resant el Credo: ¡Crec en la resurreció de la carn!


Y vino –Gas, no Melody– a la sopa boba del teatro subvencionado en la capital. En su “Diccionario políticamente incorrecto”, Rodríguez Braun saca a relucir el caso de Peter O’Toole, quien, preguntado por la crisis del teatro en una TV de España, contestó: “Sí, las cosas están mal, pero yo espero que algún día se acaben los manejos políticos y los subsidios, para que el teatro mejore.” Resultado: O’Toole no volvió a salir en una TV de España y a Gas sus amigos lo pusieron a dirigir el Español, donde la función más popular ha sido precisamente la que no se ha dado. ¿Por qué? Porque a Gas no le ha petado. Digámoselo, pues, con el editorial de un periódico de progreso: “Con sus temores a la irritación del radicalismo, lo que ha logrado la dirección de la Deutsche Oper ha sido indignar a las sociedades libres y democráticas y alarmar a todos los individuos que luchan en todo el mundo por conseguir unas cotas de libertad de expresión como las que existen en Europa...” El resto, en fin, puede sustituirlo uno por un polvorón.


Hombre, no hay comparación entre la cancelación de una ópera de Mozart, que es lo que censura el editorialista de progreso, y la cancelación de una tragedia de Paco Rubiales –dirán ustedes.


Ya lo creo que hay comparación. La ministra de Cultura la ha hecho, pero a favor de Rubiales, que es de los suyos, mientras que Mozart... ¿quién nos dice que no era un fascista? El mármol egabrense ha lamentado lo de Mozart. Pero...


Pero lo de Rubiales es todavía más lamentable.

Dalmacio entre nosotros



Domingo González


Cuenta Eugenio d´Ors una anécdota que tiene como protagonista a Charles Maurras. Acompaña en coche el pensador catalán al jefe de escuela de Acción Francesa cuando éste, en un momento de la conversación, se quita el sombrero en un gesto de natural reverencia mientras se le escucha decir, casi en un susurro: “Como decía mi maestro Anatole France…”. Conocida es la oposición de ideas entre France y Maurras, especialmente a partir de ese traumatismo nacional que supuso el “affaire Dreyfus” en la intelectualidad francesa. Y aunque D´Ors se contenta con extraer de esta historia una moraleja constructiva en forma de benevolente alegato en favor de la educación, la tolerancia y las buenas costumbres, Dionisio Ridruejo, que también evoca el episodio en cierto artículo (galardonado por cierto con el premio Mariano de Cavia de 1953) que dedicó a conmemorar el setenta aniversario de Ortega, dirige la mirada del lector hacia otro lugar: el que se abre en la relación de los discípulos con sus maestros y de estos con aquellos. Viene también a cuento recordar esta historia al rememorar a nuestro ya añorado Dalmacio Negro.


Dice Ridruejo que en la anécdota maurrasiana resplandece la idea de lo que supone un maestro. Y que Maurras se hubiera extrañado de que otros interpretaran en ese gesto de reconocimiento un “gesto de secuacidad”. Porque un discípulo no es un secuaz, y una cosa es admirar al maestro y otra muy distinta tener que suscribir todas sus opiniones o posiciones. No debe engañarse el lector. No se ha elegido esta vieja historia para disculpar de antemano a quien no suscribe muchas o algunas de las opiniones de Dalmacio Negro. Se ha elegido más bien para destacar que reconocerle como a un verdadero maestro debería motivarse en razones que van más allá de la mera, y en el fondo superficial, coincidencia de aquellas. Porque siguiendo la schmittiana distinción entre conceptos objetivos (Begriffe) y posiciones subjetivas (Positionen), cabe recordar que don Dalmacio fue un maestro de conceptos y no de posiciones. Este moverse en los conceptos fue ciertamente su divisa. Por eso, escribe Jerónimo Molina, no hay stricto sensu una escuela dalmaciana, porque una escuela es una suma de posiciones particulares del maestro. “No hay tal escuela, digo, pero sí, en cambio, un modo de mirar, una visión de lo político que poseen maestros y condiscípulos. En este caso, una variación hispánica del realismo político”.


Relata por su parte Alain Besançon, en un texto admirable en memoria de Raymond Aron, que éste siempre llegaba puntual a su seminario. “Hubiera sido preciso –dice– que este hombre ocupado estuviera en Harvard, en Oxford, que tuviera a esa hora una cita con Kissinger o De Gaulle, para que faltara”. Ciertamente algo parecido hubiese sido necesario para que nuestro Dalmacio dejara un día su seminario, al margen de que ya no quedaran kissingers o degaulles para justificar puntualmente su ausencia. Recuperamos este sentido suyo del compromiso y dedicación a su vocación académica porque, por volver una vez más a la distinción entre conceptos y posiciones, no es fácil olvidar una sesión en la que apareció de modo inadvertido el carácter del maestro. A alguien se le ocurrió preguntar a don Dalmacio qué debíamos pensar sobre cierto asunto particular. La enjundia y cariz de tal asunto es lo de menos, pero no que se reclamara del profesor algo así como un posicionamiento concreto calculado por su brújula infalible. Esto refleja bien una cierta predisposición mental en la comprensión de la relación con nuestros maestros, como si estos, cómplices en la disculpa de nuestra pereza, pudieran ahorrarnos el esfuerzo de pensar. No faltan puristas o devotos, tan anonadados por hábitos de sumisión y conformismo, que tratan la obra del maestro como la de un ramillete prescriptor de verdades inmarcesibles. Obra tan frágil y vulnerable que una sola mirada crítica y transgresora pudiera desbaratar el templo de sus dogmas. Tampoco faltan (más bien abundan) en la otra orilla sedicentes maestros que cultivan un tipo de sectaria tiranía entre sus seguidores, que estos, más que sus discípulos, parecen sus lacayos. Este, conviene no olvidarlo, no era el caso de Dalmacio Negro. Por eso su respuesta debió de defraudar y desarmar a un tiempo a su interlocutor: “Pueden pensar ustedes lo que quieran”. “¿No es ocioso decir –se preguntaba Ridruejo– que nuestro maestro no es forzosamente nuestro director de conciencia, ni nuestro jefe político, ni mucho menos nuestro sumo Pontífice?”. Pensar esto o aquello con el esquematismo automático de un circuito ideológico no supone ningún riesgo. La educación política de la mirada política, la formación del regard politique, sí. Ya dijo Hannah Arendt, en su última entrevista, que no hay pensamientos peligrosos, que es pensar lo peligroso. Porque nuestra herencia no nos la dejó ningún testamento. Por esa razón, la obra de don Dalmacio es una de las herencias más valiosas que recibirse puedan y, la suya, una de las contribuciones más peligrosas en el ejercicio del pensar sobre lo político.


Es importante evocar estos gestos, que son nada menos que el poso de todo un talante universitario, porque hacer honor a un maestro supone también el esfuerzo moral de un ingrato desapego a fin de hacer viva la comprensión de su obra. Naturalmente, cuesta más hacerlo en estas fechas, pocos días después del adiós al hombre irrepetible que se ocultaba tras el inefable magisterio. Tan esencial como no repetirle resulta también no instrumentalizar su legado en aras de tal o cual posición, incluso aunque fuera contingentemente la suya. Pues no se trata de ser fieles a él, sino de ser dignos de él.


El profesor Fernando Muñoz ha escrito una hermosa pieza, hija de un afecto nacido de un único pero inolvidable encuentro con nuestro hombre, en la que reconocemos al Dalmacio que frecuentamos. Fernando esperaba encontrarse con un gigante y lo que se encontró fue mucho mejor porque, como termina diciendo, “Dalmacio Negro era el mayor filósofo político de nuestro tiempo, pero era –por decirlo con una imagen que no me pertenece– más grande por dentro que por fuera”. Aunque la imagen tampoco me pertenece quisiera abundar en ella. Imaginamos sin dificultad a un don Dalmacio sepultado bajo una montaña de libros (reinaba en su biblioteca, mas no gobernaba), como se puede comprobar en alguna fotografía que circula por la red. Esto, a decir verdad, le representa muy bien. Porque siempre se quitaba importancia para dársela al libro, a la idea, al concepto. A diferencia de otros muchos, tan pagados de sí mismos en el circo académico, no señalaba los libros ni multiplicaba las citas para que le mirásemos a él. Señalaba a los libros porque realmente le preocupaban los conceptos que allí se custodiaban. Sí, había en él una curiosidad auténtica que no apagaron los años. Sin rastro de solemnidad, afectación o pedantería, al oírle hablar de esos libros casi podíamos sentir cómo podrían cambiar nuestro recorrido intelectual a poco que profundizáramos en ellos. Y diría que hasta parecía disculparse por verse obligado a mencionar ese catálogo infinito de referencias que se encadenaban unas con otras. Como si dijera, “perdone que sea yo, que parezco tan poca cosa, el que se lo diga”.


Era inevitable que el primer encuentro con don Dalmacio despertase la viva sensación de un contraste entre su apariencia y su obra. “¿Cómo salían de ese hombre esos párrafos de tan intenso saber?”, se pregunta Hughes. Era normal, probable y hasta inevitable que esa pregunta nos asaltara en algún momento. ¿Acaso frotaba la lámpara de los genios políticos cada noche? ¿Se transformaba en licántropo de las ideas con cada luna llena? ¿Vampirizaba la sangre de los sabios en sus sublimes diálogos con los muertos eximios? ¿Firmó tal vez un fáustico pacto para ridiculizar, por contraste, todas las páginas insulsas que se han publicado en las editoriales y periódicos de estepaís en los últimos cincuenta años? Dalmacio siempre escondía sus majestuosas alas, que reservaba para elevarse en sus escritos, ya fueran libros o artículos académicos. Y es que, como también se ha dicho en estos últimos días, es difícil dejar de leer a Dalmacio cuando se empieza en serio a leer a Dalmacio. Allí, en sus páginas, despegaba, entraba en erupción la caldera dalmaciana y, en medio de un seísmo general, se condensaba una lava intelectual que brotaba a partir de volcánicas cimas. De sus solos vapores podía uno alimentarse, de concepto en concepto, durante días. Vislumbraba, tras algunos dolorosos pero necesarios desenmascaramientos, alturas desconocidas. Sin caretas ideológicas, entre fueyos, freunds, fernandezdelamoras y schmitts, quedaba la inteligencia probada y mansa, plena de fibrosa destreza, llena también de inmaculada humildad, la paradójica humildad que don Dalmacio proyectaba al descubrir mediterráneos ocultos a los ojos de muchos y, desde luego, a los nuestros. Quedaba la mente serena y despojada de las cosas de la política, como acabada de nacer a la verdadera política de las cosas, como regresada –victoriosa– de una guerra sin cadáveres, aunque no sin combates, sacrificios o renuncias. Al principio eran ejercicios casi escolares, pero tras esas interiores escaramuzas dialécticas, quedaba, en fin, la cabeza toda despejada y esclarecida, ventilada de más desprendido realismo, el realismo de lo político. Realismo que murmura que los cielos del poder están vacíos y que el mundo de las ideas políticas pertenece a quienes lo saben. Así, desposeída de calenturas ideológicas y enrevesamientos, dispuesta a una desnuda profundidad de juicio, a una más noble capacidad de análisis, quedaba nuestra forma mentis tras el experimentum crucis de la letra dalmaciana. Porque, aunque plagado de citas y referencias, el saber político abandonaba todo esoterismo y se volvía, con la compañía de Dalmacio, sencillo y asequible. Y en un mismo movimiento lo sencillo se tornaba, como él, grande, magno, casi grandioso.


Porque no nace uno Dalmacio Negro, sino que se hace, se quiere imaginar al niño, al adolescente, al estudiante o al estudioso, ya sea en el instituto, en las aulas de la universidad o en el silencio de las bibliotecas, para ser testigos furtivos de ese momento misterioso y secreto en el que un joven inquieto se convierte en el maestro que a partir de ahora recordaremos con la misma reverencia del gesto maurrasiano. Hace tiempo que dejó de existir la España en la que esta metamorfosis biográfica era todavía posible. Y desde luego todavía no ha llegado tampoco la España en la que escribir sobre Dalmacio Negro sea exactamente lo mismo que llevar búhos a Atenas o hierro a Vizcaya. Sí, queda muy lejos el día en que uno pueda decir con sorna, o mejor, con la retranca de su sonrisa oriental, que es ridícula pretensión la de querer llevar dalmacios a España. Pero ni nuestra patria puede seguir siempre enferma ni embotado tampoco sin terapia posible el entendimiento político de los españoles. Frente a la esclerosis del pensamiento blando y la parálisis del cacareo ideológico, el fármaco dalmaciano, veneno mortal para las elites decadentes incrustadas en el aparato del Estado Minotauro, resulta un antídoto político catártico, profiláctico y tonificante en el momento histórico presente.


Aunque resulte insuficiente para estar a la altura del agradecimiento que nuestro gran maestro merece, nos quitaremos con emoción el sombrero, que no la cabeza, cada vez que pronunciemos el nombre de don Dalmacio Negro Pavón. Y si lo hacemos será también para recordar que nuestra cabeza, sin la suya, tampoco sería ya la nuestra. 


Leer en La Gaceta de la Iberosfera