JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Hace tiempo, cuando se publicaron los carteles de la feria de San Isidro 2025, ya vimos este cartel de hoy como una perfecta «no go zone». Si en los días de la Feria tenías algo que hacer, ahí estaba a tu disposición el día 22 de mayo para hacer lo que fuera, desde ir a comprarte una lavadora, como hizo nuestro recordado Quico Antelo en efemérides harto recordada, hasta irte al callista, o lo que sea con tal de no estar en Las Ventas. Cualquier excusa era buena.
Las mentes pensantes del entramado empresarial Plaza1 decidieron por unanimidad consagrar el día 22 de mayo al aburrimiento. Nótese que esto no es algo que se haga a humo de pajas, porque como es bien sabido fue el aburrimiento de Ares, el dios de la guerra, y Afrodita, la diosa del amor, en el cotidiano tedio divino del Monte Olimpo, lo que les hizo ponerse a intervenir, para entretenerse, en la pugna entre griegos y troyanos, dando lugar a la Guerra de Troya, que quedó relatada por Homero en sus inmortales hexámetros dactílicos. O sea, que ojito con lo del aburrimiento.
La verdad sea dicha, que si había un día de la Feria para buscarse una excusa para no ir, ése era hoy. Comprar una lavadora, hacer la declaración de la renta o llevar a los niños al parque, todo era válido para librarse del cartel más plúmbeo, previsible e inane del llamado “serial” de San Isidro. Y, sin embargo, el hombre propone y Dios dispone, algo hubo que llevó a las gentes a la Plaza en tal medida que se colgó el cartel de «No hay billetes», que por lo que sea nadie quería perderse esta tarde en la que los toros de los Hermanos Lozano se las verían con Sebastián Castella, Miguel Ángel Perera y Daniel Luque.
Los Lozano, a los que el gracejo popular apoda «Los Dalton», en homenaje al imperecedero Lucky Luke, son los guardianes de la casta de Núñez, que ellos atesoran con más solera aún que la propia de la que se lidia con el hierro de Carlos Núñez. Ahí están las líneas de Villamarta/Mora Figueroa y de Rincón y ahí salieron los toros por la puerta de los chiqueros proclamando de manera indubitable sus orígenes, para quien quiera fijarse en ello, incluso con la ayuda de una lupa como la que usaba Sherlock Holmes. La cosa es que fue tal el cúmulo de mansedumbre, descaste y sopor, fue tal la ausencia de algo semejante a la casta o a la bravura que trajeron los toros de los Lozano, sea cual sea su origen, que a nadie le importaba si Villamarta o Villamanta o Villamantilla, porque lo que salía por chiqueros eran vacos ayunos de casta o poder, vacos vacuos que estaban ahí para, simplemente, hacernos perder el tiempo. Más de dos horas y media de mansedumbre y blandenguería es lo que los Núñez de los Lozano nos dejaron como recuerdo de su paso por la vida. Y, además, hubo que echar a uno que tenía una discapacidad física que afectaba a su aptitud para caminar o sostenerse de pie, con lo que el encierro/basura de los Lozano se tuvo que remendar con uno de Zacarías Moreno, de esos juampedros de Morata de Tajuña que pacen al borde de la carretera.
La tarde en sí misma contiene un par de enseñanzas, que son las que pondremos por delante. La primera y principal es que ya te pueden vender a Luque de la manera que quieran, por tierra mar y aire, que si en Francia, que si en Sevilla, que si en las selvas de Borneo, en los cráteres de Marte o en los anillos de Saturno, pero que es más malo que el sebo, se pongan como se pongan. Su segundo, que se llamaba Cornetillo, número 78, es el único de los pupilos de los Lozano que ha demostrado unas medio ganas de embestir. Lo demostró de manera particular en el segundo tercio, acudiendo con sinceridad y alegría a los cites de Raúl Caricol y Jesús Arruga, que parearon con conocimiento y solvencia y descubrieron a su matador las condiciones del toro. Antes había ido por dos veces al Equinoceratops Equigarce sobre el que surfeaba «El Patilla» y había cobrado más que toda la corrida junta en la cosa de la puya. Ahí se fue Luque a ver qué hacía con el bicho. Antes brindó al público, señal de que se imaginaba cosas, tirando la montera al suelo y como no le gustó cómo cayó la dio la vuelta con la espada de mentira ésa que todos portan. El toro tenía sus veinte muletazos francos y sin maldad, pero tenía lo que tenía. No se le pueden pedir peras a este olmo, que fue el único de todo el escombro que echaron a Las Ventas los Lozano que simuló, más o menos, ser un toro de lidia. Y ahí se fue Luque, sin plan preconcebido de ninguna clase, a ir tundiendo al bicho a mantazos, tal y como hace por esas Plazas de Dios. La cosa es que entre probaturas, descolocaciones y trapazos se acabó el fuelle del toro y Luque, que se imaginaba al bicho como eterno, se quedó más descompuesto que la novia de Aguado cuando se dio cuenta de que lo que allí había se había acabado. Donde hubo respuesta al cite, embestida sincera, sin mala baba y franqueza, de pronto había falta de respuesta y cabezazos. La cosa se había acabado porque Luque estaba en la idea de los sesenta pases, como el que hace tornillos, sin ver que el toro, y esto lo decía Antonio Chenel Albadalejo, que de toros sabía bastante más que Luque, que la faena ha de producirse «pronto y en la mano», lo cual significa que lo que haya que exprimir, cuanto antes mejor. Claro es que para eso hay que tener una verdad que decir y pretender decirla, cosa que en Luque no se percibe en parte alguna: su toreo de fiestas de pueblo consiste en empalmar pases y luego, de remate, trenzar coreografías de muy mal gusto que excitan a los públicos más complacientes. Eso no es torear, especialmente si huye del cite en la rectitud, si sólo sobrevive en la ventaja, si su tauromaquia vive del acompañamiento y no del poder. El otro día fue incapaz de desarrollar los recursos del oficio con un toro de La Quinta y hoy ha sido un perfecto inepto para armar un taco con un toro que le daba todo en veinte muletazos, sin solución de continuidad. El otro día Uceda Leal, que torea cuando puede, montó una armoniosa faena plena de torería en veinte muletazos y hoy este Luque que anda por todas partes, de triunfo en triunfo, es incapaz de ver el toro y sus condiciones. La solución del enigma es clara: en las interesadas reseñas nos están vendiendo pirita como oro de 24 kilates.
Tengo ahí un montón de notas, para un día que me llevo un bolígrafo para apuntar cosas, pero es que con la debacle ganadera que se cargó la tarde no merece la pena aburrir. Digamos que estábamos como locos porque uno de los Alcurrucén de Perera hubiera sido como aquél Alcurrucén de José Tomás, para que el extremeño hubiera tenido necesidad de tirar de oficio para hacerse con el toro, pero no hubo suerte. Ya saben los que leen esto que a Perera, a falta de otro entretenimiento, le contamos los pases y hoy le pegó 62 a su primero, lo mismo que el otro día a sus dos toros, y 41 a su segundo. Magra cosecha de mantazos la de hoy. A cambio, Perera nos dejó las trazas de su oficio, que se le nota que está sobrado, y de un temple de mucha categoría. Creo, sinceramente, que Perera estaría bien con cualquier toro de respeto: con los negros condedelacorte de Dolores Aguirre, con los Contreras de Baltasar Ibán, con los Miura de Zahariche, y que la parte de arte que a él le falta la supliría con su oficio y con la importancia que daría a su torero el hacérselo a los toros que importan. De momento seguimos esperando que un día le salga un toro que le ponga en dificultades.
¿Y Castella? Pues tras el espejismo del año de su retorno, donde pareció más centrado y dio la mejor imagen de sí mismo que hemos visto, ha vuelto al adocenamiento y a hacer la caricatura de sí mismo. El consabido cite en los medios para dar el pase cambiado ya no impresiona ni a los chinos, que demandaban a su intérprete y traductor que el torero citase de largo y de frente: «¡Como Lincón, como Lincón!», clamaban, que se ve que en el hotel alguien les había enseñado un vídeo del gran César Rincón demostrando la verdad del cite, sin mixtificaciones ni tabarras. Le tocó a Castella el sobrero de Zacarías Moreno, que mostró otras trazas distintas de la gayumbada de los Lozano, pero el francés se embarró en su innecesario y superfluo trajín de pases fuera de cacho, que sólo están orientados a ir llenando el tiempo preciso para que llegue el momento de buscar las molestas cercanías que tanto le gustan, vengan a cuento o no.
Entre los tres «matadores» suman, mes arriba, mes abajo, cincuenta y un años de alternativa. El hecho de que hoy no haya habido una sola estocada digna de tal nombre debería hacernos reflexionar sobre lo que significa en la hora presente la expresión «matador de toros».
ANDREW MOORE
FIN