En El Café de Ocata
miércoles, 29 de febrero de 2012
EuroVegas
En El Café de Ocata
La madrasa (futbolera) de Pep
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Mantener el tipo
El ayudante de tanto tiempo de Ruiz-Mateos, Víctor de la Cruz, ha aparecido recientemente en algunos medios para escenificar una venganza fría contra su antiguo jefe. Este señor, que remeda la figura clásica del gracioso, era su ahijado, su ayudante pícaro, el Ciutti del donjuanismo mercantil del jerezano. Con gracia del Sur y desenvoltura lumpen ha explicado sus industrias en los años entre Rumasa y Nueva Rumasa: ir de supermán, amaestrar a un loro para llamar ladrón a Botín, colocar el teléfono de Miguel Boyer en una página de contactos, ocupar la casa contigua para amargar la existencia de Isabel Preysler pidiéndole sal cada día… Al ser preguntado, Ruiz-Mateos ha encogido los hombros:
-Se hacía lo que se podía para mantener el tipo.
Para aguantar, para salvar su figura, se entiende, pero hay otra acepción carnavalera y gaditana de la palabra tipo: la de disfraz. El señor Ruiz-Mateos organizó una especie de TIA de activismo alegal y humorístico con este señor con trazas de Mortadelo, montando un acoso de grandes bromas pesadas, disfrazándose de superhéroe, de torero, de chulapo, empelucado, “para mantener el tipo”, el disfraz, ¡para mantener su disfraz último de emprendedor jerezano!
Mantener el tipo es aguantar el disfraz de cada uno, su compostura. Lo más complicado no es ser uno mismo, es llevar bien el disfraz. Larra decía que carnaval era siempre y, bien mirado, lo propiamente carnavalesco no es disfrazarse, sino el desvelamiento de los disfraces del mundo. Carnaval es señalar las caretas que se llevan todo el año. Cuando caminamos las ciudades en carnestolendas siempre hay un momento hilarante en que ante determinadas personas dudamos de si verdaderamente van o no disfrazadas.
-Este señor, con estas gafas, este bigote y la gabardina, ¿será un disfraz?
Hay una continuidad humana en el disfraz, en el embozo obsesionado, y carnaval es desvelar los tipos, destaparlos, y este año ha faltado el disfraz de austeridad, señora recta y exangüe, el de tijera de los recortes o el del empresario despedidor.
Lo que nos fataliza no es el carácter, sino la figura, el tipo. Así, las imágenes de Urdangarín, demacrado, enflaquecido, son las de alguien que ha perdido su disfraz, alguien que camina en la desnudez de sí mismo sin la integridad de su coraza, hombre sin tipo que casi no proyecta sombra.
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Cebrián hunde a Prisa, pero quiere quedarse con El País
La democracia les quitaba el sueño
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Andalucía
Abc
Dice Rubalcaba que Andalucía enseñará a Europa a hacer las cosas.
Pero Rubalcaba no es Villalón, que decía que en Andalucía todo lo hacen los dioses. Vamos, que no es pereza lo nuestro (lo andaluz), como cree la Merkel, sino que sobra el tiempo.
Rubalcaba ha sido cunero por Cádiz, y con eso es tan andaluz como Franco al recibir en Sevilla (feria de abril del 37) el homenaje de un millar de peregrinos moros de la Meca a quienes dijo en un discurso algo que haría temblar de fiebre santa a doña Gema Martín Muñoz, directora de la Casa Árabe de Gallardón en Madrid: “España y el Islam han sido siempre los pueblos que mejor se comprendieron. Surge un peligro para todos: el de los hombres sin fe”.
¿Cómo va a explicar Rubalcaba a unos europeos sin fe que en Andalucía son los dioses los que hacen las cosas?
Además, en Andalucía hay cosas que no han hecho los dioses: sustituir el caciquismo aristocrático por el feudalismo democrático es cosa de Rubalcaba (su partido), con aquel primer preámbulo estatutario que Pemán comparó con el jipío, el “¡ay!” largo, enredado y barroco con que el cantaor prepara el ánimo de los oyentes y aclara su propia voz.
–Es vago, lloroso, hiposo. Habla de ansias, de abandonos, de injusticias. ¿Cabe algo más flamenco?
Sí: Rubalcaba (o así se vende él).
Pero la Andalucía de Rubalcaba es la de las cuentas de Griñán, no la de los prólogos de Pemán. Recuerdo el que arrancaba así: “Andalucía está al Sur de España como una canal al borde de un tejado: recogiendo las aguas abundantes de todas sus lluvias europeas y universales.”
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Camba en el candelabro
Jorge Bustos
Me despertó el tañido fúnebre de las campanas que ayer doblaban por Camba, medio siglo después de que el solitario del Palace cogiera el último taxi al cielo de los columnistas, si es que el gremio puede merecerlo. Desayuné necrológicas calientes que me reblandecieron la agenda hasta el punto de cambiar a toda prisa los planes, casi al borde de un llanto teatral, para encaminarme al Hotel Palace en trance de melancolía admirativa, como si don Julio acabara de morirse esa mañana y uno fuera a encontrarse su cuerpo tibio expuesto en la capilla ardiente improvisada de la 383, la habitación que lo hospedó desde 1949 hasta 1962.
—Hoy ya nadie vive aquí, nadie vive ya en los hoteles. Antes era un signo de distinción bohemia —me informa luego Paloma, la relaciones públicas del mítico establecimiento madrileño al que lleva consagrados 17 años de vida laboral.
Y es cierto que la cosa ha degenerado tanto que de hospedar a Julio Camba, a Picasso, a Hemingway, a Einstein, a Madame Curie y a Dalí paseando por el hall un ocelote como si fuera el fox terrier de una marquesa hipocondriaca, el Palace ha pasado a cobijar a Josep Antoni Duran i Lleida, esa lucrativa sinécdoque de una nación que, de haberlo conocido, habría obligado a Camba a rescatar su ecografía del nacionalista embrionario...
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Red House en El Barbú
Calle de Santiago
(Próximo al mercado de San Miguel)
Sólo para privilegiados
esta noche
Un lujo todos los martes
50 años sin Camba. El secreto de Julio Camba es un secreto, 1
Almudena Revilla Guijarro
Una de las virtudes de Julio Camba era la discreción. No tanto por pasear por la vida de manera silenciosa, sin alharacas, como por el sentido con el que utiliza esta palabra Cervantes en su obra universal: “El lenguaje puro, el propio, el elegante y claro, está en los discretos”. El autor gallego tenía un don al seleccionar las palabras, la medida de las frases y de los artículos. La constancia del que quiere vivir sin trabajar y el deseo de juventud de hacer literatura tienen la culpa. Los poemas publicados en el Diario de Pontevedra, en la Revista Gallega y, al otro lado del océano, en El Correo de España, órgano de los emigrantes españoles en Argentina, dan fe de ello.
Pero también existía el sueño de un Camba viajero: “Si la fortuna no es segura en Buenos Aires, por lo menos es posible”. Julio Camba deja Galicia porque ambicionaba aventuras. Sin embargo, su vida libertina y revolucionaria en Argentina estuvo llena de penalidades económicas; la ley de residencia, que expulsaba a los extranjeros responsables de actos de agitación social, fue entonces la mejor excusa para regresar a España. La estancia en la capital bonaerense se convirtió así en la primera etapa de un viaje iniciático: el del abandono de la tierra, y la niñez, y el del conocimiento de los movimientos ácratas.
Esta relación con el anarquismo se reforzó aún más en Madrid. “Cuando un gallego se arriesga a ir a Madrid”, decía, “es con el propósito firme de llegar a ministro. Cualquier otro cargo inferior a éste no le compensaría de las fatigas del viaje...”. Camba asume este riesgo y llega a la capital en busca de una gloria diaria. Bien en forma de “bistec gordo”, como señalaba Rafael Cansinos-Assens, bien como artículo contra las normas impuestas. Estos textos se publicaban en medios más o menos radicales como La Protesta, El Porvenir del Obrero..., pero a Camba no le bastaba con una colaboración en una de estas publicaciones y decidió crear un periódico libertario, El Rebelde. En estos años es procesado por delitos de imprenta y recibe el requerimiento para declarar como implicado en el juicio del atentado contra Alfonso XIII. Historias sugestivas que ya hablaban de su espíritu disconforme.
El celo por su independencia, su acusado individualismo, le alejó del movimiento anarquista. Sustituyó el “éxtasis creador” por la crónica social del periódico lerrouxista El País. La agresividad de sus primeros años se reposa y se transforma en escepticismo. El Parlamento le abrió las puertas del humor. Las crónicas políticas de Camba en España Nueva le dan a conocer como certero y fino ironista. Sus escritos, salpicados de anécdotas, narraban las peripecias políticas o el comportamiento ridículo de los diputados, y denunciaban los defectos del sistema parlamentario, como la ausencia de elecciones honradas: “Si hay algo sagrado en materia electoral, es el voto de los muertos. Un muerto que se levanta de su tumba en el amanecer de un día de elecciones y que se dirige al colegio para inscribir su nombre en una papeleta, realiza un acto ejemplar y les da a todos los vivos una lección de civismo. (...) No hay nada más respetable que la voluntad de un muerto. Yo soy un escéptico; pero yo creo que los muertos tienen derecho a votar”. El humor en estas crónicas es la expresión de la inadaptación, el planteamiento de un “método que no tiene método”. Estas crónicas del descontento obtuvieron una respuesta positiva entre el público, como prueba las palabras de un lector muy especial, Benito Pérez Galdós: “Leo todos los días el Diario de un escéptico. Me gusta el tono general que usted ha dado, pero me parece que debiera usted ser más escéptico todavía. Ante una farsa tan odiosa como la farsa parlamentaria hay que revestirse de un escepticismo profundo y violento”.
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Prólogo de Haciendo de República
Ediciones Luca de Tena, 2006
Miércoles, 29 de febrero
En realidad, Haile Selassie es de raza amhárica, una raza que, a lo largo de los siglos, ha ido tostándose poco a poco en el horno etíope, pero ¿no decía Sighele que toda Europa, tanto de Calais para abajo como de Calais para arriba, está poblada por negros desteñidos? Todavía se ignora si la Reina de Saba era blanca o negra, porque a Salomón le gustaban, al parecer, de todos los colores y matices, pero si Haile Selassie desciende efectivamente de ella, no cabe duda de que era tan blanca como la Reina Victoria, a la que, por cierto, hizo proposiciones matrimoniales uno de los más próximos antepasados de Haile Selassie: el famoso Emperador Teodoro. Sí, señores. Teodoro, convencido de que ninguna casa real europea tenía orígenes tan ilustres como la suya y creyendo que la amistad de Inglaterra solucionaría todos sus conflictos, no vaciló un instante. –Le mando un retrato a la Reina Victoria –se dijo–, me caso con ella y en paz...
JULIO CAMBA
Ignacio Ruiz Quintano
martes, 28 de febrero de 2012
Kamba
La suerte que tiene uno con morirse es no tener que aguantar a los que vienen detrás, y en ese sentido Camba tuvo la suerte de no tener que verse jamás frente a un tertuliano, importunándole en su rinconcito de la rotonda del Palace.
Nació Camba cuando debía y las palmó también en su momento, hoy hace cincuenta años, y así tuvo la suerte de no tener que ver lo que a algunos, que estamos totalmente fuera del tiempo, nos ha tocado vivir, nos ha tocado ver.
A Camba le debemos devoción, aunque no sea más que por habernos legado la más delicada descripción de la II República que jamás se haya hecho. En su ‘Haciendo de República” están pintados a lo vivo los españoles para enseñanza de las venideras generaciones; ahí, en su preclara escritura están puestas de manera tan descarnada como desapasionada, como en una taxonomía, las fuerzas que mueven la hispánica maquinaria: la envidia, el logro, la vanidad, el poder, el dinero, la señora…
Camba, periodista que odia escribir, retrata en sus cuartillas con su ironía finísima de sabio gallego toda la pequeñez de un país estrecho, enano, de un país sin grandeza cuya mayor característica es el odio; y retrata, con esa escritura brillante que no le sirvió para llegar a la Academia, a este país de liantes, de tertulianos envanecidos en sus sueldos recibidos a base de cantar las verdades del barquero, de sostener una cosa y la contraria, de señalar lo que hay que hacer sin mover un solo músculo para hacerlo. Camba supera de largo a Valle, primero porque él pasa a mil por hora de hacer literatura, y segundo porque donde Valle ve el esperpento, Camba ve sólo la realidad sin necesidad de los espejos del Callejón del Gato, como la vería cualquiera que no sea capaz de no dejarse hipnotizar por esas brujas modernas; el dinero, el titular fácil, el que habla desde dentro de un odre, el que sabe de tó. Para Camba es preferible entrevistar al Apóstol Santiago.
En el vapor Reina María Cristina, de la Compañía Transatlántica, el día 21 de diciembre de 1902, procedente de Argentina y escalas, desembarcan en Cadiz diez sujetos deportados a los que la policía toma filiación. Declaran que se habían dedicado “a predicar en la prensa y en los mitins autorizados por las leyes las ideas socialistas […] En el último mitin celebrado se defendió la jornada de ocho horas, a fin de que pudieran encontrar trabajo los 50.000 obreros que se hallan parados…” El quinto de los detenidos, no hay quinto malo, se llama Julio Camba Andreu, de 18 años de edad, natural de Villanueva de Mora (sic), Pontevedra; por delante de él va uno de Vélez Rubio, y por detrás otro de Recabe.
De Camba hoy día, en la prensa, no queda nada.
Se viene el cholismo
En un gesto de magnanimidad me rocié con Hugo Boss la camisa para ir al Calderón. Claro que se trataba de una muestra gratuita, pero ese detalle no tenía por qué deslucir la emergencia de un estado de ánimo verdaderamente colaborativo con el vecino pobre, un colchonerismo vicario que me poseyó en la tarde del domingo camino del Manzanares. Yo era un mourinhista infiltrado entre la masa india con la que en mi fuero interno decidí fumar la pipa de la paz coyuntural pero igualmente lisérgica del antibarcelonismo.
No le ahorré rituales a mi peregrinación. Me mezclé en el metro a Pirámides con el niño impaciente de esperanza y con el vejete aferrado a la barra, ladeada la cabeza, la vista reconcentrada en un punto de fuga invisible, lejanísimo, que es donde debe buscarse la explicación a por qué somos del Atleti, supongo. Observaba aquellos rostros tensos que emergían de las bufandas blanquirrojas, superfluas en el calor himmleriano del vagón, circunscritas a esa dimensión simbólica que sólo sirve para abrigar la sentencia de Shankly:
—Algunas personas creen que el fútbol es una cuestión de vida o muerte. Pero en realidad es mucho más importante que eso.
En el metro los hinchas no se comunican entre sí, no comentan la alineación de partida: viajan a solas con su ilusión crispada, ajenos y abstraídos, asisten a la misa profana del fútbol con gesto de estar atravesando mínimo por la segunda de las siete moradas ascéticas de Santa Teresa. Luego, en la calle, ya sí aflora el sentido de pertenencia al costado de la marea peregrinante y se elevan algunos cánticos tímidos al vapor callejero del botellón que los precalienta. A esas horas pasaban 30 minutos de la medianoche en Dubai, donde tengo a un amigo rodeado de locos en pijama que trasnochó lo que pudo para ver a su Atleti y se fue a la cama justo antes del gol de Falcao, que eso también es ser del Atleti.
El "Cabia"* de Camba
Francisco de Cabia y Fernández, de 34 años, Notario de Número; María Anselma Lac y Gracia, de 26 años, casada; Mariano de Cabia y Lac, de 1 año; y Ramona Aliacar y Fraile, sirvienta.
Lo de Camba fue el Cavia del 51, por "Plumas de avestruz", artículo presentado por Luis Calvo y bendecido por el director de ABC, Ramón Pastor, "el compañero más constante de mi vida", en palabras de su editor, Juan Ignacio Luca de Tena. Cuando la censura tachó en las páginas de ABC la frase "la vieja España de Alfonso X el Sabio" ("porque era propaganda monárquica"), fue Pastor quien protestó, llevándose por respuesta que "al ABC no se le permitiría hablar ni de Recesvinto").
Camba
Abc
Encumbrado por ABC, cuyas tres letras lleva en su apellido, hoy hace cincuenta años muere (once de la mañana) Julio Camba en Madrid.
–Hermosa es la vida, pero se acaba –dice al P. Félix García, que logra ponerle una cruz encima–. Veo venir la muerte…
Camba, cuya muerte tanto influirá en la de Belmonte, anda en la cara del toro de la muerte como había andado en la cara del toro de la vida: sin aspavientos (sin énfasis). Faenas cortas, a lo Chenel: diez pases de puro poder, y a matar. Tener gracia, llama el público a eso. Sólo es sabiduría.
–Pues sí. Me da mucha pereza escribir. Por eso hago artículos tan cortos.
Entre tantos Plutarcos de salón, únicamente “el breve” Camba sabe ver al primer golpe al toro de la República. El Gobierno Provisional nombra fiscal a Angelito Galarza, y Camba le dice a Sainz Rodríguez, su mecenas durante la feroz censura republicana:
–Esto es una mierda de República, y si todo lo que se les ha ocurrido es nombrar a ese imbécil de Galarza para un puesto de responsabilidad, sabe Dios las tonterías que van a hacer y lo que nos espera.
Camba sólo acepta un premio (el Cavia del 51): prefiere morir de hambre a escribir. Enfermizamente independiente, libre y fumador. No lo veo hoy de tertuliano.
Camba muere de la mano de su sobrina Julia y del director de ABC (su inteligencia gemela) Luis Calvo Andaluz, recibiendo el elogio fúnebre de Ruano, el grande funebrista:
–La Muerte lo ha invitado a cenar y el solitario del Palace, como se le garantizaba llevarlo en coche, ha dicho que bueno. Sin pensar que no lo volverían a traer al hotel.
Eso no se hace.
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A 1.100 euros por barba
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Dos Cambas imprescindibles
I.R.Q.
Este libro es como la vivisección periodística de un mito, el de la Segunda República Española, cortado por la pluma más ágil y ácida de Julio Camba, “la más pura y elegante inteligencia española”, en palabras de José Ortega y Gasset, el hombre, por cierto, que más apasionadamente había trabajado por el cambio de Régimen.
Camba, anarquista de vocación, no entró con buen pie en aquel baile.
“Cuando vino la República –anota Pedro Sainz Rodríguez en Testimonio y recuerdos, sus memorias–, recuerdo la reacción de Julio Camba. Muy al principio, cuando el Comité Revolucionario pasó a ser el Gobierno Provisional, hubo una reunión en el Ministerio de la Gobernación a la que asistía todo el mundo; era una especie de puerta abierta y Camba entró allí a ver lo que pasaba. Estaba reunido el Gobierno Provisional y la gente esperaba, ansiosa, las decisiones. Apareció un funcionario y declaró que el Gobierno acababa de tomar el importante acuerdo de nombrar fiscal de la República a don Ángel Galarza. Camba conocía muy bien a Galarza, el periodista de La Voz que hacía la sección municipal, uno de aquellos célebres periodistas a los que se denominaba Concejal X, con lo que se sugería que era algo así como un concejal adjunto a los efectos de la remuneración con que el Ayuntamiento pagaba su trabajo para que hablase bien de los ediles; todo esto, unido a que el propio Galarza era un tipo petulante y nada simpático, hizo que, cuando se anunció aquel nombramiento como el primer gran acuerdo que la República acababa de tomar para salvar a España, Julio Camba se levantase y saliera a la calle diciendo:
”–Esto es una mierda de República y si todo lo que se les ha ocurrido es nombrar a ese imbécil de Galarza para un puesto de responsabilidad, sabe Dios las tonterías que van a hacer y lo que nos espera.”
Al hilo del septuagésimo quinto aniversario del advenimiento de aquella República, y sobre la base de la primera edición de Haciendo de República publicado por Pedro Sainz Rodríguez en 1934, en esta edición que el lector tiene en sus manos se completa la recopilación de “artículos republicanos” de Julio Camba con la inclusión en el esquema original de las crónicas del genial autor escritas para ABC desde el día 14 de Abril de 1931 en Nueva York, ofreciéndonos una amplia panorámica internacional donde poder situar en su espacio y en su tiempo el mito republicano, hasta el día 22 de Febrero de 1938 en Sevilla, con la perspectiva terrible del desastre final, donde todo es ya material para el incendio.
La relación de crónicas nuevas respecto de la edición de 1934 es, por orden cronológico, la siguiente: Los restaurantes automáticos, Diplomacia y literatura, Biología marina y política internacional, La zona del silencio, Acorazados de cuerda, Italianos y etíopes, Haile Selassie, Al borde de la guerra, Una Revolución en Burdeos, El hombre del cordobés, La suerte de Etiopía, Historia íntima del Canal de Suez, Una guerra mundial, Un monumento conmemorativo, Sherlock Holmes en Ginebra, Principios y consecuencias, La mercería internacional, Una Revolución en Grecia, El pan y el vino, El “bridge” y la guerra, El “sinsombrerismo”, París, Londres, Berlín y Barcelona, Insultos en serie, “Haxádegos de cadeirádegos”, Un grande hombre de lance, Palabras en peligro, Una cátedra de gastronomía, La trucha y el truchimán, El straperlador straperlado, La España negra, La Inquisición y el arroz con pollo, Libros para niños, Se necesita un traidor, Mi amigo García, El Quijote, El club Guerrita, Madrid – Baden-Baden, Un pazo para Valle-Inclán, El viajero moderno, Turismo y filantropía, Belmonte y el buzo, Criminales y hombres honrados, A la altura de Cincinatti, Un aparato de radio, Mendigos y millonarios, La moral en las playas, Contra el ruido, Los psiquiatras y la guerra, La edad de Bernard Shaw, El constipado de cabeza, Bastones para los dientes, Una lección de periodismo, La bata blanca del caudillo, La Revolución sin límites, La ortografía de la Revolución, Los dos complejos, Miss Wilson saca la lengua, La calle de la Náo, Dibujos de almohadón, Babel, hombre-anuncio, La Revolución y la Lotería, La igualdad, Guerra a la guerra, La infancia de los políticos, Los políticos y la magia, Los ruidos madrileños, El vago y el trabajador, La Revolución contra el hongo, En el país de las maravillas, Un ejercicio para fin de año, “Boatos” y “atoardas”, Negrín, negroide, Los dos internacionalismos, La guerra y la Revolución, La guerra y el cine, Don Suave, En casa del herrero..., Los checoetcéteros, La Sociedad de Naciones, El Estado-merienda, Una revlución de cuneta, La bella Pinguito, Del “bridge” al tute, Dioses para todos, Talac, talac, talac..., Madrid-Numancia-Barcelona y Lo que pasó. Todas las crónicas llevan la fecha de publicación periodística, a excepción de las que sólo vieron la luz en forma de libro, señaladas con las letras NP (No Publicadas).
Martes, 28 de febrero
-Para mí, todas las pompas humanas son igualmente fúnebres, y cuando presencio, por ejemplo, una recepción académica, al oír los discursos y contemplar los uniformes me parece algo así como si le estuviéramos haciendo a un compañero un entierro de primera clase. Si alguna justificación tienen nuestras pompas, es, precisamente, en el instante de abandonar este mundo ridículo para trasladarnos a otro más solemne. ¿O vamos, acaso, a irnos al otro mundo en un taxi amarillo, y a pasearnos por él con un gabancito de trabilla?
JULIO CAMBA
Ignacio Ruiz Quintano
Julio Camba, tal como le conocí
Abc
Jueves, 1 de Marzo de 1962
Escribió a mi lado durante varios años. O yo escribí al lado de él. Da igual. Me llamaba director, pero nunca lo fui de verdad, porque a Julio Camba jamás le dirigió nadie. No recuerdo haber conocido un espíritu más independiente y más libre.
Llegaba con su sonrisa burlona y con su mirada recelosa, entregaba sus dos cuartillas chicas, que ésa solía ser, por lo general, la dimensión física de sus artículos, y se sentaba a comentar quisicosas de la ciudad, burlas y chanzas de los escritores de su tiempo, bromas, a veces un poco amargas, sobre sí mismo. Y fumaba sin tregua.
Creo que en Julio Camba se nos frustró un gran crítico literario. Un crítico de sin par penetración. Su cultura era vastísima. Había leído mucho y meditado largamente sus lecturas. Más de una vez escuché interpretaciones realmente originales a propósito de un escritor español, o inglés, o alemán, o francés. Su visión del mundo de las letras me pareció siempre de una extraordinaria novedad.
Se le decía: "¿Por qué no escribe eso mismo que me está explicando?"
Y contestaba apenas con un gesto, con una evasiva cuchufleta, o sentenciaba, no sin cierta acidez:
-No vale la pena. Nada de esto le importa a nadie. Y, probablemente, tampoco nos importa a usted y a mí.
Fue muy grande amigo de los escritores consagrados que llenaron la vida de nuestras letras durante los cuarenta primeros años del siglo... Unamuno, Maeztu, Ortega y Gasset, Baroja, Valle-Inclán... Y de otros que, gracias a Dios, todavía viven. No podría decir a cuál de ellos admiraba Julio Camba, ni si realmente hubo alguno que conquistó su admiración. De todos veía el rasgo inevitabelemente crítico, o cómico, o deleznable, que no falta en ninguna personalidad, por altos que sean sus títulos y sus merecimientos.
Parecía un auténtico escritor sin afición a escribir.
"Y toda su obra, tan abundante y tan rica, ¿se puede explicar sin afición, es decir, sin vocación?", le interpelábamos unos y otros.
Respondía: "Igual que se explican las jornadas de los picapedreros."
El caso es que en cuanto llegaban unos días, o unas semanas, o unos meses relativamente propicios para su individual y escaso peculio, costaba Dios y ayuda arrancarle un artículo.
Tenía del arte de escribir una idea tremenda, en cuanto a lo difícil de la tarea del escritor. Escribía dramáticamente en broma. En fin de cuentas, prefería no escribir y limitarse a la contemplación de la vida en torno, escéptico de casi todo, aferrado a tres o cuatro sensaciones primarias. Creía poquísimo en las glorias de este mundo.
Recuerdo que le vi en Portugal, retirado en su habitación de hotel, horas y más horas en la cama, dedicado a leer novelas policiacas. Allí estaban, incitando su curiosidad, todos los "clásicos" del género.
-¿Y en esto consume usted su vida actual?
-¿En qué mejor? -me contestó.
Quizá ni sus amigos más cercanos e íntimos han llegado a conocer a Julio Camba en sus proyecciones más hondas. Fue un ser extraño y excepcional. Y, en todo caso, un auténtico decoro de las letras españolas de su generación.
Me entristece profundamente la dolorosa noticia de su muerte. Y rezo, en voz muy baja, por el eterno descanso de su alma, tan iluminada por la inteligencia.
50 Años sin Julio Camba. El solitario del Palace
EL SOLITARIO DEL PALACE
Por César González-Ruano
ABC, 2 de Marzo de 1962
No es demasiado fácil escribir unas líneas de exigente precisión, dictadas, además, por una triste urgencia, sobre la desaparición terrena de Julio Camba. Unas líneas dignas de él y también de mí, que para escribir que ya “se nos fue el maestro del periodismo”, o que “descanse en paz el ilustre finado”, preferiría dejar la pluma quieta. Porque ni merece eso su desnacer ni esta vida que aún le queda a uno cada día –no sé si eso es bueno o es malo– más cuidadosa en su aparente descuido.
Supongo que la muerte de Julio Camba motivará muchos y muy diferentes artículos. Aquí mismo, en este periódico, que era su periódico, hay excelentes escritores que tuvieron con él una amistad más asidua, más íntima que la mía. Yo voy a parcializar mucho mi recuerdo del gran escritor. Tengo que hacerlo. Debo hacerlo para sentirme, sin sonrojo, indicado, en cierto modo, a poner una hoja verde –o muestra– a la corona fúnebre que lleven a las rotativas plurales y acreditados ingenios.
Mi relación con Julio Camba fue siempre muy esporádica, pero en los últimos años lo veía, si bien sólo un rato, en la gran rotonda del Palace Hotel, donde él vivía. Había entre nosotros una especie de simpatía, creo que mutua, que no pertenecía muy claramente a la razón. Porque si se hubieran buscado con candil dos tipos humanos con menos relación aparente y seguramente íntima, esos dos tipos éramos precisamente nosotros. En mí funciona hoy, como en los años juveniles, una mística literaria, y a Julio la literatura le importaba un pimiento. No he conocido jamás un ateo de las letras tan firmemente desdeñoso como él.
En su conversación misma, Julio Camba, que había escrito invenciones admirables, páginas de observación verdaderamente prodigiosas, en las que ni su permanente actitud de humorista oficial deformaba un costumbrismo de la mejor genealogía, era una criatura decididamente aliteraria. No hablaba nunca de literatura ni se expresaba como un profesional de ella, tal vez porque, en realidad, pensando que profesión viene de fe, no era un profesional.
–Prefiero morirme de hambre a escribir –me dijo en una ocasión.
Y añadió:
–¿Sabe usted mi único odio auténtico? Al miserable que inventó la imprenta.
Julio Camba yo creo que no admiraba a nadie y que tampoco quería, seriamente, a nadie. No lo ocultaba ni poco ni mucho. Pero en aquella posición suya de gato de tejado, en aquel brutal egoísmo que algunos le afeaban, no existía agresividad, ni menos rencor o resentimiento. Es que todo –salvo las excelencias de la cocina– le tenía honrada, irremisible e insobornablemente sin cuidado.
–Bueno, pero aparte de sentarse a una buena mesa, ¿qué demonios le interesa a usted?
Julio se quedaba pensando, como buscando con la mejor intención en los desvanes de su memoria, y no contestaba.
Ya frecuentemente enfermo, todas las tardes se daba una vuelta, con su bastoncillo, por el hall del hotel, y se sentaba en una butaca. Si era en invierno, lo más pegado que podía a un radiador de la calefacción. No pedía nunca a ningún camarero nada. No esperaba nada ni a nadie. Si alguien quería llevárselo por ahí, tampoco era empresa demasiado sencilla. Exigía muchas cosas.
–¿Pero se comerá bien?
–Desde luego.
–Bueno, pero hay que traerme luego al hotel...
–Claro, hombre.
–¿Y quién más viene?
En todo esto no había ni postura de soberbia ni de impertinencia deliberada. He conocido pocos seres de una modestia más aterradora. Y, además, era afable, cortés, pero como encerrado en una torre sin concesiones. En una torre vacía que él no quería llenar con nada, ni con la nostalgia, porque estaba cansado de sí mismo. El escritor a quien Julio Camba le tenía más sin cuidado era Julio Camba. Cuando los periódicos publicaban cosas suyas o algo sobre él, volvía la página casi con asco.
Insisto en todo esto porque esto era precisamente Julio Camba y es muy raro encontrar un ser así.
Una tarde, tanto por interés como para probar hasta dónde llegaba su riqueza de desdenes, le pedí un retrato suyo. Honestamente no entendió para qué podía querer yo su retrato. Cuando le expliqué que simplemente por admiración y afecto se ruborizó un poco.
–¿Y lo quiere usted dedicado?
–Naturalmente, Julio.
Subió a su habitación y me lo trajo con una amable dedicatoria. Al darle las gracias se encogió de hombros:
–¡Bueno, si era un capricho!...
Largas tardes, infinitas tardes, lo veía entrar vacilante en el gran hall como si fuera buscando a alguien. Buscaba sólo una butaca en un rincón de su agrado. Nunca lo vi ni con un libro ni con un periódico en la mano. Había llegado a una indiferencia que era ya como una obra de arte.
En esa indiferencia supongo que habrá entrado en la muerte. Sin impaciencia, pero también sin demasiada pena de dejar la vida. Tuvo gloria, pero no conoció la pena.
Desde luego Julio Camba no hubiera ido a su entierro.
Julio muere en una clínica, como murió su hermano. La Muerte lo ha invitado a cenar y el solitario del Palace, como se le garantizaba llevarlo en coche, ha dicho que bueno. Sin pensar que no lo volverían a traer al hotel.
Eso no se hace.
17 de Diciembre de 1884 –28 de Febrero de 1962
lunes, 27 de febrero de 2012
Bernal Díaz del Castillo
La mujer y la guerra
Jorge Bustos
La Casa Encendida es un poemario de Rosales y un hangar cultural bullente de manufacturación artística. En La Casa Encendida de Madrid se expende lírica o plástica o dramática al mismo ritmo industrial y sostenido que salen las conservas de berberechos o de zamburiñas o de navajas de un polígono de las Rías Baixas. Pudiendo estarse en casa descargando aplicaciones en el iPhone, o manifestándose en solidaridad con los doctorandos valencianos brutalmente reprimidos, me maravilló tanta ebullición jovial en este parnasillo fordista al que acudí la otra tarde para oír lo que tenía que decir una mesa redonda sobre mujeres y conflictos bélicos, valga la redundancia. Bueno, uno creía que iban a descubrirle a las otras Marie Colvin y en realidad se trataba de denunciar el feminicidio guatemalteco. Pero el saber no ocupa lugar, como demuestran cada día numerosísimos tertulianos.
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Defensa de la Monarquía
Febrero, 24
Libertad Digital
Estas vísperas, auscultando el hambre de guillotina del honrado pueblo, a uno casi le entran ganas de hacerse monárquico. En esta España, veleta siempre errática, hemos pasado de la adulación cortesana más servil a la furia jacobina de las plebes audiovisuales. Y sin solución de continuidad, de un día para otro, que tal es la ancestral norma de la plaza. Esa súbita caída en desgracia demoscópica que todos los sondeos atribuyen a la Monarquía es muestra, otra más, de lo muy frágil de los cimientos sobre los que aquí se asientan las instituciones. Es este un país que puede acostarse juancarlista y despertar republicano por los mangoneos administrativos de cualquier don Iñaki.
Tan volátil se antoja el soporte que mantiene el consentimiento colectivo sobre la forma de Estado. Una falta de poso, de fundamentos sólidos, de arraigo genuino, a la que no ha sido ajena la actitud de las elites políticas con relación a la Casa Real. Como si ellas mismas tuviesen por precaria la legitimidad democrática de la Corona, han querido justificar la institución por la conducta personal de don Juan Carlos y –extensión inevitable– de su regia parentela. En el fondo, ese machacón insistir en el papel providencial del Borbón durante el 23-F no es más que implícita confesión de algo que se percibe como secreta carencia. De ahí que, ahora mismo, no solo desfilen por el cadalso mediático el yerno de su suegro y la hija de su padre, sino la propia Jefatura del Estado español tal y como la concibe la Constitución del 78.
Frío de Getafe y sol de Vallecas
Burgos
Rebajas de febrero
Una tienda para Cristiano
Abc
Los dos mejores equipos del mundo, sueltos en la ciudad. Eso se parece un poco al saco imperial de Roma, sólo que aquí los tesoros son puntos que valen, al Madrid, una Liga, y al Mejor Equipo de la Historia según la propaganda oficial, no hacer pasillo al Madrid en Barcelona.
Semana apacible para Mourinho. Algunos ruidos de la Inquisición por un presunto pecado (privado) de homofobia, pasado por alto por el “agit-prop”, que no desea equiparar al portugués con líderes tan valdanistas como el Ché Guevara, Fidel Castro, Largo Caballero o el Miguel Hernández de la oda guarra a Gil Robles, el caudillo cuyo lema electoral fue “A por los 300”, justo los madridistas que ayer hubo en Vallecas.
Entre besugo y besugo, la merluzada de Arguiñano sobre el Bernabéu y las copas del Generalísimo. El palmarés, sin embargo, parece una receta cuartelera de Karlos, con esa “k” alemana sobre la española “c”: 9 copas del Generalísimo el Athletic por 5 del Madrid, sin chorrito de aceite ni pizca de sal.
(Puro rasgo fonético para poner algo de relieve, tiene dicho Rodríguez Adrados aquí, en ABC, que es la “k”, y pone de ejemplo una película de Louis de Funes en que pronuncia guturalmente, en un restaurante, “Kartoffeln!” –simplemente, ¡patatas!– y le sale un bigotillo a lo Hitler.)
Los expertos (un experto es cualquiera que no sea de la ciudad) sostienen que las Ligas se ganan en el frío de Getafe y en el sol de Vallecas. Desde luego, las Desdémonas de Pep sucumbieron donde el Madrid tuvo que recurrir a la frente de Sergio Ramos para romper el frente frío.
Pero, ¿y el sol de Vallecas?
Los periodistas dedicaron la rueda de prensa de Mourinho a ponderar el sol de Vallecas, un sol que, como un gato rubio y silencioso, pasea entre los “bukaneros” de la calle del Payaso Fofó.
Al decir de los lapones, el frío es un “ser de bajo linaje”, y al decir de los andaluces, el sol es una cosa grande y regia que cada tarde, en el horizonte, se acuesta magníficamente: su muerte (muerte de gran señor) es una admirable “función de tarde” que se anuncia todos los días, pero a la cual, querido Mou, acude escasísimo público.
Algo más de público acudió ayer para ver la “función de tarde” de otro gran señor, el Madrid, en el barbecho de Vallecas a una hora que no son horas; a las cuatro de la tarde, en Madrid, si tocan el timbre sólo pueden ser tía Enriqueta que viene a traer torrijas o un cuñado que viene a comérselas.
A Ramos lo dejaron sin siesta, y se notó; jugó como si estuviera en la mítica fiesta sevillana de Benjamín disuelta por Lopera; peleó con Diego Costa, una Desdémona de la escuela de Alves. Pepe lo tapó todo: a Ramos, a Arbeloa, a Alonso y a Casillas, aunque en el Club de Amigos de la Roja sólo se hablará de una parada de Casillas a tiro vallecano provocado por su feble despeje de puñines.
¡Y viva el tacón (cubano) de Cristiano! Su gol, otra rumba bailada alrededor de un jamón.
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¿Por qué ir a un parking barcelonés, teniendo un hotel madrileño? Más el suspiro: “¿Qué más quieres que te dé, Sandro? ¡No puedo ya darte más!” Cielos, eso es el I can’t give you anything but love, baby que todos conocemos por La fiera de mi niña (“No puedo darte más que amor, cielo. / Es de lo único que tengo en abundancia, cielo. / Sueña un rato, intriga un rato…”) En la versión original se dice que sólo puede darle amor. Pero en la versión doblada los mastuerzos traducen que todo se lo puede dar, menos el amor. Qué buen debate para Torres Dulce en lo de Garci.
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Evocación de Manuel Barrios
En Viñamarina
Lunes, 27 de febrero
-Aristóteles observa que es una peculiaridad de los hombres el poseer un sentido de lo justo y de lo injusto, y que el compartir una concepción o una idea común acerca de la justicia configura una polis.
TEORÍA DE LA JUSTICIA / JOHN RAWLS
Ignacio Ruiz Quintano
domingo, 26 de febrero de 2012
Menú degustación
Pasaron Mourinho y los suyos el martes por Moscú y tras controlar un partido tosco y feo recibieron el golpe de un empate en el último minuto que me hizo sentir un poco como el Ridruejo que cantaba a los caídos en Stalingrado.
"...el paisaje era blanco y helado en torno a mi conciencia
y más realmente que mi cuerpo en los días recientes
mi alma se erguía arropada en vuestro sagrado uniforme".
Benzema cayó lesionado y Cristiano y el infravalorado Khedira pusieron el honor y la terquedad de los que hablaba el poeta. Partidos como ése los perdía el Real Madrid en otro tiempo y se veía obligado a apelar a una épica que demasiado a menudo demudaba en tragedia. Aún celebrábamos el martes la Copa del Rey de basket que ese Madrid de mormones, balcánicos y chicos de Yale había arrebatado al Barcelona en su propia casa bajo la mirada de @van_Palomaain siempre a la vanguardia del madridismo...
Hace años nos quisieron vender a Mario Sandoval como el Adrià mesetario y lo mandaron al Bocuse d'Or sin reparar en medios humanos ni materiales. El penúltimo puesto pareció más propio del Festival de Eurovisión que de la next big thing de la cocina española y el patrioterismo de algunos se lanzó a degüello contra la decisión del jurado. Ahora es a su hermano al que nos presentan como el Guardiola de Humanes. Sólo que Adrià sólo hay uno en el mundo y los Guardiolas tampoco abundan. Aquellos que tratan de asimilar a los dos catalanes poco o nada saben de la burbujeante personalidad de Ferrán y de la tremenda importancia de su trabajo. De la hipocresía, falsa humildad y doble moral del entrenador nada hay en el cocinero. "Crear es no copiar" es la divisa de Adriá, mientras que Guardiola no ha hecho otra cosa que cocinar una olla barrejada con ingredientes de Cruyff, Maturana, Bielsa y Rijkaard. El aldeanismo de Guardiola le emparentaría más con el difunto Santi Santamaría; el Pep quiere chavales de la Masia como Santi quería lubinas que recitaran a Martí i Pol. Es Mourinho al que cabría comparar con Adrià, pues es el que ha desestructurado el fútbol para ofrecérnoslo en diferentes texturas para evitarle la monotonía a nuestros paladares. Las ruedas de prensa pre-partido son las tapas, las post-partido los petit fours y los platos principales no saben siempre a lo mismo como los que prepara el Pep.
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