miércoles, 31 de mayo de 2023

Votar




 
Ignacio Ruiz Quintano
Abc

En el franquismo a los que querían votar los llamaban “rojos”. En el sanchismo a los que quieren votar los llaman “fachas”, y el gobierno se guarece en “la letra de la ley”.
No es que el sanchismo rechace votar. Al contrario. Sánchez, que es cultísimo, sabe que Engels, al prologar “El dieciocho Brumario” de Marx, rechazó los métodos revolucionarios de lucha:
¿Por qué debemos ir a las barricadas cuando simplemente podemos votar y obtener la mayoría? Que sea la burguesía la que vaya a las barricadas.
Lo que pasa es que, ahora mismo, votando, el sanchismo no obtiene la mayoría, y, una vez “okupada” La Moncloa, la solución no es Engels, sino Pompeyo Gener.
El sanchismo es un pompeyismo pasado por los bares de Chueca, que, según el diario gubernamental, es donde se urdió el asunto. El objetivo del pompeyismo era la Confederación Española, sobre la base etnográfica y geográfica de las antiguas agrupaciones: “Dentro de cada Estado, cada raza se legislaría para su gobierno particular…” ¿Y votar? Contesta Pompeyo Gener:
En la Confederación Española el sufragio será por medio del voto progresivo, concedido en razón directa de la inteligencia, partiendo del que sepa leer y escribir; y al que ni esto sepa, enseñárselo en un año.
¿Un año? El año que necesita el sanchismo para sus cosas, ateniéndose “a la letra de la ley”. ¿Y al espíritu? No, que el sanchismo es laico (¡ni biblias ni cruces!). Sólo a la letra. Como en el allendismo: “Todos los esfuerzos por mantenerse lo más posible dentro de la letra de la ley, pero por actuar lo más posible fuera del espíritu de la ley”. Se llama “concientización social”, un clima de guerra civil propicio a todas las bajezas.

En tres años, 4 de cada 10 chilenos (“los ingleses de América”) ya veían en los 6 restantes el obstáculo despreciable al progreso y la felicidad de la nación, que en España debe pasar, según Gener, por “una dictadura científica ejercida por un Cromwell darwinista ingerto en Luis XIV”.
¡El astronauta!
 
[Publicado en Junio de 2018]

San Isidro'23. Novillos de Fuente Ymbro para Hernández, Burdiel y Lalo de María. Apoteosis del pico en homenaje a Fuentes y la consabida plaga de bernardas y manolas. Márquez & Moore

 

Un 10 a Lalo de María por el vestido tabaco y oro

 digno de un emperador persa para su debut en Madrid

 

 

JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ

 

Minuto de silencio en memoria de José Fuentes, torero de larguísima trayectoria a quien se debe la famosísima anécdota del pico: aunque ya se había generalizado esa ventaja de citar con el pico de la muleta, fue a José Fuentes a quien más se mortificó con la censura de su cite cada vez que se producía. En la Feria del año 70 comenzó el tormento del torero a costa del abuso del pico desde el principio de la faena y éste, sin amilanarse, se fue a la barrera, pidió una puntilla al mozo de espadas y, a la vista del respetable, cortó el pico de la muleta. Recibió el aplauso del público, pero en seguida se dieron cuenta de que, aunque de menor tamaño, él seguía citando con la muleta de perfil, atravesada. Con buen humor declaraba el linarense en una entrevista hace no tantos años que él debería cobrar una patente por ese truco que todo el mundo usa y que en la época presente ya apenas nadie censura. Descanse en paz.


Tras la preceptiva jornada de descanso lunesino instaurada este año, que nos ha servido principalmente para seguir paladeando la torería y la enjundia de Fernando Robleño del domingo pasado, hoy vuelve a nuestros pechos el hierro de Fuente Ymbro, a quien tan injustamente maltrata la razón social Plaza1, dado que en lo que va de temporada sólo han programado, con ésta de hoy, tres corridas de la divisa verde y así no hay manera de alcanzar la cima de las ocho corridas que echaron en Las Ventas la temporada pasada. Vamos, que entre 2022 y lo que va del 23 llevamos 66 toros y novillos de Fuente Ymbro, que o bien los dan a precio de saldo o acaso que comprando una corrida de toros te regalan dos novilladas o yo que sé, pero que no hay recuerdo de que en Madrid se hayan lidiado de manera tan abusiva tal cantidad de reses de un mismo hierro, quizás para dar en las narices a los agoreros que predican eso de que «no hay toros en el campo», porque puede ser que todos los toros de Iberia los tenga don Ricardo Gallardo en sus predios de San José del Valle.


Para vérselas con el encierro de Ymbro se trajeron a Víctor Hernández, que anda sin apoderado por unos líos con Miguel Tendero que no hacen al caso, Álvaro Burdiel, que está en las manos de José Ortega Cano, y Lalo de María, de Nimes, nuevo en esta Plaza, a quien apodera José Antonio Campuzano. Ya nos hubiera gustado que se hubiesen dado la vuelta las tornas y haber visto a Campuzano, Ortega Cano y Tendero matando la novillada, para ponernos la miel en los labios en un imposible Regreso al Futuro.


La novillada ha tenido dos capítulos: el primero, compuesto por los tres novillos del inicio, nos lleva directamente a la introspección y la somnolencia que procede de la mansedumbre del ganado, de sus pocas ganas de hacer caso a las telas, de su aspecto canijo y cansino. El segundo capítulo es el de los tres de final que han exhibido otra disposición y otras hechuras, levantando el interés del público al traer a la Plaza movilidad, dificultades y problemas o problemillas.


Víctor Hernández, de azul marino, estuvo muchísimo tiempo con sus dos novillos. El primero era una mansedumbre que acudía a los cites como el que va a la obra a abrir una zanja a pico y en esa sosería se mantuvo la larga faena con Víctor poniendo ladrillos y ladrillos, sin que el aparejo cobrase forma. Como homenaje a Fuentes citó a base de bien con el pico y usó todo el repertorio del neotoreo que se cifra en los tres mandamientos: No te cruzarás/la suerte no cargarás/ la pata la esconderás. Eso unido al uso de la muleta como si fuese bayeta, a los pases dados de cualquier manera, sin solución de continuidad, y a replantear la faena desde el inicio en cada nueva tanda nos lleva a la evidencia de que Víctor no fue esta vez capaz de despertar pasiones. Estocada de aquella manera y aviso. Su segundo, Ibicenco, número 208, que en la corrida del día 21 ya salió otro Ibicenco, se queda crudo en varas y desarrolla unos modos airosos y juveniles que hacen al público ponerse de su parte. El toro, que tira a manso, tiene sus cosas, por ejemplo un geniecito o una embestida algo descompuesta que exigen mando, temple y un plan, cosas que Víctor Hernández no es capaz de poner. Así se va desarrollando la faena, a base de enganchones y porfías en la que se va percibiendo que gana el toro. Saca una serie con la derecha y ya nada más hasta que entre pinchazos y estocadas acaba can él, sin haberse enterado de la distancia que el novillo demandaba. Un aviso al torero y palmas al toro es el balance del pugilato.


Álvaro Burdiel venía con un vestido azul noche con unos floripondios que nos llevaron a pensar que podía ser diseño exclusivo de su apoderado. Con su primero, el de la parte sosa y canija del espectáculo, ahí anduvo el bueno de Álvaro tirando líneas, hizo su homenaje particular al pico de Fuentes y fue dejando pasar el rato mientras la cátedra que estaba a cubierto sesteaba y la que estaba a descubierto se protegía de las lluvias de mayo, sin echar cuentas los unos ni los otros al muchacho. Terminó con el novillo a base de descabellos y recibió el ya tradicional aviso. Su segundo, Gritador, número 103, tiene otro aire y más que torear. Lo recibe con la rodilla en tierra y cuando el toro se le viene encima resuelve bellamente con una trinchera de pura improvisación. A partir de ahí tenemos a Burdiel desarrollando su particular visión del neotoreo siglo XXI, en la que se aprecia que en la cabeza del muchacho hay estructura de faena y que compone una elegante figura, pero que sus modos son más o menos los de todos: la pata retrasada, el viaje de expulsión, de nuevo el pico de Fuentes. Lo mismo si hubiese venido a los toros el domingo y hubiese visto hacer el toreo se podía haber inspirado en un modelo basado en la verdad que le cuadra a sus maneras, pero parece que sobre su alma pesan más las palabras ofidias y en su mente anida una gran confusión.

 
Hay que darle un 10 a Lalo de María por el vestido tabaco y oro digno de un emperador persa que se hizo para su debut en Madrid, ¡vaya preciosidad de vestido, sin un gramo de espumillón blanco de ése que se estila ahora y vaya bordados! Parece que quien sea ha tenido prisas por traer a este nimeño a Las Ventas, en el que se percibe en sus maneras y en su tosquedad una patente falta de oficio, suplido a base de ganas y valor. Su deficiente uso del capote y su deslavazado manejo de la muleta nos llevan a pensar en qué intenciones albergaría quien le haya traído a Madrid con tan poco equipaje. Al entrar a matar a su segundo, se aprecia perfectamente en la foto del gran Andrew Moore, el novillo, Tamboril, número 96, le pone espeluznantemente el pitón en la cara junto a la nariz, y no ha pasado nada porque San Isidro protege a los toreros que vienen a su Feria.

 
Hay que decir que lo de las bernardinas y las manoletinas es una plaga equiparable a la de la langosta en los cultivos o el mildiu en la vid. Resulta que la gran herencia que legó José Tomás es ese pestilente final, que ahora lo hacen todos constantemente y hasta la saciedad. A nadie le ha dado por imitar la colocación del de Galapagar, su cite, su toreo al natural, su desgarro: de toda aquella maravillosa ola que duró tres intensos años sólo les ha dado por copiar las bernardas, las manolas con las que nos atufan día sí, día también. Otro de esos incordios nacionales.


Entre 2022 y lo que va del 23 llevamos

 66 toros y novillos de Fuente Ymbro


ANDREW MOORE







LO DE HERNÁNDEZ

 




LO DE BURDIEL

 




LO DE LALO

 





FIN

Miércoles, 31 de Mayo

 

Easy Rider

martes, 30 de mayo de 2023

Hiroshima y Bilderberg


Pons con los pobres

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    La mejor contextualización de la leyenda del  “Guernica” se la oí una noche, de cena con “Los amigos de Julio Camba” en Casa Ciriaco, a Blanco Tobío, que en Nueva York fue una vez a ver el cuadro, pero había cola de las grandes, y preguntó a su amigo el director del Museo qué esperaba ver esa gente: “¡Ah! ¡El horror de aquel bombardeo, vergüenza de la Humanidad!”


    –Y entonces, ¿qué guardan para Hiroshima? –contestó Tobío.


    Para Hiroshima guardan la cumbre de los Siete Grandes, que han alumbrado “un consenso de inspiración europea” (cuando el consenso entra por la puerta la democracia sale por la ventana) para dirigir la vida de los demás, que somos los pequeños. La presencia de Rishi Sunak, a quien nadie ha votado, en Japón da a la reunión un aire a remake de “The Party” (1968) de Blake Edwards, aunque la sonrisa se tuerce cuando los ves con Sleepy Joe depositando coronas donde la bomba, como si la bomba hubiera sido un meteorito, que a lo mejor es otro “inspirado consenso” para engatusar a las nuevas generaciones, a la espera de lo que en “Oppenheimer”, que ahora se estrena, nos cuente Christopher Nolan.


    Mientras, en Lisboa, se cita la gente guapa del club Bilderberg.


    –Los villanos de Bond se reúnen en su refugio de montaña para tramar la dominación mundial –tuitea James Woods sobre una noticia de Fox: “Grandes nombres de la IA se reunirán secretamente en Bilderberg”.


    El académico Cebrián, que en su día, y en sustitución de Suárez, el del aeropuerto, “que no hablaba inglés”, fue invitado al grupo por Guido Brunner, el embajador de los convolutos alemanes, sostiene en sus memorias que la mala fama de Bilderberg es “una leyenda tejida por periodistillas de tres al cuarto en torno al club”.


    Este año, el español de más copete invitado a estos ejercicios ignacianos es “Gonzáles Pons” (sic), del “European People’s Party”, seguramente el mejor novelista español de la Santa Transición, que tiene el don literario del erotismo a lo Catherine Millet. La presencia de Pons en Lisboa da a la reunión un aire a remake de “Il Decameron” (1970) de Pasolini, con nuestro hombre entreteniendo el aburrimiento del encierro con cuentos a lo Bocaccio.


    ¿Y estos personajes que hoy se pavonean en Hiroshima y en Lisboa dirigen el mundo? No, sólo son mandaderos de quienes de veras lo hacen, pero a los pobres les gusta pensar que los ricos conspiran contra ellos, y para un pobre, rico es cualquiera que lleve los calcetines de Trudeau o que disponga de tiempo para escribir las novelas de Pons.


    Pobres pobres. El “consenso de inspiración europea” es la socialdemocracia, un mixtolobo de liberalismo y comunismo, los dos perímetros de seguridad creados por los ricos para impedir, con el liberalismo por las buenas o con el comunismo por las malas, el acceso de los pobres al mando.

 

[Martes, 23 de Mayo]

Toros, lucidez y ansiedad


Sein-Zum-Tode, el Ser-hacia-la-Muerte
Iván Fandiño


 

(Este es el capítulo 34 de 63, conclusivo del primero de los tres «Tercios» de que consta una reflexión (al menos el intento) titulada: «Los Toros entre la Reverencia Piadosa y la Ansiedad. Un ensayo de comprensión y legitimación». Dedico esta entrega a todos aquellos inestimables amigos y príncipes de la Afición, Andrés, Javi, José-Ramón, Pepe, Ramón, Ricardo, Tomás, que me están abasteciendo generosamente de entradas durante una feria en que la crepuscular deserción del Toro solo podía ser compensada por el calor de su amistad).
           

Jean Juan Palette-Cazajus


  
«El hombre no es ni ángel ni bestia,

           y quien quiera ser ángel terminará

            siendo bestia».

 (Blaise Pascal)

Lo dijimos en su momento, nunca hubo una genérica cuestión animal, sino solamente una cuestión animal del hombre, la cual permanece agazapada en los abismos del lenguaje desde que el ser humano empezó a hablar. Evolutivamente, si todos seguimos siendo de algún modo «polvo de estrellas», sin duda deberemos asumir también la posibilidad de que algunas de nuestras áreas neuronales hayan podido «memorizar» la impronta de la continuidad biológica y evolutiva que nos une todavía a todas las formas existentes de la vida animal. Nuestra cuestión animal se da de cabezazos contra los barrotes de la jaula del lenguaje porque «hemos llegado desde un escenario donde no estábamos», en muy turbadora expresión del escritor francés Pascal Quignard. Sólo después de alejarnos definitivamente de la animalidad a través de la senda del lenguaje, hemos empezado a sentir la absurda nostalgia de una inocencia que nunca fue, porque aquellos eran tiempos en que éramos a la vez cazadores y presas. Sólo en el preciso momento en que llegamos a asumir que somos animales como los demás, de alguna manera vamos dejando de serlo. Lo que añoramos, en realidad, son los tiempos en que ignorábamos la presencia de la muerte, sin aceptar que aquello supone también la ignorancia del ser. No hay extrañeza del ser sin la extrañeza de morir y tenemos con ello un privilegio demasiado oneroso. Por esto sentimos oscuramente la tentación del regreso al espejismo de un inocente «escenario» animal primitivo antes que convivir con la presencia corrosiva de nuestra ineluctable finitud. Como la conciencia sólo es si es desgarrada, lo que debemos entender, si somos lúcidos, es que aquella nostalgia no puede significar otra cosa que la nostalgia del no-ser.

 

 

Antonio Capel
Vestido de torear


Ningún muerto tuvo jamás la oportunidad de «contarlo». Desde la pobreza del ser, en la plaza de toros como en la vida, nuestra experiencia de la muerte es la de algo que sólo puede advenirles a los demás porque ocurre en un tiempo que hemos confundido con un espacio, decía Heidegger. Mientras vivimos, creemos pasear por el tiempo y contemplamos, inconscientes, sus efectos letales sobre las vidas de los demás, porque nosotros somos incapaces de entender que no habitamos «dentro» del tiempo, sino que es el tiempo el que habita dentro de nosotros, de modo que nuestra única manera de percibirlo es la narcótica ilusión de un presente eterno. Puedo tener perfecta conciencia del proceso de acercamiento de mi propia muerte orgánica pero esta conciencia entra en contradicción con el «estúpido» sentimiento dominante que es el de la continuidad de un eterno presente, el cual solo dejará de serlo en el preciso momento en que yo pierda la conciencia y deje de existir. Nunca sabré nada de mi propia muerte. Sólo los demás podrán contar algo acerca de ella. El tiempo espacializado, que es el que manejamos a diario cuando nuestra vida es inauténtica, la del «ente» en lugar de la del «ser», la del «uno» genérico en lugar del exigente acontecimiento del «yo», no me permite nunca oír el rumor de la muerte propia, el hecho de que el movimiento irreversible del tiempo, «el gran pasar», no ocurre fuera de mí, en el espacio, tal y como me quiere convencer la ilusión de los sentidos, sino que me está atravesando de par en par en cada momento.

Asimismo, quisiéramos pensar que el buen aficionado debería ser capaz de intuir que la muerte del toro no ocurre en ese falso «espacio-tiempo», fundamentalmente engañoso, sino en el seno del mismo tiempo existencial que nos está atravesando y que cada toro que vemos morir viene acompasando las fases de nuestro propio e inexorable pasar. No entendemos bien para qué puede servir la fábula, un poco vergonzante, defendida por cierto filósofo, del toro «combatiente» y de su predisposición «natural» a la muerte en el ruedo. Porque el único animal realmente «combatiente», el único dotado de una predisposición natural a la muerte, es el humano, el bien llamado por Heidegger Sein-zum-Tode, el Ser-para-la-Muerte. Ningún aficionado debe encarar en la plaza la asignación de la muerte a un ser vivo  sin resultar interpelado cada vez por la peligrosa regla animista de la reciprocidad. En este caso es el oficiante, el torero, el que, en nombre de todos nosotros, carga con la responsabilidad de exponerse al sagrado riesgo compensatorio. Nosotros, aficionados, asamblea piadosa y lúcida, tenemos el deber de recordar el privilegio de nuestra accesión, en la plaza de toros, a un singular evento del ser que nos alcanza gracias a la muerte de otro ser vivo y en ningún caso podemos darle la espalda a tan grave acontecimiento.

 


Pirámide crística
Una gran foto de Andrew Moore


Actuando así, nos apartaremos un poco de la patología del sujeto contemporáneo, cuya relación con el entorno vital se ha vuelto puramente instrumental y sólo concibe el diálogo con el mundo en términos de producción y consumo de objetos inertes, vivos o muertos. Hasta el punto de que nuestra piel, por otra parte tan delicada, se ha vuelto insensible ante el crimen de masas, ya se trate de genocidios, de matanzas o de terrorismo, como si la cantidad despersonalizara la tragedia y de paso la absolviera. Aquello es también la confirmación de una trascendental regla empírica, la que demuestra que siempre les ha resultado mucho más fácil, a los seres humanos, matar a sus propios congéneres que a los animales. Obsérvese hasta qué punto, en nuestras sociedades, la muerte violenta de los individuos, es decir la transgresión suprema, es en el fondo muy poco castigada jurídicamente. Se suele desdramatizar, desnaturalizar, se banaliza y se asigna al capítulo de los errores humanos residuales, de los fracasos educativos o al cómodo chivo expiatorio de los determinismos sociales. Compadecemos más al asesino, considerado víctima de sus disculpables errores o de sus carencias biográficas, que a la víctima real, al muerto, al cadáver, al que fue despojado de su sagrado derecho a la indecible aventura del ser. Hemos querido olvidar que el Mal no es menos consustancial con la existencia humana que el Bien y que sólo la presencia del primero permitió postular la aspiración al segundo y ponerle nombre. Quisiéramos creer que nadie mata y nadie ni nada muere en un mundo cosificado donde todos, y en todos los sentidos de la palabra, nos venimos consumiendo. La consumada muerte del Toro en la Plaza, en cambio, no es consumible. Al contrario, es profundamente indigesta y si tan pocos estómagos la toleran es porque, ni ética ni escandalosa, ni utilitaria ni productiva, más allá del Bien y del Mal, interpela, desde la molesta incongruencia de su presencia, a quienes quieren imponer su fe en la maleabilidad discrecional del ser humano, a quienes creen que también la muerte y el mal se pueden domesticar y se les puede poner el collar de la mascota de turno.

 

 

Ortega y Gasset con Ragael el Gallo


La conciencia humana es precaria, errática y esencialmente fragmentaria. De allí esa obsesión por la imposible unidad del Ser que recorre el pensamiento occidental, desde los presocráticos. Nuestros conocimientos se van acumulando en una especie de esfera autorreferencial en perpetua expansión, parecidamente al universo del que participan, si bien definitivamente incapaz de acceder, porque no existen, a las kantianas «cosas en sí». En los capítulos finales de El Hombre Desnudo, sin duda la más hermosa lección de pesimismo lúcido frente a la contingencia y la finitud de la existencia humana, Claude Lévi-Strauss consideraba que la función de los rituales era la de tratar de restablecer, por unos instantes, el perdido sentimiento de continuidad y densidad de la experiencia vital. Las corridas de toros lo consiguen a veces y pueden darse casos en que el ser humano recobra entonces, fugazmente, el sentimiento cósmico de plenitud consciente por cuya añoranza inventó a Dios. Pero el mundo taurino se basta sólo para asestarle mala estocada y peor puntilla a la Tauromaquia. A lo largo y ancho de la geografía taurina, la mediocridad lastimosa de tantas y tantas corridas aparece una y otra vez como un equivalente particularmente perverso y encubierto de su prohibición, mientras se viene expandiendo, por los tendidos despoblados, el yermo secarral del cemento recalentado. Entretanto, en la querencia de los bares, en sus blogs febriles, en sus folletos rotundos, los aficionados se aferran inflexibles a unos ideales tenazmente desmentidos por la realidad cotidiana de los ruedos, tan mortecina y desvaída como las sombras que se reflejaban en el fondo de la mítica caverna platónica.

En este contexto de trivialidad expansiva, cada vez resultará más difícil acudir a la Plaza de Toros con la única actitud susceptible de conferirle dignidad al ritual y a quienes lo presencian. Es decir «con la mezcla de reverencia piadosa y de ansiedad» que requiere la relación a vida o muerte con «la sustancia peligrosa de los seres vivos».


 

Eros y Thánatos
Pilar Albarracín

Martes, 30 de Mayo


 

Púlpito

lunes, 29 de mayo de 2023

Comunismo o libertad. Jugar al toro

Parque de Eva Perón

 Mediodía

Toreo al natural



 

Homenaje municipal a Chaves Nogales

La ley de sucesión


Mel Gibson en Gallipoli

 

 

Ignacio Ruiz Quintano

Abc


    El desastre de Manchester reabre en el banquillo del Real Madrid la ley de sucesión: si Ancelotti resucitó a Guardiola, dejándose menear por un equipo de moñas, lo suyo sería apelar a Mourinho, que ha conducido a la Roma a una final europea contra el Sevilla, con quien, en menos de lo que tarda en persignarse un cura loco, ese casting de Scorsese que es la dirigencia del fútbol español ha tenido la deferencia de facilitarle el mínimo descanso, cosa que se negó a hacer con el Real Madrid (“porque las televisiones”) cuando se le solaparon la final de Copa y la semifinal de Champions.


    Cuando el poder es grande, la sucesión es violenta, como se nos enseña en la leyenda de la rama dorada, sobre el rito que da sentido a toda regla de sucesión no democrática. Un poema de Virgilio que inspira un cuadro de Turner que inspira un libro de Frazer, padre de la antropología.


    Una ley regulaba la sucesión en el bosquecillo sagrado de Nemi, en las cercanías de Roma (Calvo de Cabra negaba toda subvención a Itálica porque los romanos eran fascistas), donde merodeaba sin descanso el sacerdote, sabedor de que, más pronto que tarde, sería asesinado por alguien deseoso de sucederlo en el cargo de Rex Nemorensis. Estos sacerdotes perecían siempre por la espada de sus sucesores, y sus vidas estaban ligadas a un árbol especial de la floresta, puesto que ellos permanecían libres de ataques mientras este árbol no sufriera daño: en el Real Madrid (¡y sólo en el Real Madrid!), el árbol de la rama dorada es la Champions. En palabras de Mourinho:


    –Ningún equipo es invencible; todos pierden, pero cuando pierde el Real Madrid todos se alegran, porque es el mejor.


    Pocas alegrías carpetovetónicas tan grandes se han visto últimamente como la desatada en media España por la derrota del Real Madrid en Manchester: el pesar por el bien ajeno es nuestra esencia constitucional, y la decimoquinta Champions era una posibilidad inaceptable para la cultura autonómica, que es una cultura de voletío de corral. Ancelotti la tuvo en su mano, pero decidió rizar el rizo de intentar ganarla, como en el himno castizo, que es el bueno, con una banda de veteranos y noveles, sólo que los noveles eran pocos, y los veteranos, muy mayores, y con las vacas sagradas del Madrid hizo Guardiola las mejores hamburguesas, como recomendara Abbie Hoffman, padre de los “yippies” (no confundir con los “yuppies”). Volviendo a Mourinho, mejor intérprete del madridismo en esta hora mala:


    –Los únicos equipos que no sufren son esos equipos excepcionales que tienen en el banquillo jugadores de cuarenta o setenta millones de euros. En el City entraron Álvarez, Foden y Mahrez. Nosotros perdemos cuatro o cinco jugadores y sufrimos. En Roma el que entra es porque le toca. Invertimos siete millones en el mercado y estamos en la final. Es extraordinario lo que hicimos.


    En el banquillo del City se sentaba, en efecto, todo el presupuesto del Atlético, para que vayamos haciéndonos una idea de la industria del fútbol del futuro, con lo que bien podemos decir que en Manchester la causa del vencedor fue grata a los dioses, que trabajan para Catar, pero la del vencido, a Catón, que para quienes no estén muy por la Historia (pienso en ese concursante de TV que descartaba de no sé qué a Lina Morgan “por estadounidense”) vendría a ser como el Mourinho de la “Farsalia”. La caída del Madrid, que tuvo mucho de suicidio, tiene felices a la España petonera y a la España culé, que presume de triplete con Messi en Catar, con Guardiola en Manchester y con Xavi en “ese país pequeño de ahí arriba” que ha ganado el Campeonato de Palanca a ritmo de Ormaechea (1-0, 0-1), lejos de los records (goles y puntos) de Mourinho, obtenidos ante el Mejor Equipo de la Historia. Si será transversal el Real Madrid que en la celebración popular de ese campeonato en Barcelona el grito callejero de los cabestros fue “Vinicius muérete”.


    Vinicius, por cierto, improvisó en el Etihad la escena que resume el antes y el después de Ancelotti, víctima del tiempo, en esta etapa madridista, cuando, desesperado, lo abordó en la banda en demanda de instrucciones, sin recibir respuesta. Vinicius fue ahí el Frank (Mel Gibson), el que más corría, de Peter Weir en “Gallípoli”, pidiendo en plena masacre explicaciones al anonadado coronel.


    –¿Qué son tus piernas? Muelles de acero, ¿Y qué van a hacer? Llevarme a toda velocidad, ¿A qué velocidad puedes correr? A la de un leopardo, ¿Y a qué velocidad vas a correr? A la de un leopardo.


    En Manchester, Gallípoli absurda del Madrid, se cometió una injusticia (Rudiger) y un error: con el centro del campo más potente del momento (Valverde, Tchouaméni y Camavinga), jugaron los veteranos de Normandía, que convirtieron al City en el Brasil del 82. Ahora sonará Xabi Alonso, pero Mourinho lo ha batido en la Europa League.

 

Abbie Hoffman

 

DOS DELANTEROS


    Benzemá y Lewandowski son dos buenos delanteros que, deslizándose hacia la cuarentena, sólo dan ya para pelear el Pichichi del Campeonato de Palanca, como han acreditado esta temporada. Aplazar la jubilación es una tentación que sólo beneficia al ministro del ramo, el covachuelista Escrivá. En alta competición aportan poco, y encima taponan el relevo. Pero la cultura “boomer” tiene tal poder que en el Real Madrid constituiría un éxito no renovar a Hazard.

San Isidro'23. Adolfos para Robleño, Román y Garrido. Al fin, la más pura, sobria, denodada y elegante expresión del toreo: lo hizo Robleño. Márquez & Moore

 

Dos clamorosas vueltas al ruedo


JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ


El toreo. Ahí está en plenitud lo que nos hace ir a los toros. Una serie de naturales perfecta, pura, un sueño, ante un toro de los que meten miedo. He ahí el toreo sin afectación, sin mohínes, el toreo macho: la muleta en la izquierda, el estoque en la derecha y el corazón en medio y enfrente la mirada hueca del cárdeno, la imprevisibilidad de su comportamiento, los pitones temibles, la incertidumbre de qué puede pasar. Y lo que pasa es que nace el toreo al natural, que es el toreo tal y como se inventó, el viaje largo y rematado atrás, la cadencia del muletazo en el que se manda sobre la embestida del toro, la distancia, la posición ortodoxa, la cargazón de la suerte, la tauromaquia sin engaños ni mixtificaciones: el toreo. Nadie busque relojes parados, ni sonidos negros, nadie busque acinturamientos ni mentones clavados al esternón donde sólo hubo la más pura, sobria, denodada y elegante expresión del toreo. El que lo hizo se llama Fernando Robleño, natural de Madrid y torero como la copa de un pino, el toro al que se lo hizo se llamó Aviador, su número el 61.

 

Con el mismo vestido que el año pasado en otoño, Robleño volvió a dejar en Las Ventas la marca de su concepto clásico, toro de José Escolar en septiembre, toro de Adolfo Martín hoy: toreo frente a los toros, no frente a las monas amaestradas. Hoy empezó de verdad San Isidro, el San Isidro de la verdad, que en la tauromaquia no es otra que la de medirse con un toro. Sin probaturas, sin toquecillos de vaivén, sin otra cosa que el conocimiento y la disposición ahí se va Fernando Robleño a pegar seis templados naturales y uno por alto con la derecha para dejar perfectamente marcado el territorio en el que se mueve. El toro no es la mona, como se dijo antes, y tiene sus cosas que decir, la primera de ellas su aspecto poco amistoso, pero Robleño se va centrando en la serie a más y le saca los naturales a despecho de la inclinación del toro, que desde luego no es la de colaborar. Cada uno de los naturales es superior al anterior, sin buscar ventajas, sin cucamonas, todo verdad. La siguiente serie, también por naturales, tiene algo menos de tensión que la anterior, porque el toro engancha un par de veces la muleta, pero la irreductible decisión de Robleño se mantiene tan firme como en la precedente en cuanto a su decisión y su colocación; esta vez son cinco naturales y la remata toreramente con el pase del desprecio. A continuación viene una serie con la derecha en la que hay que esforzarse más y en la que el torero tira de oficio, rematada con un torerísimo cambio de mano y luego el de pecho en el que toro le arrebata la muleta de la mano. Idéntica actitud por parte de Robleño, pero se nota que el toro se defiende más por ese pitón y entonces la muleta vuelve a la izquierda. El toro se para y a partir de ahí hay que sacarle los muletazos de uno en uno, cosa que hace Robleño ayudándose a veces con el estoque. La obra está hecha, el toro acabado y cuando el torero se perfila para matar todo el mundo desea que la estocada sea fulminante, pero a cambio ahí tenemos un pinchazo, luego una estocada arriba y finalmente el descabello. Se produce una petición de oreja que no es atendida por Timi, que hoy volvía al palco, en mi modo de ver con buen criterio a causa del deficiente uso del acero, y Robleño da dos vueltas clamorosas al ruedo vitoreado de manera unánime por toda la Plaza y recoge otra fortísima, emocionante, ovación en el mismo platillo. Faena breve e intensa que contrasta con esos largometrajes con los que día a día nos suelen castigar. La espada se ha cruzado en las dos actuaciones de Robleño en este San Isidro 2023, lo mismo el día de José Escolar que hoy, privándole de dos triunfos tan cantados como indiscutibles. En este toro fue aclamado Fernando Sánchez por el par que puso, tomando muy en corto al toro con su particular estilo. El clamor que despertó el par sirvió, además, para acallar ciertas voces que andaban protestando al toro desde hacía un rato.


En su primero planteó Robleño una faena de porfía al manso y descastado Horquillón, número 61, caracterizada por la manera en que el torero va labrando al toro a base de oficio y de exposición. El toro es intratable en el inicio de la faena y la tenacidad de Robleño consigue irle ahormando hasta que le saca unos ayudados de gran intensidad, de uno en uno porque el toro se para a la salida de cada pase. Faena a más, de poco lucimiento en su primera mitad, que cobra vuelo en su parte final merced al trabajo realizado en lo del inicio. El fallo con la espada a base de estocada haciendo guardia, aviso, pinchazo sin soltar y estocada le priva de un merecido trofeo. La faena es larga porque había que laborar mucho con el toro para llegar a la espléndida parte final.


Los toros de Adolfo Martín adolecieron de casta y de interés. Ni con los caballos dieron juego, más bien deseosos de no acudir al cite de los picadores, ni en la muleta regalaron nada salvo su actitud parada y pasmada. El sexto, Chaparrito, número 10, saltó al callejón el día en que no había por allí ningún político y acabó siendo víctima del pañuelo verde. La corrida no es para que el ganadero esté echando las campanas al vuelo, ni mucho menos, porque los toros no sacaron fuerzas ni inteligencia. El único atisbo de casta fue cuando Sevillanito, número 82, echa mano a José Garrido y se queda encelado con el torero, tirado en el suelo y hecho una bola, hasta que las asistencias consiguen sacar al toro de allí. Poca cosa. El sobrero Ilustrado, número 18, por no molestar no desentonó en absoluto de los cinco de Adolfo, fue una borrica y  acaso podemos decir que estaba más tasado de fuerzas que los titulares.


A resultas de la cogida, Garrido no pudo acabar su faena y pasó a la enfermería, que es lo que ocurre cuando los toros vienen en puntas sin esas bolitas redondeadas en los pitones que vemos tantas tardes. En su encuentro con Sevillanito le dio una verónica y a cambio el toro le arrebató el capote en la segunda, destrozándolo. También en el inicio de la faena de muleta le quitó el Adolfo la muleta de las manos y poco más se puede contar salvo que el toro escarbaba mucho y que José Chacón puso dos pares de banderillas superiores, especialmente el segundo en un terreno muy comprometido con el toro apretando hacia tablas. Este toro lo mató Robleño de estocada atravesada y dos descabellos.


El tercero en discordia de la tarde era Román. Su primero se llamaba Aviador, número 3. Hoy hubo tres duplicidades entre los actuantes, porque tuvimos dos Aviador, dos Horquillón y dos Chocolate subidos en la cosa equina. Con este primer Aviador, mientras la lluvia arreciaba, Román brindó al público y dejó constancia de su disposición y del buen momento que atraviesa para vérselas con toros de respeto. Resaltemos su buena colocación y lo serio que estuvo con el toro al que literalmente le tuvo que sacar los muletazos de uno en uno tragando lo suyo, especialmente en un espeluznante parón del Adolfo aguantado con impavidez por el diestro. La fuerte cornada del Baltasar Ibán le pasa factura a la hora de matar y cobra un pinchazo sin soltar echándose fuera, otro igual soltando la muleta, otro más sin soltar y un bajonazo cuando suena el aviso.

 
Corrió turno y salió el quinto, el segundo Horquillón, número 1, en cuarto lugar porque ya se veía que Garrido no iba a volver al ruedo. El toro se desentiende de la cosa de la vara y se hace largo el primer tercio. En banderillas, de nuevo Chacón haciendo un providencial quite a Gómez Pascual metiendo el capote entre el toro y el peón. El toro es simplemente un muermo y nada de lo que Román ensaya con él sirve, porque el animal tiene la misma actitud ante la vida que un koala, y valga la comparación porque esos bichejos son también cárdenos. Román le va sacando los pases de uno en uno al koala, porque todo lo pone Román, que es quien pone todo. Cuando decide despenarlo lo hace de pinchazo hondo echándose fuera que hace su daño y dos descabellos. Finalmente el manso de Pallarés es la siguiente píldora con la que se encuentra. Por decir algo pondremos aquí que va al caballo con más alegría que los de Adolfo, y ahí se acaba el asunto del elogio porque no hay por dónde seguir. Al iniciar su trasteo Román, una voz dirigida al Gerente del Centro de Asuntos Taurinos espeta «¡Abellán, recoge el despacho que te vas!», y parece que la cosa no va muy descaminada. Ver a Román con el Pallarés es algo tan excitante como asistir al recuento de papeletas en una mesa electoral de Pinto. El toro es parado de larga duración, paradísimo, y mete unos desagradables cabezazos que llevan a Román a poner punto final a su relación a base de  pegarle un bajonazo echándose fuera con lo que se pone punto final a la tarde y a esta reseña.


ANDREW MOORE

 


 
 
 

 



LO DE ROBLEÑO

 





LO DE ROMÁN

 



LO DE GARRIDO

 




FIN