Los oficios
Azulejo catalán, siglo XVIII
Jean Juan Palette-Cazajus
8. De la francofobia popular a la francofilia de José Cadalso:
En esta “poca afición a oficios y trabajos” coinciden los autores de ambos países. Las causas históricas siguen siendo tan estudiadas como discutidas. Francia era desde la Edad Media el país más poblado de Europa. Su población era casi cuatro veces superior a la española y numerosos eran los franceses humildes que «emigraban» a España donde los esperaban muchos huecos sin cubrir en el maltrecho tejido económico. «Manadas de franceses, que como ovejas se pasan del rigor de sus países al extremo de sosiego y cristiandad del que saben goza España» comentaba un contemporáneo. Se entiende que la opinión que de los franceses tenían los españoles estuviese fuertemente mediatizada por la notable presencia de estos trabajadores y menestrales durante los siglos XVI y XVII. Su número disminuyó notablemente durante el XVIII. Por dar un solo ejemplo, en torno a 1600, vivían unos 15 000 franceses -algún autor habla de 30 000- en el Reino de Valencia, cuando la población total no llegaba a los 300 000 habitantes. «Si hay tantos franceses ... es debido a la salida de gran número de moros, expulsados por el rey Felipe III» comentaba el hugonote Antoine de Montchrestien, inventor del concepto de economía política.
José Cadalso (1741-1782)
Desempeñaban oficios de mercaderes, cocheros, lacayos, tenderos, molineros, tejedores, curtidores, buhoneros, cerrajeros, aguadores, titiriteros, peluqueros, cocineros, carboneros, carniceros, taberneros. También profesiones más nobles como la de impresor, una de las más peligrosas por la siempre latente sospecha de contribuir a propagar herejías e ideas impías. Al menos en el caso de Valencia, había asimismo muchos labradores. Escribía el viajero y naturalista inglés Francis Willughby (1635-1672) «La verdad es que en España casi todo el trabajo lo hacen los franceses. Todas las mejores tiendas pertenecen a franceses, los mejores artesanos de todas clases son franceses y creo que casi una cuarta o quinta parte de la población de España la constituye gente de esa nación». La mayoría de aquellos inmigrantes terminó fundiéndose totalmente en la población española. Pero durante muchos años la presencia de esta "inmigración" modesta, suscitó recelo popular, hostilidad muchas veces, cuando no violencias con ocasión de las guerras entre las dos monarquías. El conocido viajero Barthélémy Joly escribía en 1604 que «los valencianos, como si el ser extranjero fuera un vicio, tratan a los franceses poco menos injuriosamente que los de Cataluña».
Resulta que hoy la historiografía se ha vuelto notablemente más benevolente con el siglo XVIII español, al menos por lo que se refiere a la segunda mitad de la centuria, y se ha pasado de la idea de la decadencia a la de la regeneración. Pero en 1782, en aquel contexto prejuicioso, un plumífero francés de segunda fila, Nicolás Masson de Morvilliers publicó en «La nouvelle Encyclopédie» un texto titulado "Que doit-on à l'Espagne?", ¿Qué debemos a España? La respuesta era: poco menos que nada. Huelga decir que la reacción en España fue volcánica, tanto por parte de quienes leyeron el panfleto, en realidad muy pocos, como por parte de quienes no lo leyeron, casi todos. Entre las réplicas airadas, recordemos la de Juan Pablo Forner en su «Oración apologética por España y su mérito literario» (1786), la cual fue contestada en tono tan irónico como amargo por León de Arroyal en un panfleto cuyo título, «Pan y toros», (1793), se iba a convertir en tópico expresivo. Hasta entrado el siglo XX, el libelo del inoportuno Masson constituyó para algunos el odiado símbolo de una muy improbable hostilidad francesa pues el personaje era harto segundario y nada representativo. En cualquier caso sus vituperios no podían hacer olvidar que la hispanofobia virulenta e «institucional» procedía masiva y esencialmente de los países protestantes.
Tipo de barcaza cañonera en que murió Cadalso
Lo recordábamos hace un rato. Sesenta años antes que Masson, el insigne Montesquieu también se había dejado llevar por cierta mala leche antiespañola en su «Carta Persa LXXVIII». En ella se burlaba de los españoles, sin hacer demasiada sangre y retomaba los tópicos de la época de los Austrias. Sus pullas más aceradas son las que insisten en pintarlos, consabidamente, como perezosos y "bigots", o sea intransigentes meapilas. Mucho más interesante y significativa que el propio texto de Montesquieu, es la respuesta que dedicó a lo que él llamaba "Carta Persiana", el coronel Don José Cadalso, uno de los españoles más inteligentes y lúcidos de su tiempo. Murió trágicamente en 1782, a la temprana edad de cuarenta y un años, a bordo de una de aquellas barcazas cañoneras inventadas por Antonio Barceló (1717-1797) para el último y fracasado sitio de Gibraltar. La brevedad de su vida truncó una obra que se anunciaba especialmente clarividente. Cadalso había vivido mucho tiempo en Francia, también en Inglaterra, y él mismo cuenta cómo ingresó en el “Seminario de Nobles” de Madrid «con todo el desenfreno de un francés y toda la aspereza de un inglés».
La deliciosa «Carta marrueca LXIII» recoge su gran irritación por el afrancesamiento de las costumbres. Los «petimetres», o sea los «petits-maîtres», los «bobós» de la época, además de vestir a la francesa, saturaban su vocabulario de palabras que la época no llamaba todavía “galicismos” sino “francesismos”. Pero nada de ello es obstáculo, en Cadalso, para una vibrante francofilia. Sentimiento que caracteriza la «Carta marrueca XXIX», de la que citaré amplios extractos, por resultarnos interesante por partida doble en el asunto que nos ocupa. El contenido es inusitadamente afable con los franceses, sin duda el primer texto en este sentido desde el famoso alférez Gutiérrez Díaz de Games entre 1404 y 1406. Pero detrás de los cumplidos de Cadalso, y un poco como nos ocurrió con el paralelo entre las opiniones de Herrero García y las de Guez de Balzac, se pueden vislumbrar en filigrana algunos de los tradicionales defectos, o considerados como tales, achacados durante siglos por los españoles a los "gabachos". Leamos:
Cartas marruecas
- «...Los franceses están tan mal queridos en este siglo como los españoles lo estaban en el anterior, sin duda porque uno y otro siglo han sido precedidos de las eras gloriosas respectivas de cada nación, que fue la de Carlos I para España, y la de Luis XIV para Francia. Esto último es más reciente, conque también es más fuerte su efecto; pero bien examinada la causa, creo hallar mucha preocupación de parte de todos los europeos contra los franceses. Conozco que el desenfreno de su juventud, la mala conducta de algunos que viajan fuera de su país profesando un sumo desprecio de todo lo que no es Francia, el lujo que ha corrompido la Europa y otros motivos semejantes repugnan a todos sus vecinos más sobrios, a saber: al español religioso, al italiano político, al inglés soberbio, al holandés avaro y al alemán áspero; pero la nación entera no debe padecer la nota por culpa de algunos individuos. En ambas vueltas que he dado por Francia he hallado en sus provincias, que siempre mantienen las costumbres más puras que la capital, un trato humano, cortés y afable para los extranjeros, no producido de la vanidad que les resulta de que se les visite y admire, como puede suceder en París, sino dimanado verdaderamente de un corazón franco y sencillo, que halla gusto en procurárselo al desconocido.»
- « [...] Ni aún dentro de su capital, que algunos pintan como centro de todo el desorden, confusión y lujo, faltan hombres verdaderamente respetables. Todos los que llegan a cierta edad son, sin duda, los hombres más sociables del universo, porque, desvanecidas las tempestades de su juventud, les queda el fondo de una índole sincera, prolija educación, que en este país es común, y exterior agradable, sin la astucia del italiano, la soberbia del inglés, la aspereza del alemán ni el desapego del español […] El mismo hecho de ser extranjero es una recomendación superior a cuantas puede llevar el que viaja».
- «La misma desenvoltura de los jóvenes, insufrible a quien no les conoce, tiene un no sé qué que los hace amables. Por ella se descubre todo el hombre interior, incapaz de rencores, astucias bajas ni intención dañada […] Del mismo dictamen es mi amigo Nuño, no obstante lo quejoso que está de que los franceses no sean igualmente imparciales cuando hablan de los españoles....»
Petimetre
Creo que será útil abrir aquí un pequeño inciso sobre la percepción histórica de aquellos siglos por los franceses actuales. Vaya por delante que el sentimiento de la mayoría es la más completa indiferencia por una razón muy sencilla: la absoluta ignorancia y desconocimiento de los datos de la Historia. Dicho lo cual convendrá observar que la mayoría de los enfrentamientos militares entre la monarquía «católica» y la monarquía «muy cristiana» se desarrollaron, si exceptuamos las Guerras de Italia, en zonas pertenecientes al Norte y el Noreste de Francia; que el porcentaje de lansquenetes alemanes alcanzaba, a veces, una tercera parte de las tropas imperiales; que el adversario inicial fue el borgoñón y francófono Carlos de Habsburgo, Primero de España, pero básicamente conocido en Francia como Charles Quint, o sea, Carlos Quinto de Alemania.Tras él, vinieron los monarcas de la dinastía austriaca con sus ramificaciones y alianzas centroeuropeas. De modo que todo ello, condicionado por el peso de la posterior historia, contribuyó a dar a los escolares franceses, educados en el mito de la continuidad historica, la errónea y difusa sensación de que aquellos enfrentamientos no eran sino los primeros episodios de la "eterna" enemistad francoalemana. Pocos franceses conocen los dimes y diretes de aquella rivalidad político-dinástica y pocos tienen el sentimiento o el conocimiento de haber estado tanto tiempo en guerra con España.
La batalla de San Quintín (1557) según la tele