jueves, 30 de agosto de 2018

Una Revolución de cuneta

¡Hay que ver la idiotez de ese animal que, pudiendo ser montado por la Democracia en vez de serlo por la burguesía y el Capitalismo, echa las patas por alto cuando ya nos íbamos acomodando a su andadura y nos deja caer malparados en lo hondo de la cuneta para que nuestras lamentaciones se conviertan luego en un motivo de regocijo popular!...



Julio Camba
Sevilla, 19 de enero de 1938

    No creo que, al comienzo de la República, pensara nadie en hacer la Revolución. A todos aquellos señores les iba demasiado bien en el machito para que fuesen a mandarlo sin más ni más al matadero. Antes, cuando lo cabalgaban otros, la cosa era distinta, pero ahora lo montaban ellos y no había razón alguna para privarse de sus servicios.

    –¡Arre, jaco, arre!... ¿Qué se creerán esos papanatas que nos miran? ¿Que nosotros no hacemos buena figura a caballo? Pues a ver si coges un trotecito saleroso para que se vayan dando cuenta...

No. Mientras aquellos señores fueron por la carretera en el machito ninguno pensó en hacerle a éste el menor daño. La idea se les vino por primera vez a las mientes en la cuneta, que es a donde fueron a parar, tan asombrados como maltrechos, cuando el pobre animal, harto de soportarlos, se encabritó y los lanzó a todos por el aire.

    –¿Qué ha pasado? –preguntó uno con voz doliente–. ¿Por qué motivo se desprende de nosotros ese ingrato animal sobre el que íbamos tan a gusto? ¿Es que su instinto no le dice que nosotros hemos venido a libertarlo de la tiranía con que lo trataban sus antiguos amos?

Por lo visto no se lo dice –repuso otro, rindiéndose a la realidad.

¡Qué bestia más resabiada! –exclamó entonces un tercero–. ¿Querréis creer que a mí me despidió por las orejas?

Yo salí por el rabo –dijo someramente un cuarto.

    Los demás no sabían con exactitud por dónde habían salido, ni se preocupaban tampoco de averiguarlo, concentrando de momento toda la atención en el examen de sus carnes magulladas. Y mientras, entre los guiños y las vayas de arrieros y trajinantes, se golpeaban aquellos hombres los chichones y se sondeaban las descalabraduras, iba germinando en sus cerebros la idea de la venganza que, si no siempre le es grata a los dioses, nunca, en cambio, se lo deja de ser a los endiosados.

¡Maldito penco! –decían–. ¡Ya verás tú lo que es bueno si algún día volvemos a pillarte! ¡Hay que ver la idiotez de ese animal que, pudiendo ser montado por la Democracia en vez de serlo por la burguesía y el Capitalismo, echa las patas por alto cuando ya nos íbamos acomodando a su andadura y nos deja caer malparados en lo hondo de la cuneta para que nuestras lamentaciones se conviertan luego en un motivo de regocijo popular!... Nuestra conciencia está tranquila porque nadie hubiese podido ofrecerle nunca más de lo que nosotros le ofrecíamos. Le ofrecíamos nada menos que nuestra espuela republicana en sustitución de la odiosa y cruel espuela burguesa y –para que no se viese obligado a tascar el freno de la tiranía– le dábamos a morder el de la Libertad... ¿Se concibe una actitud más generosa? Pero ¡váyase usted con generosidades a un jamelgo tan lleno de resabios! Para él una espuela era igual que otra por la estúpida razón de que todos se le hincaban del mismo modo en los ijares y como si entre los dos no existiese esa enorme diferencia simbólica que va de la corona monárquica a la corona mural. En cuanto pudo, la mala bestia se sacudió de nosotros, como hubiera podido sacudirse de unas moscas demasiado pegajosas, pero si algún día logramos echarle el lazo –y no en balde estamos en tan buenas relaciones con el Gobierno de Méjico- nos las pagará todas juntas. ¡Qué duda cabe de que nos las pagará! Lo que es otra vez no nos echa a la cuneta ni por las orejas ni por el rabo. Antes de darle ocasión a eso la llevaremos a la plaza de toros, donde no faltarán picadores que la monten, y allí verá ella lo que es bueno mientras nosotros corremos la gran juerga con el producto de la venta...

    Y así fue como comenzó a organizarse la Revolución. En la cuneta y con esa rabia ciega de los jinetes descabalgados contra su voluntad. Por el trastazo. Por los chichones. Por las magulladuras. Por lo desairado de la situación. Por encontrarse a pie, por sentirse en ridículo...
HACIENDO DE REPÚBLICA
EDICIONES LUCA DE TENA, 2006