sábado, 25 de agosto de 2018

Españoles y Franceses: Un turbulento ayer, un presente mohíno, un improbable futuro Capítulo 6

CAPÍTULO 6  (de 26)


[Este trabajo constituye la refundición de un artículo publicado en 2015

 en el N.º 28 de la revista «Encuentros en Catay»

 M. Mead con sus informadores, 1926

Jean Juan Palette-Cazajus

6. La mirada distante, de Margaret Mead a Ganivet

Lo que pasa siempre con los libros sobre psicologías o caracteres nacionales es que hay momentos en que decimos: “da en el clavo”, otros en que decimos, “no se ha enterado de nada”, y siempre llega el momento en que decimos: este señor «se pasa un montón». La empresa es imposible. ¿Qué metodología, qué referencias, qué tablas o parrillas clasificatorias deberían emplearse; cuántas decenas de tomos habría que escribir; las opiniones de cuántas personas habría que contrastar para que la muestra resulte significativa? ¿Éramos realmente como nos describían? ¿Cabe pensar que somos, todavía, algo parecidos a cómo nos describían? Después de todo, no queremos ser chauvinistas y queremos creer que «le regard éloigné», la mirada distante, como tituló Levi Strauss unos de sus libros, es más objetiva que la nuestra propia. No siempre. También a los etnólogos los ahoga la subjetividad. Y si nosotros nos honramos al desconfiar de la objetividad de nuestra mirada cuando va dirigida a la propia sociedad, confiar en que la mirada del extranjero resultará forzosamente más penetrante y objetiva, supone olvidar que viene también lastrada por sus propios prejuicios, posiblemente peores que los nuestros.

 La pobre Margaret Mead (1901-1978) hizo soñar a mucha gente con su descripción de una idílica sociedad samoana caracterizada por la sensualidad y la libertad de las relaciones sexuales y su ingenuo relato puso el agua en la boca de sus encorsetados lectores occidentales. Hoy ha quedado evidenciado que al mundo samoano, como ocurre en todas las sociedades tradicionales, lo regía un complejo entramado de fuertes jerarquías y prohibiciones, que no quiso ver la joven etnóloga que llegaba a Samoa cargada con todas sus ilusiones de antropóloga liberal y quiso encontrarse allí una sociedad «pre hippie». En Samoa sus preguntas predeterminadas y monótonas aburrieron a sus jóvenes informadoras que terminaron contándole a Mead lo que ella deseaba oír. En «Sexo y temperamento en tres sociedades primitivas», se dedicó la etnóloga americana a sacar a la luz lo que era, de alguna manera, el «carácter nacional” de las tres sociedades analizadas. Nos habla de la «dulzura» de los Arapesh, de la «agresividad» de los Mundugumor y de lo que consideraba neto contraste de los temperamentos sexuales entre los Chambulí.

 "España semiafricana"
El suspiro del moro
Unceta

Seguimos sin saber en qué real medida correspondían los tres pueblos estudiados, a las categorías sicológicas inferidas por la señora Mead. ¿Eran los valores de «dulzura, de “agresividad” o de “temperamento sexual”, tal como se concebían en la sociedad de origen de la etnóloga, la americana, dotados de una misma significación en las sociedades estudiadas? ¿Se puede decretar el funcionamiento de una sociedad tan diferente tras solo una breve estancia de pocos meses como hizo Mead? La pregunta vale también para nuestros países y sociedades.

Aparte de la miopía o las ideas preconcebidas, también puede ser presa el observador de la desconfianza, la animadversión o la hostilidad hacia la nación que visita y sobre todo de sus prejuicios etnocéntricos. Estos sentimientos raras veces han estado ausentes de la mente de viajeros u observadores en los distintos países europeos, tantas veces enfrentados en incontables e interminables guerras. Es que, como bien decía Ernst Gombrich, refiriéndose a la mirada de los pintores, no vemos las cosas -y menos aun las gentes- como son, sino como creemos que son, como hemos aprendido a verlas, como nos hemos convencido de que eran. Y esto es lo que  parece ilustrar la prosa de Fouillée cuando nos resume a España como «semiafricana, con su carácter romántico y caballeresco, su idealismo vagoroso y a menudo ajeno a las cosas positivas, su rigidez altanera y su falta de flexibilidad, su obstinación indomable, su falta de sociabilidad, su voluntad áspera, dura y cruel».

 "Doctores, licenciados y bachilleres"
Velázquez

En el fondo el peor lastre de España le parece, a Fouillée,  el peso de un catolicismo intransigente e intolerante: «Debido a sus tendencias semíticas y musulmanas, el español es propenso a imponer la fe mediante la fuerza. Desconoce con facilidad  los derechos ajenos, sobre todo el de la libertad de conciencia». De allí esta «compresión de los espíritus» -dice Fouillée-  que produjo en España la sofística y la retórica. No pudiendo ejercitarse sobre el mismo fondo de las cosas, la inteligencia se ejércitó sobre las formas y antepuso los razonamientos al uso de la razón[…] Después de China, España fue el país con mayor número, no de sabios sino de mandarinos: doctores, licenciados y bachilleres de las cuatro facultades». Lo cual contribuye a engendrar, según el filósofo francés  la tendencia cultural hacia los gongorismos y los cultismos. No obstante señala al poco rato que «[…] la incredulidad y la indiferencia aumentan día tras día en las capas instruidas».

Ciertamente es difícil olvidar que la Iglesia de la época seguía rigiéndose por las proposiciones, asombrosamente dogmáticas, del Syllabus de 1864, bajo el pontificado de Pío Nono. Su condena de la libertad de culto, de pensamiento y de conciencia encontró grata acogida entre la mayoría de los  católicos españoles. Nuestras citas son forzosamente demasiado escuetas y sin duda no permiten intuir la tonalidad general del capítulo dedicado por Fouillée a España que, más allá de los tópicos y los anacronismos, no muestra ni mucho menos hostilidad, y podría calificarse, más bien, de empatía crítica. Así lo demuestra la generosa conclusión del filosofo francés que alude «a la cultura positiva que llega cada día de las regiones industriales del norte de la península, contrarrestando el falso idealismo y sus decepcionantes espejismos que siguen predominando en el centro y el sur. Hay un fondo sano y vigoroso de la nación que después de vivir en un espejismo secular está dispuesto a despertarse y actuar bajo la ley de la razón [...]Tarde o temprano habrá de nuevo un porvenir para tan noble nación que siempre ha conservado en su carácter reservas de resistencia y de heroísmo […] Este pueblo es de una originalidad sorprendente y en él se juntan siempre el orgullo viril y el valor tenaz […] Bastaría con un gran aliento filosófico y científico para despertar esta raza heroica, aventurera y devota que debió su ruina moral a las mismas causas que le dieron fuerza política […] En nuestra época los cambios […] pueden realizarse en medio siglo».

 Luis de Góngora
Velázquez, 1622

 Sabemos que son innumerables los textos de escritores españoles, pesimistas o «regeneracionistas», cuya dureza, amargura, desesperación o irritación con la realidad patria deja casi en ditirambos los rasgos aparentemente más negativos señalados por Fouillée. Nuestro ensayista dedica, en la obra glosada, 50 páginas a España. Ha leído lo último y más original. Cita a Ganivet de quien conoce y cita abundantemente el entonces recién publicado «Idearium español», también cita a Joaquín Costa. Maneja estadísticas económicas. Precisamente, del originalísimo y complejo Ángel Ganivet (1865-1898), no resisto la tentación de ofrecer un breve florilegio sobre el tema, cuya proximidad con lo enunciado por Fouillée no dejará de resultar llamativa:

- «La idea más general sobre el español es la de que es un hombre orgulloso; acaso la palabra española más conocida y usada sea "grandeza", para indicar la elevación un tanto ampulosa […] He oído decir a algunas señoras que a España es peligroso ir, sobre todo señoras solas, porque es "un país sin ley" […] Nos tienen por muy valientes; pero al mismo tiempo por muy duros de corazón y semibárbaros o semiprimitivos. A las primeras palabras, en una conversación, sale a relucir nuestro catolicismo como signo de atraso intelectual y las corridas de toros como signo de barbarie…. Sólo con ser español, le miran a uno con prevención en las relaciones familiares, a causa del malísimo concepto en que, como sujetos sentimentales, se nos tiene. Nos consideran capaces de pasión, pero no de verdadero amor… »

De las «Cartas finlandesas» procede la cita anterior. También la que sigue: - «Algunas señoras creen de buena fe que el mayor mal que le puede ocurrir a una mujer es nacer en nuestro país: la consideran como una esclava, casi como una mujer de harén. Reconocen que es bella… pero piensan que esa belleza habla sólo a los sentidos, que no es la belleza de un ser inteligente…¿es verdad  -preguntan- que son tan ignorantes que no saben siquiera escribir con ortografía?»

Pero Ganivet también era el que destacaba la diferencia con Europa, el que exaltaba la ética estoica de España, admitía su religiosidad intolerante, proclamaba su incompatibilidad con  los “objetivos materialistas” y resaltaba su “individualismo enérgico y sentimental”.

 También el que concluía que: «España es una nación absurda y metafísicamente imposible, y el absurdo es su nervio y su principal sostén. Su cordura será la señal de su acabamiento […] Quiero decir con esto que Don Quijote hizo tres salidas y que España no ha hecho más que una y aún le faltan dos para sanar y morir.»

Ángel Ganivet